¿Qué pasó con las encuestas? Unos malos sondeos, unas buenas predicciones
Los pronósticos preelectorales avisaron de que el resultado podía estar ajustado y que el recuento podía ser como ha sido: agónico
Un escrutinio a cámara lenta ha producido un espejismo: ni la victoria de Biden es tan estrecha como parecía el martes, ni las encuestas se han equivocado tanto. Además, creo que estas elecciones tan complicadas han sido un éxito para las predicciones cuantitativas.
Dicho eso, las encuestas en Estados Unidos han estado mal. Los sondeos a escala nacional han subestimado a Donald Trump en cinco o seis puntos: pensaban que Biden ganaría por ocho y está haciéndolo por tres. El conteo no ha terminado y la desviación acabará siendo menor, pero un error de tres o cuatro puntos seguirá siendo alto.
Se trata de una diferencia mayor que en 2016. Entonces los sondeos nacionales solo subestimaron a Trump por 1,6 puntos (que es una desviación normal). Si su victoria se produjo por sorpresa fue porque se equivocaron las encuestas de varios Estados clave. Ese error se ha repetido: Trump ha batido por siete puntos las encuestas en Wisconsin, por cuatro las de Míchigan y por tres las de Pensilvania. También le han subestimado un punto o dos en Arizona, Georgia y Minnesota.
¿Cuál es la gran diferencia con 2016? Que esta vez los errores no han cambiado el ganador previsto. Biden se ha llevado Pensilvania, Wisconsin y Míchigan, como decían los sondeos, aunque haya sido un poco por los pelos. También es posible que consiga Arizona y Georgia. Pierde Florida y Carolina del Norte, pero esos Estados siempre se dijo que estaban muy abiertos. Si Trump tuvo suerte en 2016, este año la ha tenido Biden, que puede acabar llevándose cinco territorios por menos de dos puntos de ventaja.
Estas desviaciones dejan una pregunta sin respuesta: hay que descubrir por qué los sondeos han vuelto a subestimar a Trump. Averiguarlo tendrá ocupados a los encuestadores durante meses. Se ha especulado con un voto oculto para el republicano, pero es una hipótesis poco probable porque las encuestas han subestimado aún más a los miembros de su partido que se presentaban al Congreso. En realidad, todo sugiere que el actual presidente ha recibido un castigo peor que su formación. La mejor hipótesis alternativa apunta a un sesgo de no respuesta: puede ser que los republicanos incondicionales sean reacios a responder sondeos y que las encuestas subestimen su fidelidad.
Unas buenas predicciones
Aunque los sondeos no han sido buenos, creo que en estas elecciones sí han salido bien paradas las predicciones cuantitativas. Como las que hemos venido publicando en EL PAÍS. No porque hayan acertado —ha ganado Biden, como juzgaban probable, pero no es así como se mide su precisión—, sino porque han sido informativas. Han servido para comunicar una complejidad y una incertidumbre que realmente estaban ahí, como luego se demostró con un escrutinio tenso.
Estábamos advertidos. Hace meses que contamos lo mismo: Biden era el líder, pero no se podía descartar a Trump. Nuestro último análisis resumía así la situación: “Biden es favorito y tiene una ventaja sobre el republicano mayor que la que tuvo Clinton. No obstante, el presidente conserva una opción entre seis de ganar”. Nuestra predicción le daba un 85% de opciones a Biden precisamente porque su ventaja era suficiente como para resistir un error considerable en los sondeos. Pero tuvimos cuidado de no dar su victoria por segura. El día antes de la votación dedicamos un texto a explorar “la victoria de Trump y otras posibles sorpresas”. Trump conservaba un 15% de probabilidades porque no era impensable un error mayor de los sondeos. Hoy parece aún menos impensable: para ganar, Trump solo hubiese necesitado subir un punto porcentual en Georgia, Arizona y Pensilvania.
En estas semanas he usado la imagen de un penalti. Se convierten el 85% de las veces, más o menos, de manera que podíamos pensar en Biden como el lanzador y en Trump como el portero. Aunque el republicano rozó el balón, casi a cámara lenta acabó en gol.
El otro mérito de los datos en estas elecciones ha sido avisar de un escrutinio ajustado. Sabíamos que había muchísimos votos anticipados y estábamos preparados para no tener ganador la noche electoral. Haberlo previsto evitó nervios y quizás malas ideas.
El periodista Geoffrey Skelley llegó a escribir un artículo premonitorio en FiveThirtyEight, la web de análisis electoral, donde explicaba con datos en la mano cómo el conteo de Pensilvania podía empezar dándole la victoria a Trump y luego acabar otorgándosela a Biden. Fue exactamente lo que pasó: el cómputo de votos empezó con los de la jornada electoral, más republicanos, para ir sumando después las papeletas del voto anticipado, que tal y como se esperaba, eran demócratas.
Hay valor en esa predicción inteligente y cauta. Hay valor en haber previsto un escrutinio lento, igualado y con altibajos. Fue útil anticiparlo y avisarlo. Quizás ha servido incluso para proteger el resultado —el voto verdadero de los estadounidenses—, de las declaraciones irresponsables del ya presidente saliente, Donald Trump.
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