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Elecciones en EE UU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Puede acertar de nuevo el encuestador que anticipó la victoria de Trump contra Clinton?

Trafalgar Group fue una de las pocas encuestadoras que acertó en 2016, pero sus métodos, su transparencia y su sesgo dejan serias dudas

Jorge Galindo
Elecciones Estados Unidos
Hillary Clinton y Donald Trump en Las Vegas, Nevada, durante un debate de las elecciones presidenciales de 2016.Chip Somodevilla (Getty)

“Hasta un reloj parado acierta la hora dos veces al día”. Este dicho refleja bien la ilusión en la que solemos caer cuando evaluamos una predicción: si solamente nos fijamos en la coincidencia entre lo predicho y el resultado final, y no en la manera en que se ha llegado al pronóstico, en la calidad del mecanismo, podemos acabar mirando a un reloj parado esperando a que nos dé la hora correcta en cualquier momento. Con las encuestas pasa exactamente lo mismo, empezando por Trafalgar Group, una de las pocas encuestadoras que esperan una victoria de Trump en 2020: su director, el estratega republicano Robert Cahaly, espera según su última oleada de sondeos que el presidente mantenga un puñado de Estados clave: Arizona, Carolina del Norte, Florida y Michigan. Como ya acertó en 2016, nos vemos tentados de prestar una atención especial a lo que tenga que decir. Pero tanto sus métodos como la transparencia con la que maneja su operación plantea serias dudas.

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Trafalgar justifica sus resultados mediante la realización de encuestas muy cortas, que (según define en su propia web) “duran de uno a dos minutos y están diseñadas para recoger rápidamente opiniones de aquellos que típicamente no participarían en encuestas políticas”. Además, se ufanan de innovar en métodos para reducir el “sesgo de deseabilidad social” según el cual (y esta es la tesis central de Cahaly) nadie revela sus preferencias de manera clara salvo que se empleen técnicas especiales (que no define en detalle) para conseguir reconocerlas.

Es cierto que la tasa de respuesta en las encuestas (no solo políticas) ha descendido drásticamente en los últimos años. También lo es que existe un temor por la falta de sinceridad de ciertos votantes. Pero incluso encuestadoras que han buscado con ahínco e intención al votante trumpiano oculto han encontrado que apenas cambia el margen de victoria. Morning Consult, por ejemplo, realizó un experimento en esta campaña: 2.642 encuestados completaron un cuestionario online (donde normalmente se atenúa el sesgo de deseabilidad al no interactuar directamente con un entrevistador) o vía telefónica. Los resultados: aunque el sesgo se activó con preguntas sobre discriminación o racismo en márgenes que iban de 7 a 20 puntos porcentuales, en la intención de voto por Trump apenas cambió por un punto. En lo que respecta a los tiempos y la tasa de no respuesta, la duración del cuestionario no suele afectarla siempre que no se pase de un cierto umbral, más cerca de los cinco, diez o quince minutos que de dos: la mayoría de gente que declina participar lo hace desde el segundo uno, y no está claro cómo una menor duración puede modificar cualquier sesgo partidista que exista en la falta de respuesta.

Además, parece que Cahaly no ha sido completamente transparente respecto a quién paga sus sondeos. El pasado 30 de octubre, Nate Silver, el analista demoscópico de referencia en EE UU (y el único de los grandes pronosticadores que le dio a Trump una probabilidad decente de victoria en 2016: un 30%), explicaba en Twitter que habían descubierto que Trafalgar recibía financiación partidista sin comunicarla claramente. Silver y su equipo se han convertido en el agregador de encuestas de referencia, distinguiendo entre aquellas que paga un partido. Cuando detectan que una empresa no indica claramente el cliente de alguna de sus publicaciones, clasifican todas ellas como partidistas. Por lo demás, Trafalgar aparece con una nota de C- (una suerte de aprobado raspado) en la evaluación constante que FiveThirtyEight mantiene de todo encuestador relevante. Su error medio está en 5,6 puntos, con un sesgo medio prorrepublicano de casi +1. Es decir: nada particularmente destacado; ni demasiado bien, ni terriblemente mal.

Nada impide que Donald Trump vuelva a ganar este año. De hecho, el pronóstico de EL PAIS le da un 15% de probabilidades de victoria: en uno de cada seis o siete mundos, el presidente revalida su presidencia. Si esto llega a suceder, las empresas encuestadoras deberán revisar muy seriamente sus datos y los métodos con los que a ellos llegan: el eventual error de 2020 haría palidecer al de 2016. El margen del fallo estaría duplicando al de entonces en Michigan, por ejemplo, o cuadruplicando al de Pensilvania. Pero incluso si esto sucede, una vez destripado el mecanismo tras la esfera que marca la hora en Trafalgar, nada indica que su trabajo sea un modelo a seguir.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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