Estados Unidos: una sociedad armada
A una violencia endémica se le ha sumado la creciente angustia por la pandemia, el racismo y un clima político de máxima tensión
Saint Louis, Misuri, 00.50 am: La policía mata a un hombre en un forcejeo durante una detención por posesión de marihuana.
Toledo, Ohio, 1.30 am: Un hombre muere en un bar por un disparo de bala tras una discusión sobre una bebida que, en su opinión, estaba mal preparada.
Hillsborough, Carolina del Norte, 2.03 am: Un hombre recibe de su mejor amigo un tiro en la cara.
Cada día, de media, 313 personas en Estados Unidos son alcanzadas por disparos de armas de fuego. De ellas, 103 morirán. 95 habrán sido tiroteadas por alguien con intención de matarles pero sobrevivirán a las heridas. 37 serán asesinadas a sangre fría. 63 se suicidarán con un arma de fuego. 10 intentarán acabar con su vida de esa manera pero sobrevivirán. Una persona morirá porque estará en el lugar equivocado en el momento equivocado cuando una bala se les cruce en el camino. Otra morirá por lo que se denomina “una intervención legal”, aquella que sucede cuando quien dispara es la policía u otro representante de las fuerzas del orden… Cuatro más sufrirán esa experiencia pero vivirán para contarlo… Los datos pertenecen al Centro de Control de Enfermedades (CDC en sus siglas en inglés), que solo tiene algunas cifras, no todas, actualizadas hasta 2018. No existe un registro nacional específico sobre esta lacra social. Los suicidios con arma de fuego suelen quedar fuera de los informativos e incluso fuera de la base de datos de la policía. Pero la plaga existe.
Walker Wallace, 27 años, afroamericano, caía abatido el pasado lunes por la policía en una mala calle de Filadelfia mientras blandía errático un cuchillo en la mano. La gente que contemplaba y grababa el momento gritaba a los agentes que Wallace tenía sus capacidades mentales mermadas. De poco sirvieron las advertencias, un policía dio la orden de disparar. Hasta 14 balas impactaron en el cuerpo del joven, que moría poco después en el hospital por las heridas de los disparos.
Una vez más en este año 2020, las calles de una ciudad de Estados Unidos, en esta ocasión Filadelfia, se han incendiado, han vivido protestas y saqueos. El daño todavía es visible en Aramingo Avenue. Y en la calle 52 a la altura del corredor comercial. Y en la calle 55 con Pine. Más patrullas de policía de las habituales circulan durante el día para mantener el orden en West Philadelphia. La copiosa lluvia no ha logrado borrar las huellas de varios días de disturbios. Tampoco, ha borrado el enfado de la gente. “Nos están matando, ni a los perros se les trata así”, dice con rabia Kenisha Jones, que ha acudido a la rueda de prensa que la familia Wallace ofreció este jueves junto al Ayuntamiento de Filadelfia.
La madre de Wallace, Kathy Brant, escucha las preguntas de los periodistas sobre si se publicará el vídeo con la muerte de su hijo. Brant no logra mantener el ánimo, ni las lágrimas, y tiene que abandonar el podio durante unos minutos. “Todo el mundo tiene derecho a la vida sea cual sea su color de piel”, dice el padre del joven muerto, a quien dio su mismo nombre, Walter. “Quiero justicia para mi hijo”. El miércoles, dos días después de la muerte de Wallace a manos de la policía, su mujer, Dominique, dio a luz a una niña llamada Ashonna Winter Wallace. El bebé era el noveno hijo de Wallace.
Estados Unidos es un polvorín con cerca de 400 millones de armas en manos de una población que no llega a los 330 millones. Solo en los primeros seis meses de 2020 se vendieron 19 millones de armas, casi el doble que en el mismo periodo del año anterior, según Small Arms Survey. Aunque solo representa el 4,4% de la población mundial, EE UU tiene en de sus fronteras un 46% de la población civil que posee al menos un arma. Según datos del CDC, en el último medio siglo ha muerto más gente en Estados Unidos por disparo de arma de fuego que por todas sus guerras juntas.
Arlington, Texas, 7.25 am: Un hombre mata de un disparo a su exnovia en su coche después de que dejara a sus hijos en el colegio.
Boone County, West Virginia, 10-10.30 am: Un hombre recibe un disparo en una pelea con su primo, quien portaba un rifle AR-15.
Fort Myers, Florida, 12.09 pm: Un adolescente de 17 años sube con un arma al autobús escolar.
Desde las zonas rurales hasta las grandes metrópolis, una desenfrenada compra de armas recorre desde hace meses Estados Unidos. Se trata del reflejo de la creciente angustia por la pandemia, el racismo imperante en una sociedad que no ha superado su pecado fundacional y en medio de un clima político de máxima tensión que han exacerbado una violencia que ya existía. No hay sociedad que resista la posibilidad de tener armas y no dispararlas. Y Estados Unidos es una sociedad armada.
Los ocho minutos y 46 segundos de agonía de George Floyd, asfixiado en mayo bajo la rodilla de un policía blanco hizo que Estados Unidos viviera una ola de protestas antirracistas, en ocasiones violentas, desconocidas desde la época de la lucha por los derechos civiles en la década de los sesenta. La Casa Blanca de Donald Trump no estuvo a la altura: azuzó el miedo y denunció un caos orquestado por la extrema izquierda para usar la situación con fines electoralistas y prometer restablecer “la ley y el orden” si lograba un segundo mandato en las elecciones del próximo martes.
Jacksonville, Florida, 15.07 pm: Un hombre cae abatido por las fuerzas del orden durante un robo.
Pevely, Missouri, hora desconocida: Se suicida una persona de un tiro en la boca.
Visalia, California, poco antes de las seis de la tarde: Un niño pequeño encuentra el arma de su padre en el coche y se dispara en la cabeza.
Frente al lema del Black Lives Matter que ha tenido su apogeo con la muerte de Floyd, muchos coches en Filadelfia portan pegatinas en sus vehículos que leen Police Lives Matters, que reivindican que importan la vida de sus agentes. En la mayoría de los casos se trata de agentes del orden frustrados con la situación actual. “No somos asesinos”, declara Nathan Donnet subiéndose su chaqueta sobre la cabeza para protegerse de la lluvia. “Nunca es una decisión fácil disparar a alguien, pero no sabemos si el sospechoso va armado y nos va a tumbar de un tiro antes de que le esposemos”, justifica.
Donnet no sabe muy bien a quién va a dar su voto todavía pero confiesa que no votó por Barack Obama en 2008 porque sabía que quería anular la Segunda Enmienda de la Constitución, aquella escrita en 1791 y que garantiza el derecho de los ciudadanos a portar armas. “Las armas son tan americanas como el pastel de manzana”, dice orgulloso el policía, de 56 años. A Donnet le preocupa cómo reaccionarán las fuerzas extremistas en caso de que el resultado del 3 de noviembre se retrase o sea cuestionado. “Si Trump no es elegido temo que algo malo puede pasar”.
Ese sentimiento existe, no solo en la mente de Donnet. La cadena de supermercados Walmart decidió el pasado jueves retirar de sus estanterías las armas y la munición por temor a posibles episodios de violencia y saqueos, como si se preparara para una ola de movilización social en lugar de unas elecciones. La empresa tomó la decisión después de que una de sus tiendas fuera saqueada esta semana en Filadelfia tras la muerte de Walter Wallace. Podrán seguir comprándose armas y municiones, por supuesto, pero no estarán a la vista. Al día siguiente, el viernes, Walmart daba marchas atrás, justificando su decisión en que “los incidentes habían sido aislados”.
Nashville, Carolina del Norte, 19.30 pm: Un niño de siete años queda paralizado mientras jugaba tras recibir un tiro desde un coche en marcha en un ajuste de cuentas entre bandas.
Washington, D.C.: 22.49 pm: Un muerto por bala en un establecimiento 7/11 debido a una discusión.
Spokane, Washington, 22.35 pm: Un hombre tirotea a una mujer que le dio un puñetazo por un mensaje colgado en Facebook que no le gustaba.
Todos los ejemplos son del pasado 5 de septiembre, cuando el diario The Washington Post recopiló, tras una ardua investigación basada en los datos del CDC, los tiroteos acontecidos aquel día. Fue un día cualquiera, en el que murieron 113 personas. O un día más en el país con una pandemia de violencia armada que nunca acaba.
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