Donald Trump, personaje de Lewis Carroll
Con el virus metido en casa y en su cuerpo, el presidente de EE UU no sabe qué será de él, ni siquiera si llegara al día de las elecciones como candidato presidencial o se desvanecerá de pronto como el gato del cuento
Según Jared Kushner, el yerno de Trump, hay que leer Alicia en el país de las maravillas para entender a su suegro y prestar además especial atención a uno de sus extraños personajes, el gato de Cheshire, un sonriente animal que puede desvanecerse y dejar como único rastro su sonrisa. Un capítulo de Rage, el libro de Bob Woodward, está dedicado a recoger las ideas de Kushner sobre la personalidad de Trump, que se resumen en una frase del famoso gato del cuento de Lewis Carroll: “Si no sabes adónde vas, seguro que el camino que has escogido te llevará allí”.
La estrategia de Trump es la resistencia y la persistencia, no la dirección, le señala Kushner a Woodward. Junto a su esposa Ivanka, nadie conoce mejor ni tiene mayor influencia sobre el presidente. Siendo totalmente errático e impredecible, “no se sabe dónde están sus límites”. “No es sólido, sino fluido, y esta es su fuerza”, remata. “Kushner adora a su suegro y actúa como su más fiel admirador y fervoroso creyente”, dice el periodista. Como director en la sombra de la campaña electoral, confiesa que el secreto del éxito estriba en mantenerle siempre a la ofensiva, en el centro del escenario, sin dejar protagonismo para nadie más.
Las numerosas entrevistas realizadas por el periodista para escribir su libro, 17 de ellas con el propio Trump, terminaron a principios de julio, cuando nadie podía prever que el presidente enfermaría de la covid-19 y la Casa Blanca y el Pentágono se convertirían en destacados focos de contagio. A cuatro semanas de la jornada electoral, la estrategia trumpista ha conseguido sorprender y desbordar a sus propios protagonistas, Kushner incluido.
Las prioridades electorales trumpistas pueden cambiar ahora varias veces en una misma jornada. Si a la salida del hospital Walter Reed se presentó como un valiente y humilde comandante en jefe que ha combatido el virus en persona, a su llegada a la Casa Blanca se arrancó la mascarilla y compareció como desafiante negacionista respecto a la peligrosidad de la pandemia. El último quiebro ha sido la orden de paralizar las negociaciones con los demócratas para la aprobación de un paquete billonario de ayudas a la economía hasta después de las elecciones y luego su inmediata corrección ante la reacción horrorizada de los republicanos y la caída de las bolsas.
Desatado ayer en las redes sociales, gracias al confinamiento, y enredado en la tela de araña de sus propias mentiras, son visibles las dificultades de Trump para orientarse, atribuibles según sus adversarios a la intensa medicación que ha recibido. No quiere que la pandemia ocupe la actualidad hasta el 3 de noviembre y prefiere esgrimir en su lugar los futuros e improbables éxitos económicos o el bastón amenazador de la ley y el orden. Con el virus metido en casa y en su cuerpo, no sabe qué será de él, ni siquiera si llegara al día de las elecciones como candidato presidencial o se desvanecerá de pronto como el gato del cuento, dejando tras de sí, en vez de la sonrisa gatuna, su desesperante mechón oxigenado.
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