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David Fritz, víctima del Bataclan: “La peor herida del superviviente es la culpabilidad”

El fotógrafo francochileno, que pasó dos horas y media en un pasillo con otras 11 personas y un terrorista, cree que es hora de pasar página y dejar de ser víctima en el décimo aniversario del mayor atentado terrorista en la historia de Francia

Daniel Verdú

La amistad es un sentimiento extraño que se forja con los años, pero también en dos horas y media a fuerza de experiencias extremas. David Fritz Goeppinger (Pucón, Chile, 33 años) conoció a algunos de sus mejores amigos la noche del 13 de noviembre de 2015 en un pasillo de la sala Bataclan, donde aguardaban la entrada de un comando de asalto de la policía con un terrorista con una AK-47 y un cinturón de explosivos. Poco antes, había pasado una decena larga de minutos colgado de una ventana del edificio de la sala de conciertos junto a otras dos víctimas de lo que sería el mayor atentado terrorista de la historia de Francia.

“Sabía que no podía hacer otra cosa. Y fue una buena idea, porque estoy vivo. Comencé a hablar con la persona que tenía al lado. Con Sébastien, que hoy es un gran amigo. Le pregunté como se llamaba, le di la mano y le dije que todo iría bien. Todavía hoy me pregunta por qué dije eso”, explica a EL PAÍS en una cafetería junto al Sena.

Fritz, hijo de inmigrantes chilenos, fotógrafo profesional, escritor, fue esa noche a ver los Eagles of Death Metal, como las otras 1.500 personas que se encontraban en la sala. Pero el concierto quedó interrumpido de golpe. En una acción sincronizada entre las 21.20 del viernes y las 01.40 del sábado, tres comandos de nueve hombres con armas automáticas y cinturones explosivos mataron a 130 personas y dejaron 350 heridos; 90 personas perdieron la vida en el Bataclan. En varias terrazas y restaurantes del distrito 10 y 11 de París, otras 39. En el Stade de France, una más. El grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), que controlaba todavía ciudades como Raqa, en Siria, o Mosul, en Irak, reivindicó los ataques horas después. Era una respuesta, anunciaron, a la participación de Francia en la coalición internacional que bombardeaba sus posiciones en los dos países árabes.

Él no conocía el motivo. Pero podía imaginarlo. Durante la toma de rehenes, uno de los secuestradores le preguntó su opinión sobre François Hollande, entonces presidente de la República. La cuestión no era inocente. Los terroristas le atribuían la participación de Francia en aquella coalición militar en Siria. Y él rechazó pronunciarse alegando que era chileno. “Tenía miedo, y volví a lo más básico. Fue una manera de protegerme, no mentí. Pero yo crecí en Francia, hice la escuela aquí, hablo francés… pero le dije que era chileno. Era como decirle que no iba conmigo. Por eso, después del Bataclan, tuve la necesidad de obtener la nacionalidad francesa, de reconciliarme con una parte de mi personalidad”.

Fritz trabajaba en aquella época como camarero. Tenía su vida montada. Pero cuando sonaban los primeros acordes de Kiss the devil se rompió en 1.000 pedazos. Y lo peor es que fue incapaz de recibir consuelo de la gente que le quería. “Estuve viendo siete años a una psicóloga que trabajaba con la BRI [la unidad especial de asalto de la policía]. Ella conocía muy bien el tema del terrorismo y conocía los síntomas que provoca, como el estrés postraumático: la hipervigilancia, la angustia, el insomnio… ¿Sabes? Todavía registro todo lo que veo y escucho de una forma inconsciente".

Puede recordarlo todo minuto por minuto. La entrada en la sala, los primeros disparos, las caras de la gente, el tiempo que estuvo colgando de la cornisa. Los olores, las conversaciones, el miedo extremo. “Pero lo que permanece sobre todo no es la toma de rehenes, sino el momento de salir al pasillo. Yo pensaba que había pasado todo, pero cuando bajamos al primer piso vi casi 90 personas muertas en el foso. Eso es lo que queda, la imagen terrible que destruye todo dentro de ti. Y ahí se abre la peor herida, que es la culpabilidad del superviviente”.

Fritz forma parte de ese club del que ninguno de sus miembros querría ser socio, como suele decir. Entonces tenía 23 años. Y una pasión por la música, por un cierto tipo de música, que, en parte, funcionó como hilo conductor con sus nuevos amigos. Un grupo de 12 personas al que bautizaron como potages: la contracción entre pote (amigo) y otage (rehén). Su historia, la de cómo aprender a vivir después de aquello, la contó él mismo en dos libros —Un jour dans notre vie (Un día en nuestra vida, editorial Pygmalion) y Il fallait vivre (Había que vivir, Leduc). Pero también es la llave de vuelta de Des Vivants una fabulosa serie que acaba de emitir France TV y en la que él ha participado como asesor. “Cuenta muy bien lo que pasó. Pero lo más importante ya no es tanto lo que ocurrió, sino lo que provocó en nosotros. Lo que sucede en la vida de una víctima cuando sale de un atentado: su vida social, laboral, sexual… Uno nunca piensa que la ansiedad, el estrés postraumático, sale en cualquier momento”.

Los potages sobrevivieron, pero atravesaron un calvario emocional que solo encontraba resuello en las consultas de los psiquiatras y compartiendo su historia entre ellos. “Uno pierde la facultad de hablar y de contar. Por eso escribí este libro y el anterior. Podía hablar con mi psicóloga y poco más. Por eso cuando empecé a reunirme con las otras víctimas pude hacerlo. Es una solidaridad franca, es algo sobrenatural. Yo antes de aquello tenía un cumpleaños, ahora tengo dos. Y lo comparto con todas esas personas”.

Los recuerdos se amontonan, pero casi siempre tienen el aspecto de fondo de la sala donde ocurrió todo. ¿Tenía que haber cerrado la sala? “Fue difícil. Abrieron 364 días después del atentado. Para mí el Bataclan era mío. No me parecía posible que volviera a la normalidad. Pero con el tiempo entendí que la sala ya existía antes y necesitaba existir después. Lo que no puedo, a diferencia de otros compañeros, es volver a ir a ver un concierto. Pero me parece bien y estoy contento que pueda ir otra gente. De lo contrario, destruirían el lugar y se olvidaría la historia”.

El jueves se celebrará un gran homenaje en el centro de París que presidirán las víctimas y el presidente de la República, Emmanuel Macron. El juicio ayudó a cerrar algunas heridas. Pero 10 años después toca hacerlo definitivamente. “Testificar en el proceso tuvo efecto. La justicia respondió. Y yo, como víctima, dejé de ser útil. Mi palabra sirvió. Después de eso llegaron los escombros. Y desde ahí hubo que reconstruir, volver a la psicóloga. Mi idea ahora es ser una víctima jubilada. Ser víctima no es una profesión, así que hay que superar esa fase”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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