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Brendan Carr, Jimmy Kimmel y las contradicciones del discurso de Trump sobre la libertad de expresión

La presión del presidente del regulador de las comunicaciones para suspender el programa del cómico en ABC abre un debate sobre la Primera Enmienda en Estados Unidos

Iker Seisdedos

Brendan Carr fue el experto escogido para escribir sobre la reforma de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC son sus siglas en inglés) en un documento de 887 páginas titulado Proyecto 2025. Lo publicó en 2023 un think tank MAGA de Washington para que sirviera de bitácora de la revolución conservadora de Donald Trump llegado el caso de que este retomara el poder. El texto de Carr, en el que urgía al “control” de la agencia de “las grandes tecnológicas” para evitar la persecución de los valores de la derecha, comenzaba así: “La FCC debería promover la libertad de expresión”.

Esas ocho palabras volvieron este miércoles como un bumerán contra Carr, abogado de carrera, funcionario desde 2012 del regulador de las comunicaciones de Estados Unidos, persona leal a Trump y, desde enero, presidente de la FCC. Fue cuando la cadena ABC anunció la suspensión indefinida del cómico Jimmy Kimmel por un comentario sobre Charlie Kirk, líder juvenil MAGA (Make America Great Again, el lema trumpista) asesinado la semana pasada mientras ejercía un derecho reconocido en la Primera Enmienda.

Pero fue, sobre todo, a las pocas horas de que Carr amenazara a la mayor cadena de emisoras locales de televisión del país, Nexstar, afiliada a la ABC. “Podemos hacerlo por las buenas o por las malas”, dijo. O sacaban a Kimmel de antena, o lo haría la FCC. Nexstar está pendiente del permiso de esa agencia para comprar su competidora por 6.200 millones de dólares [unos 5.280 millones de euros], así que sus dueños prefieren dejar caer al cómico. ABC, propiedad de Disney, tardó poco en seguir el ejemplo.

La presión de una agencia federal para silenciar a un crítico del presidente cuenta con pocos precedentes en un país en el que se recuerda con orgullo que un abogado judío llamado Aryeh Neier hizo historia en 1977 al defender el derecho del partido nazi estadounidense de manifestarse en Skokie (Illinois), la localidad con la mayor comunidad de supervivientes del Holocausto después de Nueva York.

Como licenciado en Derecho y doctor en jurisprudencia, Carr conoce sin duda ese precedente, y, a juzgar por un puñado de tuits pasados, lo respeta. O respetaba. En 2019, escribió: “¿Censurar un discurso legal basado en su contenido? Estoy con la Primera Enmienda”. En 2023: “La libertad de expresión es el contrapeso del Gobierno. Por eso la censura es el sueño del autoritario”.

Aunque el mensaje más llamativo tal vez sea este, de febrero de 2020: “La sátira política es la más antigua e importante forma de libertad de expresión”.

Trump, que en su toma de posesión proclamó que “nunca más se utilizará el inmenso poder del Estado para perseguir a los oponentes políticos”, respondió este viernes a las críticas a Carr definiéndolo como un “increíble y valiente patriota”. E insistió en un mensaje del día anterior, cuando dijo a los reporteros que, dado que “las cadenas” están en su contra “en un 97%”, “tal vez no sea mala idea” quitarles las licencias, porque, añadió después, “las usan ilegalmente, incorrectamente y a propósito de una manera horrible” al criticarlo a él. [La cifra del 97% es errónea: según cálculos de una firma de análisis conservadora llamada Media Research Center, el porcentaje de noticias que hablaron mal del futuro presidente en campaña fue del 92%].

Esos comentarios los provocó un reportero de ABC, que pidió a Trump una opinión sobre a las declaraciones de uno de sus más firmes defensores, el senador Ted Cruz, que cuestionó en su pódcast el papel de Carr, y, por extensión, la reacción de destacados miembros de la Administración como respuesta al asesinato de Kirk.

Y ahí entra el vicepresidente J. D. Vance, excampeón de la libertad de expresión, asunto sobre el que ha dado lecciones a los países europeos hasta que esta semana prometió estrangular a entidades sin ánimo de lucro por financiar organizaciones de izquierda. O la fiscal general, Pam Bondi, que lanzó la idea de crear un tipo legal inexistente en Estados Unidos para perseguir los “discursos de odio” de quienes en este momento de duelo celebran o disculpan desde la izquierda o la extrema izquierda el asesinato de Kirk por sus ideas ultraconservadoras.

Cruz argumentó que “si el Gobierno empieza a decir ‘te quitaremos la licencia si no dices lo que nos gusta’, acabará siendo malo para los conservadores”, porque “llegará el momento en que un demócrata ganará la Casa Blanca”. “Nos silenciarán, usarán ese poder, y lo harán sin piedad”, añadió el senador, que criticó las formas del presidente de la FCC, especialmente la ya famosa frase de “lo haremos por las buenas o por las malas”. “Parece sacado de [la película de Martin Scorsese] Uno de los nuestros. Suena a mafioso entrando en un bar y diciendo: ‘Qué buen bar, sería una pena que le pasara algo”. En esta última parte, Cruz imitó el acento de una película de gánsteres.

El senador tejano no ha sido la única destacada voz MAGA en contradecir a Trump en este asunto. El influencer ultra Ben Shapiro dio la voz de alarma, mientras que el locutor Tucker Carlson invitó a la “desobediencia civil si la idea del discurso de odio prospera”.

A Katie Fallow, abogada experta en libertad de expresión y directora adjunta del Instituto Knight de la Universidad de Columbia, no le extraña. No solo porque “gran parte de la energía MAGA proviene de su defensa de la libertad de expresión frente a la cultura de la cancelación de la izquierda”, sino porque “cualquier merma en ese derecho que favorezca a quien está en el poder, se puede volver en contra”.

La suspensión de Kimmel, por lo demás, ha vuelto a mostrar la fractura de la sociedad estadounidense y la cortedad de la memoria política. Mientras los demócratas se indignan por los ataques a los medios, y un editorial de The Wall Street Journal les da la “razón en su indignación”, pero les recuerda que “tendrían más credibilidad si admitieran sus propios intentos recientes de expandir el poder federal sobre los medios de comunicación, la web y el discurso político” para combatir la “desinformación”, la derecha argumenta que se trata de una decisión empresarial, que, como defiende el presidente, las audiencias del cómico eran “terribles” y que si Nexstar no quiere poner a Kimmel es porque en una vasta porción del territorio estadounidense, esa que solía llamarse Middle America y ahora Territorio Trump, los televidentes están hartos del “foie-gras liberal de Nueva York y Los Ángeles”.

Otros muchos se han entregado a un deporte dialéctico que no solo hace furor en Estados Unidos y aquí se conoce como el whataboutism (por “what about?” o, en español, “¿y qué me dices de?”). ¿Dónde estaban los que ahora se rasgan las vestiduras por la cancelación de un cómico cuando expulsaron a Trump de X por difundir el bulo del robo electoral de las elecciones de 2020? ¿O cuando a Roseanne Barr, actriz de comedia reconvertida en heroína MAGA, la echaron de ABC por hacer un comentario racista sobre Valerie Jarrett, colaboradora del expresidente Barack Obama?

“En nuestro sistema”, explica Fallow, la experta en la Primera Enmienda, “comentarios ofensivos como ese están plenamente protegidos, porque se prima la libertad de pensamiento y de expresión para que los ciudadanos puedan defenderse frente a los desmanes del Gobierno”.

Están “plenamente protegidos”. O estaban. En la era de Trump, eso tampoco se puede dar por sentado con Brendan Carr al frente de la FCC y con el presidente buscando venganza a golpe de señalar reporteros incómodos y poner demandas. Hasta el momento, ha llevado a los tribunales a dos televisiones, ABC y CBS, que claudicaron, y a tres periódicos: el Des Moines Register, The New York Times y The Wall Street Journal.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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