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Líbano intenta levantarse entre las ruinas del conflicto

El país busca formar un nuevo Gobierno para salir de la crisis y evitar nuevos enfrentamientos con Israel

Husein Awad inspecciona lo que ha quedado de su casa, que construyó en los años 90, en el sureño poblado libanés El Jiam.
Husein Awad inspecciona lo que ha quedado de su casa, que construyó en los años 90, en el sureño poblado libanés El Jiam.Natalia Sancha
Natalia Sancha

Hussein Awad ha conducido durante tres horas desde Beirut hasta el sureño pueblo libanés de El Jiam. Sus vecinos retornan por primera vez a ver sus hogares conforme los soldados libaneses se despliegan allá donde se repliegan los israelíes tras 13 meses de guerra y dos de tregua entre Israel y la milicia-partido chií Hezbolá. De la casa de Awad apenas queda una fachada después de que un misil israelí impactara sobre el tejado, dejando un enorme boquete allá donde hace poco más de un año cenaba con su mujer e hijos. “Yo estoy en contra de la guerra, pero no vamos a aceptar que los israelíes se queden con nuestras casas. La gente está enfadada y el ejército [libanés] tampoco ha logrado que se retiren”, asegura Awad, de 45 años, mientras inspecciona lo que queda de su vivienda.

Entre los restos de El Jiam, aparte de polvo, se mastica una mezcla de impotencia, tristeza y hartazgo. La aviación israelí se ha ensañado con lo que era uno de los bastiones de Hezbolá por su proximidad a la frontera entre ambos países, incluso durante los dos meses de alto el fuego. Ataviadas de negro y con los ojos enrojecidos por el insomnio, varias madres y viudas rezan por primera vez sobre pósteres con los rostros de sus maridos o hijos que marcan los puntos donde cayeron en combate. Para algunas se trata del segundo hijo que desentierran de los escombros para volver a enterrarlo. Israel asegura haber matado a más de 3.000 “terroristas” en Líbano en los ataques que se desencadenaron entre ambos países tras iniciarse la ofensiva sobre Gaza. Los vecinos de El Jiam dicen que allí más de un centenar cayeron como mártires.

Nacido como movimiento de resistencia frente a la invasión israelí del sur del Líbano en 1982, el Partido de Dios logró capitalizar como victorias las retiradas de las tropas israelíes en 2000 y 2006. En esta confrontación, la más destructiva, el despliegue de imágenes de mártires y banderas amarillas sobre montañas de escombros ofrecen una sombría estampa. Difícil coyuntura para Hezbolá de cara a su comunidad por la derrota militar y ante una mayoría de la población libanesa, que rechaza ser arrastrada de nuevo a la guerra contra un enemigo que saben mejor armado y respaldado por Donald Trump.

Varias mujeres ante un cartel de milicianos de Hezbolá fallecidos, en El Jiam, a finales de enero.
Varias mujeres ante un cartel de milicianos de Hezbolá fallecidos, en El Jiam, a finales de enero. Natalia Sancha

Una oportunidad para Líbano

La mediación y presiones de París y Washington lograron forzar el pasado 27 de noviembre un acuerdo entre Hezbolá e Israel. Ahora pujan por la formación de un nuevo Gobierno en Líbano capaz de implementar la resolución 1701 de la ONU con el desarme de Hezbolá y el despliegue de 10.000 soldados libaneses al sur del río Litani y relanzar las negociaciones para demarcar unas fronteras definitivas con Israel. “Líbano dispone de una oportunidad única para dejar atrás décadas de guerra con Israel porque las capacidades militares de Hezbolá han sido drásticamente mermadas en el país y en la región”, explica un miembro del Gobierno interino en Beirut, que tiene vetado hacer declaraciones oficiales. “Pero la negativa israelí a retirarse de todo el territorio mantiene viva la raison d’être de Hezbolá [la lucha contra la ocupación israelí], al tiempo que resta legitimidad al ejército libanés en la mesa de negociaciones”, estima. Israel ha pospuesto su retirada de una docena de localidades cercanas a la frontera para el 18 de febrero, argumentando que la milicia aún mantiene depósitos de armas en el sur. Hezbolá acusa a los israelíes de violar en cientos de ocasiones la tregua y denuncia que queden impunes ataques contra los cascos azules y soldados libaneses.

En la localidad de Burj al Muluk, en la frontera con Israel, los tanques libaneses se interponen entre uniformados israelíes y vecinos decididos a retornar a sus casas. Desde el lado israelí silban las balas. Les siguen sirenas de ambulancias. El 26 de enero, día en que debía efectuarse la retirada israelí, el balance se cierra con 24 libaneses muertos, entre ellos un soldado y un paramédico, y más de 130 heridos por disparos en poblaciones aún ocupadas. Las tensiones en la frontera sur preocupan a la clase política, que teme que la guerra se reanude, esta vez a causa de choques entre civiles y tropas israelíes, arrastrando al ejército libanés.

Un niño camina sobre los escombros y restos de edificios bombardeados por cazas israelíes en el periférico barrio de Dahiye, al sur de Beirut, bastión de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá asesinado el 27 de noviembre por Israel.
Un niño camina sobre los escombros y restos de edificios bombardeados por cazas israelíes en el periférico barrio de Dahiye, al sur de Beirut, bastión de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá asesinado el 27 de noviembre por Israel.Natalia Sancha

Las Fuerzas Armadas Libanesas gozan del respeto de los ciudadanos y representan la unidad nacional en un país fragmentado por las distintas confesiones religiosas. Ha sido precisamente su comandante, Joseph Aoun, el candidato que ha logrado poner fin al vacío de dos años en la presidencia el mes pasado. Con Hezbolá debilitado y un nuevo mandatario, numerosas delegaciones europeas, del Golfo o EE UU han desfilado por el aeropuerto de Beirut para presionar por una rápida formación del Gobierno y ofrecer en contrapartida la esperada financiación para el ejército y la reconstrucción tras los bombardeos.

No obstante, las principales fuerzas políticas llevan semanas enfrascadas en unas negociaciones que se ven encorsetadas por el complejo sistema de reparto del poder político basado en cuotas confesionales. Los dos partidos chiíes, Amal y Hezbolá, piden que, de entre las cinco carteras que les corresponden, se les adjudique la de Finanzas, clave para aprobar o vetar los presupuestos del Estado. Los ciudadanos siguen las noticias entre repuntes de optimismo y un desengaño crónico hacia una élite política a la que acusan de ser corrupta y hacen responsable del corralito que llevó al país a la bancarrota en 2019.

Hezbolá en el punto de mira

“Hoy la guerra ya no es una opción para Hezbolá, debilitado militarmente”, afirma Maha Yahia, directora del centro de análisis Carnegie en Beirut. La comunidad chií ha sido el principal objetivo de los bombardeos indiscriminados de la aviación israelí, en contraste con la precisión quirúrgica que han mostrado sus cazas en zonas de mayoría cristiana o suní. Conforman el grueso de los 1,2 millones de personas que fueron desplazadas y de los más de 4.000 muertos y 17.000 heridos contabilizados. “Hezbolá quiere participar en el nuevo Gobierno para mantener, junto a Amal, la hegemonía en la representación del electorado chií. Necesitan de las estructuras y fondos del Estado para hacer frente a la reconstrucción y responder ante su comunidad con vistas a los próximos comicios parlamentarios”, explica sobre el brazo político de Hezbolá, hoy en el bloque de oposición. Las asociaciones benéficas de Hezbolá son las únicas que han comenzado a indemnizar a los damnificados por los bombardeos.

Entre guerra y tregua, las tensiones sociales en clave confesional también se han acentuado en el país. Los detractores de Hezbolá les acusan de ser un peón de Irán y de haber arrastrado a Líbano a conflictos ajenos como la defensa de Bachar el Asad en Siria (ya derrocado), o de Hamás en Gaza. Los partidarios del partido chií les recuerdan que fue la “resistencia armada” la que frenó la expansión del grupo Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) desde Siria a Líbano en 2017 y la que lucha hoy contra la “ocupación sionista” en el sur.

“Hemos sufrido un golpe muy duro”, admite un miliciano de Hezbolá entre sorbos de té en Dahiye, concurrida barriada de mayoría chíi al sur de Beirut. “Que no seamos visibles ahora no quiere decir que vayamos a desaparecer”, prosigue alzando la voz sobre el chirriar de grúas que retiran escombros de la calle. Afirma que no tienen hoy combatientes en Siria y habla del “sabotaje terrorista” de miles de buscas y walkie-talkies que explotaron en septiembre pasado tras intervenirlos la inteligencia israelí y que ha dejado a tres de sus amigos ciegos entre los 3.000 heridos. Pero sobre todo habla de orfandad tras la operación de asesinato por Israel (el mismo mes) de su máximo líder, Hasan Nasralá, que ha dejado un enorme cráter a pocas calles de ahí y que este combatiente adjudica a la supuesta traición de un responsable del servicio de ventilación subterránea del edificio en el que se encontraba el cabecilla. El jeque Nasralá lideró el movimiento bicéfalo durante más de tres décadas diseñando la estrategia política en su vertiente doméstica en Líbano y la expansión regional de su brazo armado en Siria, Yemen e Irak, gracias a la financiación iraní.

La ciudad de Nabatiye, en el sur de Líbano, aprovecha los dos meses de tregua para comenzar a retirar toneladas de escombros de sus calles.
La ciudad de Nabatiye, en el sur de Líbano, aprovecha los dos meses de tregua para comenzar a retirar toneladas de escombros de sus calles.Natalia Sancha

“El asesinato de Nasralá no es una buena noticia para Líbano porque no era un mero soldado de Irán, sino un consejero político con mucha influencia sobre las decisiones en Líbano y en la región”, apunta, por su parte, un exdiputado libanés que pide anonimato en Beirut y que pronostica una creciente iranización de Hezbolá con el nuevo liderazgo.

Acusadas de ser un “Estado dentro del Estado”, las asociaciones afiliadas a Hezbolá suplen la ausencia de ayudas estatales en el sur del país. Incluso aquellos chiíes que no comulgan con el partido, recurren a él a falta de alternativa. En la sureña localidad de Nabatye, varias personas hacen cola delante de una oficina habilitada en el hueco que ha quedado entre el esqueleto de una casa y una tienda de ropa. Un hombre con un pin de Nasralá en la solapa atiende en una mesa de plástico. Quien haya perdido por completo su casa recibirá 300 dólares por metro cuadrado y durante el primer año de reconstrucción unos 8.000 dólares para la compra de mobiliario y 4.000 para alquileres, explica el hombre. A diferencia de 2006, en estas oficinas se entregan hoy cheques y no maletines llenos de dólares. A falta de inversión extranjera y perdidos todos los ahorros en el corralito, las remesas de la diáspora libanesa mantienen a flote al libanés de a pie. Razón por la que en Beirut se ven hoy más agencias de recepción de divisas que puestos de shawarma.

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