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Rusia negocia con las nuevas autoridades de Siria mantener sus bases en el país, de las que depende para enviar tropas y armas a África

El Kremlin suaviza su lenguaje al hablar de los que han derrocado a El Asad como “opositores” en lugar de “terroristas”, en una muestra de la necesidad de Moscú de respetar su presencia en el puerto de Tartús y en el aeródromo de Jmeimim

Una imagen de satélite de la base naval rusa en Tartús muestra que varios navíos se alejaron a unos ocho kilómetros de sus muelles el pasado 9 de diciembre.Foto: PLANET LABS INC. (via REUTERS) | Vídeo: epv
Javier G. Cuesta

La precipitada huida del exdictador sirio Bachar el Asad ha dejado fuera de juego a Moscú. “En las últimas 24 horas, aviones de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia y de la Fuerza Aérea Siria lanzaron ataques con misiles y bombas (...) más de 300 terroristas, 55 vehículos y un depósito fueron liquidados”, decía el último parte de guerra ruso horas antes de que su aliado pusiera tierra de por medio. Un día después, el vocabulario del Kremlin y sus canales de propaganda cambiaba: ya no hablaba de “terroristas”, sino de “rebeldes” y “opositores”. El motivo es sencillo: Moscú negocia con los nuevos dueños de Siria, país que alberga las únicas bases que permiten al país eslavo enviar tropas y armas a África y a otros clientes de Oriente Próximo.

“Ha llegado el momento de realizar un análisis profundo de los acontecimientos, pero todavía es difícil predecir el resultado final que seguirá después de este periodo de incertidumbre”, ha respondido este martes de manera enigmática el portavoz del presidente Vladímir Putin, Dmitri Peskov, sobre el futuro de la presencia rusa en Siria. El diario norteamericano The Wall Street Journal ha publicado que, en las negociaciones a tres bandas de Rusia, Turquía e Irán del pasado 7 de diciembre, Moscú recibió garantías de que sus bases no serán atacadas durante la transición siria.

La colaboración militar con la dictadura siria se remonta a hace más de medio siglo. El Kremlin y el padre del expresidente fugado, Hafez el Asad, sellaron en 1971 un pacto por el que la flota soviética contaría con un puerto en Tartús para reponer su combustible y ser reparada. Estas instalaciones son, oficialmente, el único Centro de Apoyo Logístico de la Armada rusa en el exterior —el puerto de Sebastopol fue anexionado por Moscú ilegalmente junto con el resto de Crimea en 2014—.

Una imagen de satélite de la base naval rusa en Tartús, el 9 de diciembre.
Una imagen de satélite de la base naval rusa en Tartús, el 9 de diciembre.2024 PLANET LABS INC. (via REUTERS)

El puerto de Tartús estuvo bajo el control del Gobierno sirio hasta 2017. Al comienzo de la guerra civil, en 2011, fue clave en el éxito del “Expreso sirio”, el envío masivo de armas rusas a Damasco con buques que partían del mar Negro. El puerto fue ampliado con nuevas instalaciones y baterías antiaéreas S-300 y S-400 cuando comenzó la intervención directa rusa, en 2015, y dos años después Putin y El Asad firmaron un acuerdo por el que el enclave podía albergar hasta 11 navíos rusos —incluidos nucleares— y su control pasaba a manos de Moscú gratuitamente durante 49 años.

La segunda base rusa en Siria es el aeródromo de Jmeimim, en las inmediaciones de Tartús. Moscú montó las instalaciones sobre el aeropuerto internacional de la ciudad de Jableh al comenzar su intervención militar en 2015. Capaz de operar con los enormes aviones de transporte Il-76 y An-124, por sus pistas han pasado las decenas de miles de tropas del ejército ruso y del Grupo Wagner que combatieron en el país árabe, así como los bombarderos que arrasaron ciudades sirias como Alepo durante la guerra.

Estas instalaciones son fundamentales para el Kremlin por dos motivos. Primero, porque el puerto de Tartús es el único sitio en el que pueden repostar las naves rusas en el Mediterráneo al estar cerrado el paso del Bósforo y no poder atracar en los muelles europeos debido a la invasión de Ucrania. Segundo, porque los aviones que transportan armas y mercenarios a los países de África donde opera la antigua Wagner solo pueden cruzar a través del corredor que sobrevuela el mar Caspio, Irán y la propia Siria, donde hacían escala. Sin ellos, la logística será difícil para operar en naciones costeras como Libia o Mozambique, y un infierno para alcanzar países del interior de África como República Centroafricana o Mali, donde Moscú ha heredado las minas del Grupo Wagner.

“Hemos alzado aquí dos bases permanentes. Si los terroristas vuelven a levantar la cabeza, les golpearemos como nunca antes han visto”, afirmó Putin en la base de Jmeimim en diciembre de 2017 tras proclamar su victoria sobre el Estado Islámico, una de las muchas facciones que combatían en el país. “Regresáis victoriosos a vuestros hogares”, agregó triunfante tras ordenar el repliegue de parte de sus tropas de Siria. Según un recuento de la BBC por fuentes abiertas, al menos 543 militares rusos han muerto en Siria entre 2015 y 2024. El Ministerio de Defensa solo informó de 166 bajas.

Consagración de Wagner

Si el este de Ucrania fue el bautismo de la compañía de mercenarios Wagner en 2014, Siria fue la consagración de la empresa fundada por Yevgueni Prigozhin para acometer las operaciones sucias que el Kremlin no quería reconocer en el exterior. Después de que el empresario perdiera su pulso —y la vida— con el Kremlin el año pasado, Wagner fue absorbida por las Fuerzas Armadas rusas el pasado año y renombrada Afrika Korps —como el ejército de Erwin Rommel, solo que su emblema es un oso en el contorno de África en vez de una palmera con una esvástica—. Ello incluyó no solo sus mercenarios, sino también las minas y refinerías con las que los dictadores pagaban sus servicios a la empresa rusa.

Prigozhin recibió de El Asad una participación del 25% en los yacimientos de gas y petróleo de Siria a través de las empresas Velada y Mercury. Tras explotar el avión del empresario en el aire dos meses después de su rebelión, los negocios pasaron a manos del Ministerio de Defensa.

Asimismo, el entorno del Kremlin también se lucraba con el régimen de El Asad. Una investigación de la plataforma Proyecto de denuncia de la corrupción y el crimen organizado (OCCRP, por sus siglas en inglés) reveló que el dictador adjudicó a un amigo de Putin, el oligarca Guennadi Timchenko, al menos tres plantas de fertilizantes, dos de gas y la construcción de un gasoducto con Egipto. Por otro lado, la empresa estatal rusa Promsyreimport, sancionada por Estados Unidos en 2018, gestiona la exportación de petróleo iraní a Siria, cuya producción propia se hundió por la guerra.

El tabú de la debilidad rusa como potencia

Putin se encolerizó cuando el expresidente estadounidense Barack Obama dijo en marzo de 2014, tras la anexión ilegal de Crimea, que Rusia “es una potencia regional que amenaza a algunos de sus vecinos cercanos”. “Especular sobre otros países de manera irrespetuosa es la forma incorrecta de demostrar el excepcionalismo [americano]”, se reafirmó dos años después el mandatario ruso, cuando su intervención en Siria parecía exitosa y mantenía parte del este de Ucrania bajo control.

La pérdida de Siria ha reabierto ahora un tabú en el oficialismo ruso: Moscú, pese a las afirmaciones de Putin, carece de medios para mantener la política exterior de una superpotencia. La revista oficial del Ministerio de Exteriores ruso ha publicado este martes un artículo del politólogo Fiódor Lukianov en la que afirma que “la definición de Obama de Rusia como potencia regional hoy no parece ofensiva” porque su presencia en Oriente Próximo era insostenible a largo plazo y debe concentrarse en su guerra contra Ucrania. “Rusia ya está actuando [en Siria] como un jugador que no puede recoger la caña de pescar e irse”.

La prensa oficial rusa también ha cambiado su discurso sobre Siria. “Se trata de un hecho ofensivo, molesto e incluso doloroso (...) pero Rusia simplemente no tiene tiempo para esto (...) el conflicto en Ucrania es incomparablemente más importante para nuestro país que Oriente Próximo”, publicaba este martes otro editorial de Moskovski Komsomólets.

“Es imposible estar sentado en dos sillas a la vez, ni peleábamos ni nos íbamos”, dice a este periódico Ruslán Pújov, director del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías (CAST), que saca otra conclusión de Siria para cualquier otro conflicto que se empantane: “Además de agotar los recursos de manera desproporcionada con respecto a los objetivos militares logrados, una guerra larga significa la pérdida de la perspectiva estratégica y concede oportunidades para ganar a los rivales y a otras fuerzas externas”.

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