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Muere a los 96 años Ethel Kennedy, la última superviviente del reino de Camelot

La viuda de Robert F. y madre del excandidato presidencial independiente de igual nombre vivió tragedias como el asesinato de su esposo y la muerte prematura de dos de sus hijos

María Antonia Sánchez-Vallejo
El presidente Barack Obama impone a Ethel Kennedy la Medalla Presidencial de la Libertad, en 2014.
El presidente Barack Obama impone a Ethel Kennedy la Medalla Presidencial de la Libertad, en 2014.MICHAEL REYNOLDS (EFE)

Ethel Kennedy, la última representante de la época dorada de los Kennedy como la única dinastía de EE UU, ha muerto este jueves a los 96 años, según anunció su nieto, Joseph Kennedy III, mediante una publicación en las redes sociales. Defensora de los derechos humanos, fue una católica confesa que logró sobreponerse al asesinato de su marido, Robert F. Kennedy, en 1968 y a la muerte prematura de dos de sus 11 hijos gracias a la fe y la reciedumbre irlandesa del clan del que formaba parte.

“Anunciamos con nuestros corazones llenos de amor el fallecimiento de nuestra increíble abuela, Ethel Kennedy, por complicaciones relacionadas con el derrame cerebral que sufrió la semana pasada”, ha informado el nieto en la red social X (antes Twitter). “En todo momento, la historia de Ethel fue la historia de Estados Unidos”, ha glosado su figura el presidente Joe Biden.

Ethel Kennedy trató de continuar la obra de su marido con la fundación del centro de derechos humanos que lleva su nombre. Compañera del fiscal general durante su frustrada carrera política —siempre en las filas demócratas, la marca política de la familia de la que abjuró su hijo Robert F. Kennedy al presentarse a la Casa Blanca como independiente, para luego apoyar la candidatura de Donald Trump—, acompañó también sus últimos minutos mientras yacía en la cocina de un hotel, mortalmente herido por la bala de un pistolero. Tras el asesinato de su hermano, el presidente John F. Kennedy, cinco años antes, la maldición de los Kennedy se extendía con una mancha de sangre, pero Ethel Kennedy, “matriarca de optimismo y coraje moral, emblema de resistencia y servicio” en palabras de Biden, fue “una columna vertebral de acero” tanto para la familia como para millones de estadounidenses, identificados hipnóticamente con el poder y el drama de la familia.

Tras la “estremecedora muerte” de Robert F. Kennedy, añade el comunicado de Biden, “Ethel mostró a toda nuestra nación un camino a seguir, convirtiendo el dolor en propósito y continuando su marcha hacia los derechos civiles y la justicia social, el fin de la pobreza en casa y la consecución de la paz en el extranjero”. Cuando Biden perdió en un accidente a su primera esposa y su hija pequeña, cuatro años más tarde, recuerda cómo Ethel Kennedy se convirtió en un punto de apoyo para él y para sus dos hijos huérfanos. “Nos enseñó a canalizar el dolor al servicio de un bien mayor”.

Las palabras de Biden, con ser ciertas, omiten un dato fundamental: al igual que los Kennedy, Ethel Skakel —su nombre de soltera— provenía de una familia, además de católica, rica, un ambiente privilegiado en el que le resultó fácil conocer en 1945 a Bobby por mediación de Jean, su futura cuñada y compañera suya en una exclusiva universidad de Nueva York, durante un viaje de esquí. Kennedy salía por entonces con la hermana de Ethel, pero en 1950 acabó casándose con ella. La joven esposa encajó bien en el clan Kennedy porque procedía de los mismos ambientes, aunque su familia era republicana.

Edward Kennedy escolta a su cuñada Ethel Kennedy en el funeral de su hermano Robert en Nueva York el 8 de junio de 1968.
Edward Kennedy escolta a su cuñada Ethel Kennedy en el funeral de su hermano Robert en Nueva York el 8 de junio de 1968.AP

Desde su mansión de Hickory Hill a las afueras de Washington, un verdadero anexo de Camelot —nombre que recibió la Administración de presidente John F. Kennedy—, Robert y Ethel se convirtieron en un centro de poder en sordina, con fiestas a las que acudían políticos, pero también celebridades de la vida social y el mundo del espectáculo, desde Judy Garland hasta el Beatle John Lennon o Harry Belafonte. “Hickory Hill era el centro social más animado de Washington”, escribió Arthur M. Schlesinger en Robert Kennedy y su época. “Era muy difícil resistirse a sus fiestas”.

El asesinato del presidente Kennedy en Dallas en 1963 marcó un punto de inflexión en la familia y precipitó la carrera política de su hermano, y a la postre su triste final. Robert dimitió como fiscal general nueve meses después del magnicidio para presentarse a un escaño en el Senado por Nueva York. En 1968 decidió buscar la nominación presidencial demócrata, pero el 5 de junio de ese año, cuando su comitiva abandonaba el Hotel Ambassador de Los Ángeles tras la celebración de su victoria en las cruciales primarias demócratas, un joven jordano-palestino disparó al candidato, en supuesta venganza por el apoyo de Kennedy a Israel. Sirhan Sirhan, el asesino, permanece en prisión.

Ethel estaba embarazada de su undécimo hijo y corrió entre la multitud para llegar a su lado y, como una madonna, acunar el cuerpo exánime de Robert en el suelo de la cocina del hotel. Arrodillada a su lado, le confortó en voz baja mientras intentaba ahuyentar a los fotógrafos del lugar. La agonía se prolongó casi un día, hasta la madrugada del 6 de junio, cuando el candidato demócrata a la presidencia murió. Los testigos de la vigilia dijeron que Ethel Kennedy nunca perdió la compostura, ni siquiera en el dolor. No fue el único mazazo de su vida: además de la muerte de sus padres en un accidente aéreo en 1955 y la de un hermano en un accidente 11 años después, fueron las pérdidas de su hijo David, muerto de sobredosis en 1984, y Michael, en un accidente de esquí en 1997, las que más la debilitaron. Robert F. Kennedy junior tuvo problemas con las drogas y fue detenido por posesión de heroína, y su nieta Saoirse —nombre irlandés, para no perder la tradición familiar— sucumbió en 2019 a una aparente sobredosis.

Era la cara B de los Kennedy, el reguero de sangre y dolor que parece acompañar a la familia como una sombra perpetua. Una leyenda forjada también a base de muertes violentas: en 2002 el sobrino de Ethel Kennedy, Michael Skakel, fue condenado por el asesinato de una niña de 15 años casi tres décadas antes. El caso se convirtió en pasto de una serie de documentales de la televisión en ese género tan popular en EE UU, el del true crime.

Ethel hizo suyas muchas de las causas defendidas por su difunto marido, entre ellas también la protección del medio ambiente. Entre los proyectos más destacados que alentó figuran la limpieza de la ribera del río Anascostia en Washington y la restauración del barrio neoyorquino de Bedford Stuyvesant. Por estos y otros méritos, Barack Obama le concedió en 2014 la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta condecoración del país.

“Es un emblema de fe perdurable y esperanza perdurable, incluso en medio de una pérdida y un dolor inimaginables”, dijo Obama en la ceremonia de entrega del galardón. “Como su familia les dirá (...) con Ethel no se juega”, bromeó, aludiendo a su fuerte carácter. Preguntada ese mismo año en una entrevista en la NBC por quién o qué había inspirado su labor social y filantrópica, la respuesta fue clara: “Primero Bobby [su marido] y su vida y, por supuesto, Jack”, nombre por el que era conocido su cuñado, el presidente Kennedy. Rory, su hija menor, la retrató en un documental en 2012. Al repasar las tragedias de su vida, se limitó a comentar, como resumen de la existencia o quién sabe si también como futuro epitafio: “Nadie tiene un viaje gratis” en la vida.

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