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Barnier supera la primera moción de censura al Gobierno francés gracias al apoyo de Le Pen

La izquierda presentó una iniciativa condenada al fracaso para denunciar que el Ejecutivo se mantiene en pie solo gracias a la ultraderecha, que rechazó tumbar al primer ministro

El primer ministro francés, Michel Barnier, tras su intervención en la Asamblea Nacional, este martes en París.
El primer ministro francés, Michel Barnier, tras su intervención en la Asamblea Nacional, este martes en París.Stephanie Lecocq (REUTERS)
Daniel Verdú

Francia encara una semana crucial para medir la salud y estabilidad de su Gobierno. El nuevo primer ministro, Michel Barnier, presentará este jueves unos Presupuestos para reducir de forma extrema el gasto público y lograr un ahorro de 60.000 millones de euros capaz de domar el déficit público. Las protestas le esperan en la calle y en el Parlamento, donde el Nuevo Frente Popular (NFP), el bloque formado por los partidos de izquierdas, defendió este martes una moción de censura condenada de antemano a fracasar [solo obtuvo 197 votos de los 289 que habrían sido necesarios], pero destinada a un único fin simbólico: demostrar que el Ejecutivo se mantiene solo con el apoyo de Marine Le Pen.

La moción no prosperó, porque la izquierda solo cuenta con 192 votos en una cámara de 577 y el resto de los grupos ya había anunciado que no la apoyaría. Especialmente, Le Pen, líder del Reagrupamiento Nacional (RN), que expresó su intención de comprobar si los avances del Ejecutivo satisfacían a su formación. Y ese rechazo, según los autores de la jugada política presentada este martes, era la gracia de la puesta en escena. El propio François Hollande explicaba a este periódico su significado “teatral” en una entrevista. “Lo importante es mostrar que el Reagrupamiento Nacional no censura al Gobierno, que se mantiene en pie solo gracias a ellos”, aseguraba el expresidente socialista y ahora diputado.

El pronóstico se cumplió el martes por la tarde en la sede del Palacio Bourbon, justo después de que el líder del Partido Socialista, Olivier Faure, defendiese las bondades de la iniciativa y denunciase “el atraco electoral” tras la designación de Barnier como primer ministro dado que el Nuevo Frente Popular (NFP) había llegado en primer lugar en las elecciones legislativas de julio.

“No se puede ignorar la violencia de este desvío democrático”, criticó el diputado socialista. “El suyo es el Gobierno de un partido destruido [Los Republicanos], apoyado por otra formación que fue derrotada tres veces en un mes y que se sostiene gracias a la extrema derecha, que fue rechazada por dos tercios de los franceses”, aseguró el líder socialista.

Barnier, sin embargo, es un primer ministro impasible ante las críticas. Convertido en el saco de los golpes de todo el espectro parlamentario —incluida una gran parte de los macronistas que le apoyan—, aguanta sin contraatacar porque no tiene más remedio. “Esta moción no es una sorpresa. Usted me advirtió que la pondrían incluso antes de que abriese la boca”, comenzó. “No hay una mayoría absoluta para nadie. (…) Por lo tanto, hay mayorías relativas. Esa es la elección del pueblo francés. Y, entre las mayorías relativas, lo que constato (…) es que la mayoría relativa que acompaña al Gobierno es hoy la menos relativa”, respondió sin apenas torcer el gesto.

El RN, pese a mantener con vida al Ejecutivo, también disparó contra Barnier. Guillaume Bigot, diputado del partido ultraderechista, aseguró que su “grupo arde en deseos de votar la moción de censura” y que “no tendrá ningún escrúpulo en votarla mañana”, pero que “no la votará ahora”. El diputado de extrema derecha consideró que la declaración de política general de Michel Barnier no contuvo “nada muy convincente, pero tampoco nada muy chocante”. Considerando que “la censura es un acto grave”, Bigot explicó que su partido no desea “censurar por censurar”.

Las críticas de la izquierda también llegaron por los presuntos ajustes que contendrán los próximos presupuestos. El líder socialista criticó la línea de Gobierno avanzada por Barnier, que pretende reconducir las finanzas públicas con 40.000 millones de euros de recortes y 20.000 millones de ingresos suplementarios con subidas de impuestos a los más ricos. “Los desempleados sufrirán una nueva reforma del paro, los jubilados verán sus pensiones congeladas, los enfermos deberán aportar un copago de cuatro euros para una consulta médica (...) todos nuestros servicios públicos, educación, hospital, seguridad, se verán afectados, cuando ya están al borde del agotamiento. Quieren hacer mucho con la gente que tiene poco y casi nada con quienes tienen todo”, resumió.

La sensación de fragilidad de este Gobierno es total. Pero la realidad es que nadie tiene una alternativa clara a Barnier ahora mismo y que a todo el mundo le conviene que sea el viejo negociador del Brexit quien arda en la hoguera del descontento generalizado. Una disolución anticipada de la Asamblea sería perjudicial ahora para la mayoría de fuerzas. La izquierda necesita tiempo para rearmarse, especialmente un Partido Socialista completamente supeditado a la voz radical de La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. La ultraderecha ha acusado el golpe electoral del pasado julio y su líder, Marine Le Pen, se encuentra en medio de un proceso que podría desembocar en su inhabilitación. Y los macronistas necesitan reagruparse alrededor de un nuevo líder y comenzar a desmarcarse del propio Macron, aquejado ya de una pérdida progresiva de poder.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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