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La ultraderecha logra una victoria histórica en las elecciones en Austria, según las primeras proyecciones

El Partido de la Libertad (FPÖ) ronda el 29% de los votos y dejaría en segundo lugar a los conservadores, actualmente en el Gobierno, con un 26%

El líder de la ultraderecha austriaca, Herbert Kickl, este domingo tras votar en Purkersdorf.
El líder de la ultraderecha austriaca, Herbert Kickl, este domingo tras votar en Purkersdorf.FILIP SINGER (EFE)
Sara Velert (enviada especial)

La ultraderecha se encamina este domingo a su primera victoria en unas elecciones parlamentarias en Austria, según las primeras proyecciones emitidas por la televisión austriaca ORF, que manejan ya voto real en sus cálculos. El Partido de la Libertad (FPÖ) obtendría el 29,1% de los votos, un resultado histórico, dejando en segundo lugar a los democristianos (ÖVP), con un 26,2%. Los socialdemócratas (SPÖ) reúnen un 20,4% de apoyo (su peor resultado), los liberales de Neos el 8,8% y Los Verdes un 8,6%, siempre según las primeras proyecciones.

El FPÖ enfiló las elecciones con el viento a favor, como líder de las encuestas durante casi dos años y su primera victoria de alcance nacional en las elecciones europeas del pasado junio, una señal más a Bruselas del peso que han alcanzado en la Unión Europea las formaciones ultraderechistas. Lo logró con un 25,4%, a un punto escaso de los democristianos (ÖVP), pero exhibió su fuerza con la vista puesta en septiembre y unas elecciones clave para Austria de las que también está pendiente la Unión.

Con estos primeros datos, los ultras superarían el resultado que alcanzó su líder más carismático, el fallecido Jörg Haider, en 1999. Entonces, su 26,9% dejó al FPÖ en segundo lugar y no logró encabezar el Ejecutivo. Batir esa marca era un objetivo del actual máximo dirigente, Herbert Kickl, que aspira a ser el Volkskanzler, canciller del pueblo (como lo fue Hitler antes de ser el Führer).

En una campaña marcada por el auge de los ultras, que se han recuperado de la dura caída de 2019 por sospechas de corrupción en torno a su entonces líder, al crecer 13 puntos porcentuales, y en el tramo final por las graves inundaciones de la borrasca Boris, con cinco muertos en el país (de nueve millones de habitantes), el FPÖ de Kickl ha tenido enfrente a casi todos los partidos. No tiene opciones de gobernar en solitario, necesitaría socios. Socialdemócratas, Los Verdes y los liberales han rechazado una colaboración con un partido radicalmente antiinmigración, euroescéptico, prorruso y que no ha dejado de verse confrontado con acusaciones de xenofobia y antisemitismo.

El líder democristiano (ÖVP) y actual canciller, Karl Nehammer (51 años), ha insistido durante toda la campaña en que el peligro para la seguridad del país es el máximo dirigente ultra, Herbert Kickl, pero no ha excluido del todo de una posible coalición al FPÖ, donde dice que hay personas “razonables”. De Kickl (55 años) afirma que ha radicalizado a su partido, vive de teorías conspirativas y de infundir miedo a la gente. “Nosotros no vivimos de los problemas, los solucionamos”, sentenció al cerrar su campaña, en la que pidió el voto por “un centro fuerte” para evitar a los radicales. Las proyecciones, sin embargo, reflejan un fuerte retroceso de los conservadores, que en 2019 alcanzaron el 37,5% de los votos, por lo que pierden más de 11 puntos porcentuales.

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El Gobierno de los conservadores con Los Verdes cierra la legislatura con una baja popularidad. Nehammer asumió la cancillería sin pasar por las urnas en diciembre de 2021 en medio de una tormenta de descrédito del ÖVP tras la dimisión unos meses antes del popular Sebastian Kurz, investigado por la Fiscalía por supuesta corrupción. Antes de liderar el Gobierno actual, Nehammer era ministro del Interior.

Al frente del Ejecutivo con los ecologistas ha lidiado con parte de la pandemia, la crisis energética y la fuerte inflación que siguieron a la invasión rusa de Ucrania y una recesión económica que está ya en su segundo año. Ambas formaciones gobernantes han acusado el desgaste y han pagado el descontento de parte de la población con bajadas en las expectativas de votos. El malestar por el coste de la vida y la gestión del Ejecutivo, y también la preocupación por la inmigración y el asilo, han jugado a favor del FPÖ.

Pese a que el aún canciller asegura que no aceptará a Kickl como socio, los partidos de ambos coinciden en temas económicos y también en la necesidad de endurecer el control migratorio y del asilo, aunque los democristianos no llegan al punto del FPÖ, que directamente quiere suspender el derecho a la protección, aunque incumpla las leyes internacionales, y levantar vallas en la frontera. No están de acuerdo, sin embargo, en asuntos como la guerra de Ucrania o la UE. Al margen del factor Kickl, a los conservadores les resultaría probablemente más fácil negociar un acuerdo de coalición con los ultras que con otras formaciones. Además, ya han compartido gobiernos antes.

En cambio, el primer puesto del FPÖ y sin una renuncia de Kickl puede llevar a los conservadores a buscar el acuerdo con los socialdemócratas (SPÖ), que vuelven a reducir sus apoyos, y probablemente un socio más: los liberales de Neos, con la única mujer como cabeza de lista, Beate Meinl-Reisinger (46 años), y que se ha ofrecido a colaborar para evitar un Ejecutivo con los radicales, o Los Verdes, si bien estos últimos no han acabado muy bien con los democristianos al final de la legislatura. Encabezados por Werner Kogler (62 años), que reclama también un “muro” contra la ultraderecha, retroceden más de cinco puntos frente al resultado de 2019.

Con o sin ultras, los democristianos del ÖVP tienen cartas en la mano para permanecer en el Gobierno. Otra cosa será la estabilidad que reclama Nehammer, más difícil con un Ejecutivo con los socialistas, ya que ambas formaciones están muy distanciadas y en desacuerdo en puntos clave, como nuevos impuestos que pretende el líder del SPÖ, Andreas Babler (51 años), del ala más izquierdista. Conservadores y socialdemócratas han gobernado juntos durante décadas, hasta que el exdirigente del ÖVP Sebastian Kurz rechazó seguir con ese modelo y apostó en diciembre de 2017 por un pacto con los ultras que fracasó año y medio después por las sospechas de corrupción en torno al entonces líder radical, Heinz-Christian Strache, en el llamado caso Ibiza.

Las objeciones del presidente

Cuando esté fijado el resultado definitivo, será el turno del presidente del país, el exlíder ecologista Alexander Van der Bellen. La Constitución no le obliga a encomendar la formación del Gobierno a la primera fuerza, si bien esa ha sido la tradición no escrita hasta ahora. Van der Bellen, sin embargo, dejó caer el año pasado, cuando asumió su segundo mandato, que no le gustaría favorecer a un partido “antieuropeo y que no condena la guerra de Rusia en Ucrania”. Era una referencia directa a Herbert Kickl, si bien no dijo claramente qué haría.

La única opción de veto al dirigente ultra sería no tomarle juramento para el cargo, una potestad del presidente, pero ello abriría una crisis sin precedentes, ya que al final, quien gobierna en Austria es quien tiene una mayoría parlamentaria para no caer ante posibles mociones de censura. Lo previsible es que Van der Bellen inicie una ronda de consultas con los diferentes dirigentes, “exprese sus preferencias e intente influir en esa dirección, pero sin que realmente pueda forzar una mayoría concreta”, afirmó antes de las elecciones a este periódico Kathrin Stainer-Hämmerle, politóloga y profesora de la Escuela Superior de Ciencias Aplicadas de la Universidad de Carintia.

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Sobre la firma

Sara Velert (enviada especial)
Redactora de Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1993, donde ha pasado también por la sección de Última Hora y ha cubierto en Valencia la información municipal, de medio ambiente y tribunales. Es licenciada en Geografía e Historia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, de cuya escuela ha sido profesora de redacción.
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