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La era de la impunidad hace estragos en un orden mundial roto

Violencia y desigualdad prosperan en un mundo de relaciones internacionales en colapso y una creciente falta de rendición de cuentas por abuso de poder

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la Asamblea General de la ONU, este viernes en Nueva York.Foto: Eduardo Muñoz (REUTERS) | Vídeo: EPV
Andrea Rizzi

El orden mundial posterior a la Guerra Fría se resquebraja a pasos agigantados y, en medio de ese colapso, el abuso impune de la fuerza y del poder prospera, causando estragos. “Vemos esta era de impunidad por doquier ―en Oriente Próximo, en el corazón de Europa, en el Cuerno de África, y en otras partes―. El nivel de impunidad en el mundo es políticamente indefendible y moralmente intolerable”, clamó, impotente, el secretario general de la ONU, António Guterres, esta semana en su discurso en la sesión plenaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

La era de la impunidad ―un concepto popularizado por el exministro de Exteriores británico David Miliband― se manifiesta de la forma más brutal con un uso de la fuerza militar que provoca inmenso sufrimiento a los civiles en violación del derecho internacional, de la carta de Naciones Unidas, de las decisiones de tribunales internacionales. Ahí están los ejemplos mencionados por Guterres, y ahí está, expuesta en toda su crudeza en la gran semana de pleno en la Asamblea General, la absoluta impotencia de la ONU.

Pero la era de la impunidad también se manifiesta en muchos otros aspectos. En el abuso de posiciones de fuerza en el comercio, con prácticas de proteccionismo y subsidios mientras una OMC (Organización Mundial del Comercio) paralizada no puede ejercer de árbitro. En la elusión de impuestos por parte de grandes empresas o plutócratas en medio de un sistema fiscal lleno de paraísos y agujeros que la comunidad internacional no acaba de arreglar. En un sistema financiero que hunde en deudas insostenibles a países pobres. En la opresión a escala nacional de las libertades ciudadanas mientras el mundo sufre un deterioro de la calidad democrática. En el pavoroso empoderamiento de gigantescas empresas tecnológicas a las que a duras penas se les logra poner riendas, porque no hay una acción global coordinada. En el pisoteo del derecho de asilo.

Este conjunto de situaciones abusivas subraya el carácter diferencial de nuestra época con respecto a las anteriores. Guerras brutales e injustas siempre hubo, y la ONU nunca fue eficaz. Pero nuestra época asiste a un colapso del orden que facilita el prosperar de los abusos. Los órdenes anteriores no eran ni justos, ni admirables, ni perfectamente eficaces. Pero, de distintas maneras, alumbraron algunos mecanismos de contención y progreso que ahora se están desmoronando.

“Lo que ocurre es que estamos saliendo de un periodo de excepcionalismo en la historia mundial”, comenta Jeremy Cliffe, director editorial y miembro senior del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Durante la mayor parte de la historia moderna del mundo, ha habido una competencia entre potencias, una falta de coordinación o gobernanza institucional, fracasos en la cooperación. Pero, de alguna manera, nuestra mirada actual está condicionada por dos periodos excepcionales recientes que moldean nuestras expectativas sobre el orden global. El primero, por supuesto, es la Guerra Fría, donde había una cierta estabilidad debido al sistema de bloques. Sí, existía la amenaza de la aniquilación nuclear, pero al mismo tiempo un cierto nivel de orden. Y luego, por supuesto, la era inmediatamente posterior a la Guerra Fría, con el progreso de la fase unipolar [por la hegemonía estadounidense] y multilateralista [por el avance de ciertas instituciones internacionales]. Así que estamos condicionados a esperar un grado de estabilidad o progreso, o uno u otro, y ahora no tenemos ninguno de los dos. Vivimos una reversión a la excepción de periodos recientes de la historia humana, en los que la humanidad es multipolar, afectada por crisis que superan su capacidad de gestión, y carece de estructuras institucionales y derechos”, dice el experto.

A ello también se refirió Guterres en su intervención en la Asamblea General de la ONU. “Con todos sus peligros, la Guerra Fría tenía reglas. Había líneas directas, líneas rojas, guardarraíles. Parece que hoy no las tenemos. Tampoco tenemos un mundo unipolar. Nos movemos hacia uno multipolar, pero no estamos todavía ahí. Estamos en un purgatorio de polaridad. Y en este purgatorio, cada vez más países llenando los espacios de la división política, haciendo lo que les da la gana sin rendir cuentas”, dijo el secretario general.

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Entonces, durante aquel periodo, había un tupido entramado de tratados de control de armamento que ofreció ciertos niveles de transparencia y previsibilidad; pero hoy han colapsado casi todos. Después, hubo una expansión del comercio internacional y el desarrollo de la OMC; hoy está paralizada, por una disputa alrededor de su tribunal permanente de arbitraje, cuya renovación Estados Unidos bloquea. Por el camino, China ha ido regando industrias nacionales estratégicas con subsidios descomunales que han alterado evidentemente el terreno de juego global.

Miliband y los centros de estudio Eurasia Group y Chicago Council on Global Affairs están intentando sistematizar la reflexión sobre el concepto de impunidad con la publicación de un atlas anual que trata de radiografiar la situación. Para ello, han definido cinco áreas clave: conflictos y violencia, abuso de derechos humanos, explotación económica, degradación medioambiental, gobernanza sin rendición de cuenta. El estudio detecta una situación de empeoramiento en el periodo de 2018 a 2023 con respecto a aquel entre 2012 y 2017. En concreto, 2023 obtuvo la misma calificación global de 2022, pero el estudio contemplaba solo hasta el mes de septiembre, y por lo tanto no refleja ni la crisis de Oriente Próximo —que empezó en octubre— ni la espantosa deriva del conflicto en Sudán. Cabe temer que el próximo informe reseñe un declive.

Guerras

Las guerras de Ucrania y de Oriente Próximo son obviamente grandes símbolos de esta era de impunidad en un orden que se resquebraja.

La primera desató una rotunda condena en la Asamblea General de la ONU ―respaldada por 141 países―, pero sin ninguna consecuencia práctica. La justicia internacional sí ha emitido una orden de captura contra el presidente ruso, Vladímir Putin, que, sin embargo, pudo visitar sin problemas a principios de mes Mongolia, país miembro del Tribunal Penal Internacional, que hizo caso omiso a su obligación de detenerle.

La reacción de Israel al ataque terrorista de Hamás también ha espoleado rotundas condenas en la Asamblea General de la ONU sin ninguna consecuencia real. Tampoco las han tenido el dictamen del Tribunal Internacional de Naciones Unidas que requería a Israel medidas cautelares ni su opinión consultiva, que considera la ocupación de territorios palestinos un abuso que debe cesar de inmediato y por el cual debe pagar una indemnización.

Mientras, el número de refugiados y desplazados internos ha alcanzado máximos históricos, con 117 millones contabilizados por la ONU.

Pero hay más y, sin entrar en el sufrimiento por la violencia, puede observarse el de la miseria. Guterres señaló que, de los 75 países más pobres del mundo, un tercio está hoy peor que hace cinco años. La desigualdad extrema es una forma de abuso.

En medio de esta descomposición del orden mundial que parece regresar a un estado de inestabilidad proprio de otros tiempos hay, sin embargo, un importante factor diferencial que ejerce en cierta medida de colágeno: la gran interconexión económica, nunca tan intensa en la historia como ahora.

“Vivimos en una época con marcadas interdependencias, y estas pueden ralentizar ciertos procesos”, dice Ilke Toygür, directora del Centro de Política Global de la Escuela de Política, Economía y Asuntos Globales del Instituto de Empresa. Sin embargo, la experta alerta de que esto no representa ninguna garantía, recordando cómo la interconexión con Rusia no ha evitado su agresión a Ucrania. “Esta situación no nos va a salvar de disrupciones en el futuro”. Cliffe coincide: “Sin duda hay una interdependencia económica sin precedentes. Esto es una significativa herramienta política que se puede utilizar, pero no es una garantía contra los conflictos”.

Esta realidad de pulsos de potencias, de abusos de fuerza, de orden que se resquebraja está alejando el mundo del sueño del multilateralismo, de un sistema global fundamentado en instituciones representativas y normas compartidas a través de las cuales encauzar las relaciones internacionales. El panorama no es desde luego esperanzador, pero ello no significa que no haya áreas de posible progreso.

“Yo veo tres ámbitos en los que es posible avanzar: la lucha contra el cambio climático con una financiación adecuada para países frágiles; asegurar una digitalización justa y el alivio de la deuda para países en los cuales la presión es insostenible, para que puedan usar esos recursos en mejorar las condiciones de la vida de sus ciudadanos”, apunta Toygür.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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