Macron se prepara para dar un paso atrás y ceder poder a Barnier
El presidente de la República promete al nuevo primer ministro libertad de gestión y la retirada de algunas de las principales decisiones de gobierno
Francia consulta desconcertada estos días el viejo diccionario político en busca de la definición de algunas situaciones inéditas. Pero, sobre todo, reaparece un viejo término utilizado solo en tres ocasiones en la V República: “cohabitación”. La palabra, de rebuscada sutileza, se refiere al incómodo momento en el que el presidente de la República ve menguado su poder hasta el punto de tener que convivir con un primer ministro que no responde a su propio ecosistema político. El fenómeno, síntoma de una cierta decadencia del jefe del Estado, ocurrió durante las presidencias de François Mitterrand (le tocó nombrar a Jaques Chirac y luego a Édouard Balladur) y con el propio Chirac (con Lionel Jospin). En los tres casos fue el anuncio adelantado de un final de mandato. En el Elíseo, que inaugura ahora un cuarto capítulo de esta modalidad tras el nombramiento del conservador Michel Barnier como jefe del Gobierno, prefieren llamarlo “cooperación exigente”.
La terminología habla también de una ruptura obligada. Y más allá del diccionario, Macron se prepara para dar un paso atrás y ceder poder al primer ministro, para afrontar una suerte de cambio de régimen, creen en el entorno del Elíseo. El nuevo Macron —si es que el viejo Macron lo permite— será menos ejecutivo y dejará de gobernar de forma tan ambiciosa como había hecho hasta ahora. Macron debería recuperar el viejo estilo de otros presidentes, menos intervencionistas y más centrados en ser garantes o árbitros. O al menos eso se ha transmitido al nuevo primer ministro, Michel Barnier, que lo confirmó en su primera entrevista (en la televisión pública TF1). “El presidente presidirá, y el primer ministro gobernará. Nuevos métodos y un Gobierno responsable e independiente”, señaló.
La presidencia de la República se retirará de todos los comités interministeriales, no influirá en el nombramiento del jefe de gabinete del Ejecutivo y el nuevo primer ministro tendrá libertad para decidir los titulares de cada cartera sin líneas rojas. Eso afectaría también a la reforma de las pensiones, aunque no parece que Barnier esté por la labor de abolir la polémica norma aprobada por decreto en marzo de 2023. “Intentaré mejorarla”, señaló en la misma entrevista”.
El jefe del Estado se reserva las competencias de Defensa y Exteriores, como ha sucedido siempre. Pero más allá de ese apartado, no está claro ni siquiera si esta “cooperación exigente” provocaría que a determinadas cumbres internacionales el presidente de la República tuviera que ir acompañado de su primer ministro, algo que ya sucedió durante la cohabitación del conservador Jacques Chirac y el socialdemócrata Lionel Jospin.
Macron es consciente del rechazo que ha generado en la calle, así como en la mayoría de formaciones y votantes de izquierda en Francia, el nombramiento de Barnier. No tanto por su figura (el 40% cree que tiene un buen perfil, según una encuesta de la cadena BFM TV), sino por la falta de respeto al resultado electoral salido de las urnas el 7 de julio. El presidente de la República instó a los partidos de centroderecha y de izquierda en las últimas elecciones a formar el denominado frente republicano, una alianza para hacer frente al ascenso de la ultraderecha que obligó a los partidos a grandes renuncias en determinadas circunscripciones para frenar al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen.
El experimento funcionó y, sin embargo —le reprocha ahora la izquierda— ha terminado nombrando a un primer ministro conservador y dándole las llaves de la gobernabilidad a RN y a sus 144 diputados (si se cuentan también los del partido de Eric Ciotti, escindido de Los Republicanos y convertido en escudero de Le Pen). Barnier, tras ser interrogado sobre el precio que tendrá el apoyo del partido ultraderechista, se mostró conciliador con Le Pen: “La respeto, la veré. No tengo nada en común con las tesis del RN, pero lo respeto. Hay 11 millones de ciudadanos que les han votado. Y su voto cuenta. También los del Nuevo Frente Popular. Y también los que no han votado”.
La situación podría derivar en un otoño de protestas en la calle si Barnier no logra construir un Ejecutivo de concordia. El 74% de los franceses, según la misma encuesta, cree que Macron no ha respetado el resultado de las últimas elecciones. El 55% de los preguntados (se ha tomado una muestra de 1.000 ciudadanos) está de acuerdo con el líder de La Francia Insumisa y considera que Macron “ha robado las elecciones al pueblo francés”. Este sábado, de hecho, habrá manifestaciones en unas 150 localidades de Francia. El único partido del Nuevo Frente Popular que no ha confirmado su asistencia es el Partido Socialista (PS) de Olivier Faure que, pese a todo, ya ha anunciado que no participará en ningún gobierno y censurará el Ejecutivo de Barnier.
La esperanza en el Elíseo, justamente, es que no se cumpla esa amenaza. En el entorno de la jefatura del Estado esperan que a medio plazo emerjan voces disidentes en el PS que permitan que parte de la formación progresista termine integrándose en la nueva mayoría de gobierno, aunque por ahora Faure sea una de las voces más agresivas contra Macron. Si fuera así, Barnier podría liberarse del grillete que Marine Le Pen le colocará en el tobillo nada más empezar su mandato.
Barnier, que este viernes se entrevistó con sus predecesores en el cargo durante el mandato de Macron —Jean Castex, Édouard Phillipe, Élisabeth Borne y Gabriel Attal—, ha empezado ya a reunirse con los grupos políticos para diseñar su nuevo Gobierno. No hay nombres todavía sobre la mesa, pero Ensemble, el partido de Macron, mantendrá una cuota considerable de ministros (algunos podría ser los actuales titulares de sus carteras). Los Republicanos, el partido de Barnier, han aceptado entrar y el resto de nombres se espera que respondan a perfiles técnicos o figuras relevantes de la sociedad civil.
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