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El ministro de Cultura italiano se tambalea por la polémica de una amante que tenía acceso a su ministerio

Sangiuliano admite entre lágrimas en televisión su relación con una presunta asesora que está aireando fotos con él en actos oficiales. Meloni rechazó su dimisión el martes

El ministro de Cultura italiano Gennaro Sangiuliano, en un acto en julio de este año.
El ministro de Cultura italiano Gennaro Sangiuliano, en un acto en julio de este año.Mauro Scrobogna (LaPresse)
Íñigo Domínguez

El ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, experiodista de la RAI de 62 años, ve peligrar su puesto por un extraño culebrón que ha ido degenerando en 11 días y ha llegado a su catarsis: su relación con Maria Rosaria Boccia, pequeña empresaria e influencer de 41 años, muy ágil en redes sociales, una desconocida que ha irrumpido en la vida pública asegurando ser asesora del ministro y, tras no haber obtenido un cargo, está publicando fotos con él y documentos internos del ministerio. Pruebas que han ido desmintiendo continuamente a Sangiuliano sobre sus relaciones y demuestran que, en realidad, ha participado hasta en ocho viajes oficiales este verano con el ministro, sin que se sepa en calidad de qué. Toda Italia cotilleaba sobre el tema hasta que este miércoles Sangiuliano fue entrevistado en el informativo público de la noche y admitió, entre lágrimas, ante una audiencia de tres millones de personas: “Hemos tenido una relación sentimental, pero no soy chantajeable”. Conmovido, pidió perdón a su mujer y a la primera ministra, Giorgia Meloni, que rechazó el martes su dimisión, salió a defender su inocencia y ahora está que trina.

Pese a todo, no se descarta que el ministro dimita en breve. Dejó preguntas sin responder y, sobre todo, no se sabe qué otros documentos y material comprometido puede tener Boccia en su poder. Ha grabado incluso dentro del Parlamento y del Ministerio de Cultura con unas gafas de sol dotadas de cámara oculta. También ha divulgado correos electrónicos internos con el equipo del ministro. Además, ha participado en reuniones previas para organizar una cumbre de cultura del G-7 en Nápoles, a final de mes, por lo que el escándalo ha tomado un cariz más internacional. Mientras se emitía la entrevista con el ministro, ella colocó en redes el dibujo de una caja de palomitas y le replicaba en tiempo real. Así que no se descartan nuevas sorpresas.

Sangiuliano ya era cuestionado como el ministro patoso del Gobierno de Meloni, famoso por sus torpezas conceptuales y meteduras de pata ―“Colón seguía las teorías de Galileo”, dijo, aunque el célebre científico nació en el siglo siguiente―, pero esto está a otro nivel. Sobre todo porque el asunto tiene ribetes de vodevil y distorsiona completamente el aura épica que quiere dar Meloni a su mandato, presentado como el inicio de una nueva era y una ruptura con lo conocido hasta ahora, siendo esto un lío de faldas de toda la vida y un escándalo similar a los de Berlusconi.

La primera ministra dijo claramente el miércoles: “Estamos haciendo historia y debemos ser todos conscientes. Y esto no prevé pausas, ni mucho menos puede consentir errores y pasos en falso”. En su deseo de parecer el mejor Gobierno italiano conocido hasta ahora, ha sido reacia a hacer caer ministros envueltos en escándalos, pero esta vez puede cambiar de opinión.

El ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, junto a su mujer, Federica Corsini, en el festival de cine de Venecia, el pasado 28 de agosto.
El ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, junto a su mujer, Federica Corsini, en el festival de cine de Venecia, el pasado 28 de agosto.Dominique Charriau (WireImage)

El titular de Cultura ha contado que en su reunión de hora y media con Meloni le ofreció su dimisión, pero ella la rechazó. Entonces, la última línea de defensa era que el ministro no se había gastado con Boccia ni un solo euro público, aunque aparecía en viajes oficiales, en hoteles y restaurantes de lujo. Sin embargo, ahora también eso está en entredicho, pues ella ha sacado a la luz reservas de billetes de avión a su nombre enviadas desde la secretaria del ministro. Él exhibió las facturas en televisión y dijo que todo lo pagó de su bolsillo, “salvo en una ocasión”, que no reveló. La oposición ha presentado ya una denuncia a la Fiscalía, que abrirá una investigación por presunta malversación.

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El asunto comenzó a salir a la luz la semana pasada, el 26 de agosto, de forma rocambolesca. Boccia, licenciada en Economía que hasta hace unos años tenía una tienda de vestidos de boda en su ciudad, Pompeya, promovía la venta de mozzarella y organizaba semanas de belleza, agradeció en la red social Instagram su nombramiento como consejera del ministro para grandes eventos. Era una desconocida y no se enteró nadie, hasta que el Ministerio de Cultura salió a desmentirlo. Entonces, la cosa se puso interesante, porque los medios comenzaron a preguntarse qué estaba pasando ahí. Boccia también se anunciaba en sus perfiles como presidenta de la Fashion Week Milano, pero la Cámara de la Moda de la ciudad lo desmintió igualmente.

Los días siguientes han sido una sucesión de desmentidos del ministro sobre sus relaciones, casi negando que la conociera, que en pocas horas eran a su vez desmentidos por las fotos y documentos que Boccia iba publicando en sus redes sociales, y que dejaban cada vez más en evidencia a Sangiuliano. Está claro que desde hace tres meses ha estado en estrecho contacto con el ministro, como una colaboradora más, y lo ha ido documentando perfectamente.

El ministro ha explicado que, en efecto, la conoció en mayo y este verano se puso en marcha el papeleo para darle un cargo, pero al final se bloqueó. En la entrevista agachó la cabeza: “En una discusión con mi mujer, me dijo que interrumpiera cualquier relación con esta persona, incluso laboral”. Asegura que el 8 de agosto terminó su relación con ella, después de tres meses ―ella le conoció a través de una amiga dentista en un acto del partido―, y quizá esto explica lo que pasó luego: “Le dije que nunca dejaría a mi mujer. Luego se habrá quedado mal por lo del nombramiento”. El resto de la historia ya se ha desarrollado en público.

Este escándalo tiene más trascendencia si se piensa en el planteamiento previo de lo que debía ser el Ministerio de Cultura del Gobierno de ultraderecha, que llegó al poder en octubre de 2022. La transformación cultural de Italia era una de las cruzadas ideológicas de Meloni, harta de una hegemonía de la izquierda en este ámbito, según su visión. Así, el ministerio tenía la misión de emprender esta ardua empresa. Las expectativas de éxito fueron decayendo con Gennaro Sangiuliano ―cinco partidos en su historial, desde el posfascista MSI al actual Hermanos de Italia, también de extrema derecha―, que pronto se hizo famoso por sus gazapos. Además, denuncia la oposición y el mundo de la cultura, su política se ha basado en purgas de todo aquel que consideraba no alineado ideológicamente con el Gobierno, con la entrada de personas de confianza que, como parece suceder en este caso, no estaban suficientemente acreditadas.

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Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.
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