Turquía se hace un hueco en África frente a las potencias nuevas y tradicionales
Con un discurso antiimperialista, construcción de infraestructuras, becas de estudio y venta de drones, Ankara ha incrementado su influencia en el continente
El pasado lunes, representantes de Etiopía y Somalia aterrizaron en Ankara para tratar de avanzar en una solución al conflicto diplomático que viven desde que el Gobierno de Adís Abeba firmó en enero un acuerdo con la región separatista de Somalilandia para garantizarse un acceso al mar, algo que el Gobierno de Mogadiscio vio como un ataque a su soberanía y expulsó al embajador etíope de su país. Turquía tiene grandes intereses en el conflictivo Cuerno de África: mantiene una inmensa base militar en Somalia y este año firmó un acuerdo estratégico por el que se compromete a defender sus aguas durante 10 años y reconstruir la Marina somalí a cambio de derechos de explotación de los recursos pesqueros e hidrocarburos submarinos. Al mismo tiempo, ha vendido armamento a Etiopía, utilizado contra los rebeldes de Tigray, y mantiene cierta guerra fría contra sus rivales en la zona: Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Y, pese a estar tan involucrada, Turquía es vista como un mediador fiable. En Ankara, aunque tras 36 horas de maratonianas negociaciones no se llegó a una solución, las partes constataron progresos y se conminaron a una nueva reunión en septiembre para debatir la propuesta de acuerdo turca.
“Vemos a Turquía como un amigo serio, que quiere invertir en África”, dijo el ministro tanzano Ktila Mkumbo en un gran foro de negocios celebrado hace tres años en Estambul y en el que participaron los representantes de 40 gobiernos africanos. Fue una puesta de largo para un país, Turquía, que busca abrirse camino en un continente con el que, más allá de algunos países del norte de África, no tiene lazos históricos. Pero los esfuerzos diplomáticos, la inversión en infraestructura, los acuerdos de seguridad y defensa firmados con una treintena de Estados africanos, las becas a estudiantes y cierto soft power cultural le han servido para labrarse una imagen de “potencia benigna”, afirma Murithi Mutiga, director del programa sobre África del International Crisis Group: “En 2011, en medio de una de las peores hambrunas de su historia, el presidente [Recep Tayyip] Erdogan y su mujer [Emine Erdogan] aterrizaron en Mogadiscio. Ese apoyo, cuando todo el mundo había dejado de lado a Somalia, causó gran impresión”. Al año siguiente, Turkish Airlines fue la primera aerolínea internacional en retomar los vuelos con Somalia desde el inicio de la guerra civil en los años noventa.
Ya a finales del pasado siglo, el centroizquierdista ministro de Exteriores Ismail Cem “identifica claramente África y Latinoamérica como los espacios donde Turquía no estaba y debería estar para ser considerada un actor con peso global. Y con la llegada de Erdogan esto se impulsa aún más”, explica Eduard Soler Lecha, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). El objetivo de Ankara es ampliar su profundidad estratégica, para reforzar su imagen exterior y ganar aliados (numerosos países africanos votan a su favor en instituciones internacionales); asegurarse suministro de materias primas y buscar nuevos mercados para sus productos de consumo, sus empresas de construcción y su creciente industria militar: ya ha vendido sus populares drones a Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Malí, Níger, Chad, Burkina Faso, Togo, Nigeria, Angola, Ruanda, Etiopía y Somalia. “Allá adonde voy en África, todos quieren drones”, proclamó ufano Erdogan tras una de sus múltiples giras por África occidental. Una de las razones es que Turquía no pregunta ni pone condiciones a su uso.
Becas y telenovelas
El volumen comercial se ha multiplicado por seis en dos décadas hasta los 32.000 millones de dólares (29.000 millones de euros), de los que 11.000 millones son con los países del África subsahariana). La inversión turca en África ha pasado de apenas 100 millones de dólares al año a inicios de siglo a los 10.000 millones en 2023. Los empresarios turcos han levantado desde fábricas de muebles y procesadoras de algodón a minas y acerías de Argelia a la República Democrática del Congo y del golfo de Guinea al Cuerno de África. Y, por supuesto, han construido: aeropuertos en Guinea-Bisáu, Níger, Senegal, Sierra Leona y Sudán; puentes, infraestructura eléctrica, depuradoras, de agua, estadios, piscinas, mezquitas... África ya es, para los constructores turcos, el segundo mayor mercado exterior después de la antigua Unión Soviética, por delante de Oriente Próximo y Europa. Y para los africanos, Turquía ofrece puestos de trabajo y productos a precio razonable y de mejor calidad que los chinos.
En términos numéricos, Turquía está todavía muy lejos de países como Francia, el Reino Unido o China; también es una economía de tamaño medio. “Lo interesante no es tanto el volumen, sino el crecimiento exponencial. Porque en muchos países africanos Turquía es el socio con el que más crece el comercio. Y es que, además, la influencia de Turquía se ha basado en otros temas que no han sido tan centrales para otras potencias, pero que contribuyen a su reputación”, prosigue Soler Lecha. Por ejemplo: se han firmado convenios con aseguradoras para tratar a pacientes en hospitales turcos. Turkish Airlines ha establecido rutas con más de 40 países africanos y las mantiene aunque sean deficitarias. El Ministerio de Exteriores turco, que solo disponía de una docena de embajadas en África en 2002, ahora posee 43 en otros tantos países y, del mismo modo, el número de países africanos con legación diplomática en Ankara han pasado de 10 a 37.
Además de los proyectos de cooperación y de ayuda humanitaria —a través de agencias públicas o de ONG cercanas al Ejecutivo de Erdogan—, el soft power turco se extiende a través de las ondas: además de las consabidas telenovelas turcas que se ven en casi todo el mundo, en 2019 comenzó a emitir desde Ankara una televisión privada por satélite, NTR, dirigida a la audiencia africana en inglés y francés, y el canal público turco, TRT, ha creado plataformas para difundir su contenido en lenguas suajili y hausa. Pero más importante es la educación: el Instituto Yunus Emre, fundado en 2007 para la enseñanza internacional del turco, está presente en una docena de países del continente (el doble que el Instituto Cervantes, creado en 1991); la Fundación Maarif ha abierto 175 escuelas gratuitas en África en apenas ocho años, donde aprenden 20.000 alumnos; y más de 60.000 africanos estudian becados cada año en universidades de Turquía. “Resulta cada vez más difícil para los jóvenes africanos no ya recibir becas, sino incluso visados para estudiar en Europa o Estados Unidos, así que van más a Turquía o China. Los lazos personales que se forjan así son clave”, afirma Mutiga. La idea de Turquía es crear una élite turcoparlante que favorezca su penetración en África. Ya hay algunos frutos: el ministro de Defensa y exjefe de los servicios secretos de Somalia, Abdulkadir Mohamed Nur, es uno de esos licenciados en Turquía.
Discurso anticolonial en el Sahel
La otra pata clave de la expansión turca en África es un combativo discurso antiimperialista en el que Ankara se presenta como defensor de los oprimidos. “Los puntos en común entre las visiones africana y turca del cambiante orden internacional y las continuas desigualdades globales son sorprendentes, y ambas partes buscan reformas en el sistema de las Naciones Unidas”, señala en un informe el Africa Policy Research Institute. Lo curioso es que, pese a su interés por las materias primas de las que carece, a Turquía no se le ve como un poder extractivo, afirma Mutiga: “Por supuesto, hay actores turcos implicados en industrias extractivas, pero lo que están dejando claro los líderes africanos es que no quieren ser obligados a interactuar únicamente con actores de la metrópolis colonial o comprometerse totalmente con otra parte, quieren tener múltiples socios”.
Esto ha sido especialmente útil en el Sahel, donde el sentimiento contra la antigua colonia ha llevado a varios países a expulsar a las fuerzas francesas y a empresas occidentales que explotaban sus recursos, algo aprovechado por Rusia para extender su influencia, pero también por Turquía. En Níger, el Gobierno de Erdogan ha trabajado con el anterior Ejecutivo democrático y con la actual Junta (en julio, cuatro ministros turcos y el jefe de la inteligencia visitaron el país); ha firmado acuerdos de cooperación en defensa, venta de armas y explotación de recursos energéticos (incluido el uranio), y se ha ofrecido a mediar entre los gobiernos militares del Sahel (Burkina Faso, Malí y Níger) en su conflicto con la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS). Como ya hizo en Somalia para ampliar luego su ascendiente en el resto de África Oriental, “Turquía se está enfocando en Níger para extender su influencia en la región” del Sahel y África Occidental, escribe Mehmet Özkan, profesor de la Universidad Nacional de la Defensa en Turquía.
“Turquía se vale de los agravios de los africanos respecto a las políticas europeas y de los poderes coloniales para presentarse como una alternativa ante sus opiniones públicas y líderes, lo cual no deja de ser paradójico porque es miembro de la OTAN y la OCDE. Pero es cierto que en África actúa más bien por su cuenta”, subraya Soler Lecha. De momento, las cancillerías europeas están tomando nota: en París es donde más enfada porque la expansión turca ataca directamente a sus intereses, pero en Italia, Alemania o España no se sienten amenazadas y mantienen mejores relaciones con Ankara. Lo que determinará la respuesta de los países europeos a la presencia turca en África, sostiene el profesor de la UAB, será “el grado de cooperación con Rusia”, cuya expansión en el continente sí es considerada una amenaza estratégica: “Si Turquía va a la suya, pueden aceptarla o incluso dar la bienvenida”.
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