Un mes asomado a la muerte en el Guantánamo israelí: “No es una cárcel, es un matadero”
Un sanitario gazatí denuncia torturas durante su encarcelamiento en el centro de detención militar de Sde Teiman, donde afirma que presenció la muerte de dos compañeros
En los interrogatorios y en las sesiones de tortura, a Walid al Khalili, de 35 años, los carceleros israelíes le preguntaban por los rehenes cautivos en Gaza y por el jefe político de Hamás en la Franja, Yahia Sinwar. Él, sanitario y conductor de ambulancias, insistía una y otra vez en que no sabe nada de ellos. Entonces, según su denuncia, continuaban las descargas eléctricas, las palizas, las inmersiones de cabeza en el agua, las sesiones de frío extremo… Mientras, tanto a él como a otros prisioneros los mantenían desnudos, solo cubiertos con un pañal.
Durante casi un mes, a finales de 2023, este gazatí permaneció en el centro de detención militar de Sde Teiman, unas instalaciones en el sur del país, en el desierto del Neguev, donde han muerto algunos prisioneros y que han acabado siendo bautizadas por algunos medios y organizaciones humanitarias como el Guantánamo de Israel. El Tribunal Supremo israelí, organizaciones humanitarias y la ONU critican su existencia. “No es una cárcel, es un matadero”, repite varias veces Al Khalili durante su testimonio a EL PAÍS a través de mensajes en los que asegura que vio morir a dos compañeros.
“No pertenezco a Hamás y no coopero con Hamás”, repite, al tiempo que insiste en que Israel sospecha de todos los sanitarios como colaboradores del grupo radical palestino en el cautiverio de los rehenes. “Una fantasía”, dice. “Solo cuando confirmaron que no pertenezco a Hamás pusieron fin a la pesadilla”, señala. Cuenta que fue interrogado cinco veces y, además de los servicios secretos interiores de Israel (Shin Bet), detalla que había algunos militares con la bandera de Estados Unidos en el pecho. “Hablaban inglés y sus uniformes eran distintos de los que lucían una pequeña bandera israelí”, corrobora.
Walid al Khalili, que perdió 22 kilos durante el cautiverio, accede a salir en este reportaje con nombre y apellidos y acepta que se publiquen fotos suyas pese al miedo a represalias porque aspira a ser atendido de sus lesiones, volver a trabajar y, sobre todo, poder reunirse con su familia ―él permanece en Rafah desde su puesta en libertad, mientras sus allegados están en el norte de la Franja―. Elige ahorrarse algunos detalles escabrosos, sobre todo con respecto a algunas de las muertes que presenció, pero el panorama dantesco que dibuja concuerda con el de otros internos que han pasado por ese centro rodeado de polémica.
El ejército israelí, sin ofrecer apenas detalles, confirma a EL PAÍS que está investigando muertes de detenidos sin especificar si son de Sde Teiman. Hasta 36 de ese penal han fallecido, según datos publicados por el diario Haaretz. “Fui testigo del asesinato de tres prisioneros”, cuenta Al Khalili, aunque en su testimonio solo da detalles directos de dos.
Torturas
Habían estado colgados por las piernas y habían recibido descargas eléctricas, explica el sanitario, que ha sufrido esa misma tortura. “Estaban a mi lado, podía oírlos gritar y después de eso fueron martirizados [manera de referirse a que entregaron su vida a la causa palestina]. Los bajamos y se quedaron con nosotros un día entero en la celda hasta que vinieron los soldados y se los llevaron”.
“Sabía que habían muerto. Hablé con los militares y les dije que habían muerto porque soy sanitario y conozco las señales de la muerte. Y el corazón se había detenido”, recalca al ser preguntado por más detalles al respecto. El tercero, cuenta, murió tiroteado en el exterior de las instalaciones tras ser torturado, afirma. Aunque él escuchó los disparos, no lo vio.
“Vivo todavía entre pesadillas. Nunca lo olvidaré en toda mi vida. Solían colgarme con cadenas durante días. Me ponían un collar de hierro alrededor de la cabeza, conectado a una mano y una pierna que daba descargas eléctricas. A veces me metían la cabeza en un recipiente con agua para dejarme sin respiración o me quemaban con un tubo ardiendo conectado a la corriente”, detalla.
Eran algunos de los métodos que empleaban contra él y otros prisioneros procedentes de Gaza, según su denuncia, en una prisión abierta por Israel en una base militar a una treintena de kilómetros de la frontera de Gaza al comienzo de la guerra, por la que han pasado, según datos del propio ejército, unos 4.700 detenidos. Algunos medios citan que estos días apenas quedan unas decenas, aunque siguen llegando grupos desde la Franja. Los portavoces castrenses no confirman su cierre. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha pedido que siga funcionando.
Al Khalili sigue con la retahíla de abusos durante su encarcelamiento entre noviembre y diciembre. “Me metieron en un frigorífico más de cuatro horas. Luego me trasladaron a un espacio vacío y me echaron agua helada mientras me colocaban junto a un ventilador hasta altas horas de la noche. Hacía mucho frío”, sigue su denuncia.
“Los militares encapuchados nos golpeaban con palos las piernas y las manos mientras nos insultaban. Resulté herido, con huesos rotos y sangraba, pero no recibí atención sanitaria más allá de unos analgésicos y una venda en la mano. También nos obligaban a ingerir pastillas alucinógenas. Por la cárcel se escuchaban los gritos por lo brutal de las torturas”, detalla. En otra ocasión, “los soldados nos llevaron a una explanada, nos apuntaron con sus armas y nos dijeron que nos iban a matar a todos. Siempre nos estaban diciendo que nos iban a matar”.
El sanitario afirma que pasó la mayor parte del tiempo con los ojos tapados ―”no sabíamos si era de día o de noche”― y las manos esposadas en unas instalaciones que describe así: “El patio exterior está formado por jaulas de hierro, alambre de espino y cables eléctricos, además de las salas de tortura”. Tenían prohibido comunicarse entre internos. Como supuesta parte de las investigaciones israelíes, Al Khalili recuerda escenas surrealistas durante sus interrogatorios: “Dibujaron una ambulancia en la pared y me preguntaron si podría traerles en ella a Sinwar. Les dije que no podía. Luego me dieron una descarga eléctrica y me golpearon con palos”.
Israel mantiene entre sus objetivos liberar a los más de 100 secuestrados ―aunque se presume que 40 están ya muertos― que quedan en Gaza y aniquilar o capturar a los líderes de los fundamentalistas en la Franja. Acusan a Sinwar, junto a otros, de la autoría intelectual de la matanza de unas 1.200 personas el pasado 7 de octubre en territorio israelí, detonante de una guerra en la que los militares han matado ya en estos nueve meses a más de 38.000 personas como represalia.
Herido durante la guerra
Walid al Khalili había resultado herido leve en el rostro en las primeras semanas de contienda, pero este integrante de la Sociedad Palestina de Ayuda Médica (Palestinian Medical Relief Society, en inglés) decidió seguir trabajando. Tras otro ataque, mientras trasladaba a varios heridos en el barrio de Tal Al Hawa de Ciudad de Gaza, tuvo que resguardarse en un edificio donde fue interceptado por las fuerzas de ocupación israelí. “Iba identificado con mi uniforme de sanitario”, recalca.
Calcula que esa detención tuvo lugar el 10 de noviembre. Pasó en total, según explica, unos 25 días en Sde Teiman antes de ser trasladado a otra cárcel israelí también en el desierto del Neguev y, finalmente, ser devuelto a Gaza sin cargos ni acusaciones el 19 de diciembre junto a otro grupo de prisioneros.
“Mi familia pensaba que me habían asesinado”, explica. La guerra y las lesiones mantienen a Al Khalili sin poder retomar a su trabajo y separado de su mujer y sus tres hijos, que permanecen en el norte de Gaza. Él vive acogido en una tienda de campaña en Rafah, en el extremo meridional del enclave, uno de los escenarios más convulsos desde mayo tras la llegada por tierra del ejército israelí. “Soy un sanitario. No distingo entre israelíes o palestinos; entre musulmanes, judíos o cristianos”, zanja.
Visita de abogados
En un raro caso de autorización por parte de las autoridades, los abogados Khaled Mahajneh y Marah Amarah pudieron visitar en junio en Sde Teiman a través de un cristal a su defendido, Mohamed Sabre, periodista de la cadena catarí Al Araby. Fue detenido hace casi cuatro meses por militares israelíes en el hospital Al Shifa, el mayor de Gaza. “Soldados con máscaras negras entran con el prisionero, que llega con los pies y las manos atadas, la espalda inclinada hacia adelante y los ojos vendados”, explica la letrada Amarah a través del teléfono.
“¿Dónde estoy?”, preguntó el preso a sus abogados. Sabre describió “torturas, abusos y diversas formas de agresiones, incluidos abusos sexuales y violaciones”, lo que llevó a la muerte de algunos internos, según un informe del Club de Prisioneros Palestinos que recoge detalles de la visita de Mahajneh y Amarah. Los compañeros de Al Araby de Sabre confirman que en los últimos días ha sido trasladado a la cárcel israelí de Ofer, en la Cisjordania ocupada.
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