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Muere Robert Badinter, el ministro de Justicia que abolió en Francia la pena de muerte

El jurista pasó de ser el ministro más impopular del país, cuando acabó con la guillotina, a convertirse en un referente moral de Francia

Robert Badinter
Robert Badinter, en su domicilio de París, el 29 de marzo de 2022.eric hadj
Marc Bassets

Robert Badinter, artífice de la abolición de la pena de muerte en Francia y conciencia moral de la República, murió en la noche del 8 al 9 de febrero en París. Tenía 95 años. Como ministro de Justicia del socialista François Mitterrand, Badinter acabó con la guillotina en 1981, una obsesión que, como la defensa de los derechos humanos y de los principios de la Ilustración, guio la vida de ese hijo de judíos de Besarabia inmigrados a Francia. Su padre, Simon, fue deportado por los nazis al campo de exterminio de Sobibor, donde fue asesinado. Él, estudiante brillante y más tarde abogado de negocios y especializado en la libertad de prensa y defensor de asesinos condenados a la guillotina, tras su paso por el Gobierno presidió el Consejo Constitucional y fue senador por el Partido Socialista. En este país política y socialmente dividido y con la extrema derecha en ascenso, era una personalidad atípica, casi un monumento en vida. Cuando hablaba, se le escuchaba.

“Era una figura del siglo, una conciencia republicana, el espíritu francés”, dijo el presidente Emmanuel Macron. Su viejo partido, el socialista, afirmó en un comunicado: “Hay pocas figuras con capacidad para unir la nación en su conjunto, pues supone haber sabido encarnar combates que hacer crecer la humanidad entera. Robert Badinter era de estos”. “Él representaba una corriente que va más allá de los partidos y que representa lo que es Francia”, dice por teléfono el exprimer ministro Manuel Valls, cercano al matrimonio formado por Robert y la intelectual feminista Elisabeth Badinter. “Poco importan los desacuerdos”, dijo el líder de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon. “Jamás me he cruzado con otro ser de esta naturaleza. Simplemente era luminoso”. Marine Le Pen, cuyo programa en buena parte es una enmienda a la Francia de Badinter, dijo: “Era posible no compartir todos los combates de Robert Badinter, pero este hombre de convicciones fue incontestablemente una figura que marcó el paisaje intelectual y jurídico”.

Badinter, como muchos hijos de inmigrantes, y aún más de quienes huyeron de persecuciones racistas o regímenes autoritarios, apreciaba como a veces no saben hacerlo los franceses con generaciones de antepasados en este país el ideal laico y republicano de Francia. Pero, como decía su biógrafa, Pauline Dreyfus, fue “una historia de amor que se frustró”. En los años de la ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, sufrió de manera dramática la Francia antisemita y colaboracionista. Pero también encontró con su madre y su hermano refugio en un pueblo de la Saboya, lo que les permitió sobrevivir. Contaba Le Monde en su obituario que el sentimiento de revuelta ante la injusticia nació en él al terminar la guerra, cuando un profesor suyo, al que había admirado, fue condenado a muerte por colaborar con los nazis. El profesor fue finalmente indultado, pero el joven Badinter entendió en este momento algo que para él resultaría esencial. Una cosa es la venganza. Otra, la justicia.

Hay momentos decisivos en la vida de todo humano. Para Badinter, uno fue la desaparición de su padre. Otro, ya adulto y como abogado de prestigio, la defensa en 1971 de Roger Bontems, condenado a muerte por complicidad en el asesinato de una enfermera y un guardián durante un motín en una prisión. El otro condenado y autor material de los hechos, Claude Buffet, había escrito al presidente de la República, Georges Pompidou, pidiendo ser ejecutado y le había prometido que, en caso de indulto, volvería a las andadas. Pompidou rechazó el indulto tanto para Buffet como Bontems, el cliente de Badinter. De madrugada, en la prisión parisina de la Santé, el abogado escuchó desde el despacho del director el ruido de la cuchilla que decapitaba a Bontems. En una entrevista con el semanario Le 1, en 2021, todavía recordaba que en aquel momento pensó: “’No es posible, ¡nunca más! Mientras pueda, combatiré contra la pena de muerte. Una justicia que mata no es justicia”

Habría de pasar una década para que, como recién estrenado ministro de Justicia de Mitterrand, Badinter redactase y defendiese la ley cuyo primer artículo proclamaba: “La pena de muerte queda abolida.” Antes, había salvado la cabeza, como abogado, a cinco condenados a la guillotina. El caso decisivo fue el de Patrick Henry, en 1977, condenado a muerte por haber secuestrado y asesinado a un niño. “Deliberadamente, sustituí el proceso de Patrick Henry por el proceso a la pena de muerte”. Es decir, en su alegato final, el abogado no defendió a un asesino: acusó a la guillotina. Terminó así: “Un día, sin duda no lejano, se abolirá la pena de muerte en Francia como ya es caso en toda Europa occidental. Y ustedes se quedarán con su condena. Y un día se lo contarán a sus hijos, o se enterarán de que han condenado a un chico y verán sus miradas…” Cuatro años después, y pese a que el 62% de franceses estaban en contra de su proyecto, Francia dejó de ser una excepción europea.

Robert Badinter toca el piano en su domicilio de París el 7 de octubre de 2010.
Robert Badinter toca el piano en su domicilio de París el 7 de octubre de 2010.Claudio Alvarez
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En una entrevista con EL PAÍS en 2010, Badinter, recordaba cómo acabar con la guillotina en contra de la opinión pública dominante le acarreó “el honor de ser el ministro más impopular de Francia”. Pero también fue entonces cuando le empezaron a llamar “el honor de la izquierda”. Era una izquierda no marxista sino republicana y librepensadora, liberal en el mejor sentido de la palabra. Dicen que el presidente Mitterrand solía afirmar: “Yo tengo dos abogados. Para el derecho, Badinter. Para el torcido, Dumas”. Dumas era Roland Dumas, quien ocuparía varios ministerios con Mitterrand y encarnaba la cara más maniobrera del mitterandismo, por contraste con la imagen de rectitud de Badinter. Como ministro de Justicia entre 1981 y 1986, también fue responsable de la despenalización de la homosexualidad. Hasta el final mantuvo el combate por la laicidad, contra el oscurantismo y por los derechos humanos. En una entrevista con este diario en 2022, días después de la matanza perpetrada por soldados rusos en la ciudad ucrania de Bucha, dijo que era “la hora de la verdad para la justicia penal internacional y el derecho internacional”.

“Robert Badinter es el honor de la izquierda y el honor de Francia”, dice Valls. “Es lo mejor de la tradición republicana francesa, de la asimilación de los judíos a los cargos más importantes de la República, es esta aristocracia republicana sin título, no una nobleza de herencia, es uno de los últimos gigantes de esta tradición que va de Clemenceau y pasa por Léon Blum”, continúa, citando a figuras del republicanismo y la izquierda con los que podría identificarse a Badinter. Valls traza un paralelismo con otra figura: Simone Veil, superviviente de Auschwitz, feminista que logró la legalización del aborto en Francia y presidenta del primer Parlamento Europeo electo. “Simone Veil venía de la derecha y Robert Badinter de la izquierda”, comenta. “Ambos representan lo mejor de Francia”. Macron ha anunciado un homenaje nacional al fallecido. Un año después de morir, en 2018, Veil entró en el Panteón, el templo del santoral laico y republicano. A nadie sorprenderá si Badinter entra en un futuro no lejano.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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