Misión nocturna con una brigada ucrania que opera drones bomba en el frente de Bajmut
En la guerra de Rusia contra Ucrania, las aeronaves no tripuladas de uso civil se han convertido en esenciales por su rapidez, precio y manejabilidad. Kiev quiere fabricar un millón de estos aparatos este año
El sol se difumina en las colinas de Donbás. El conductor apaga las luces, acelera y recorre, casi de memoria, la agujereada carretera hasta la posición desde la que el equipo lanzará sus drones contra las tropas rusas. Trabajan de noche. La luna llena ilumina el camino, pero también el vehículo. Pequeñas bolas de fuego cosen el cielo. El frente de Bajmut (en el este de Ucrania) es un hervidero en el que truena la artillería y zumban los drones bomba. “De todas formas, si nos dan no lo vamos a ver, lo sentiremos”, musita Annya, ajustándose el casco. La militar y su compañero Yaroslav bajan del coche casi en marcha, atraviesan el lodo helado, entran en un sótano y despliegan el material. Están en la zona cero, donde los combates son metro a metro. Yaroslav saca uno de los drones y le engancha un proyectil. Con uno de esos podría llegar a volar un tanque. “Los rusos buscan cazarnos, pero nosotros los vemos. Y podemos alcanzarlos”, zanja.
Los soldados de Moscú están a menos de kilómetro y medio de la posición desde la que la brigada Ochi (Ojos) opera sus drones. La zona es extremadamente peligrosa y el coche no se puede quedar. Yuri, el conductor del grupo, un fornido militar veterano de la guerra de Donbás, pasará a recoger a sus compañeros cuando despunten las primeras luces del día. Yaroslav se atusa la barba afilada y pajiza y saca la cabeza del sótano con uno de los aparatos. Annya da sorbitos a una bebida energética y revisa las coordenadas en la pantalla de un portátil donde se desvelan las posiciones rusas. La noche es larga.
La batalla es intensa y ante la falta de munición y la dependencia del ejército ucranio de la ayuda occidental, los drones de ataque se han vuelto cruciales en la guerra de Rusia contra Ucrania. La encarnizada lucha de tanques de fabricación soviética y artillería, de afiladas defensas y lodazales cuajados con técnica más propia del siglo XX es también y cada vez más la batalla de los drones. Sobre todo aeronaves no tripuladas civiles, ligeras y más asequibles. Rusia y Ucrania las usan y las “adaptan a sus necesidades militares”, explica Marina Miron, investigadora del departamento de Estudios de Guerra del King’s College de Londres. “La realidad en el campo de batalla ha creado una necesidad que no podía ser satisfecha lo suficientemente rápido por la industria militar”, dice la experta. Y empezaron a proliferar los drones. Y la guerra electrónica.
Antes, el equipo Ochi operaba de día y fundamentalmente drones civiles de reconocimiento, como los cuadricópteros Mavic de DJI, de fabricación china, equipados con buenas cámaras con las que detectar las posiciones rusas que luego serán objetivo de las brigadas de artillería. Vuelo. Localización. Información. Disparo. Pero pocos quieren trabajar de noche, explica Yaroslav (siguiendo las reglas del ejército ucranio, los militares no revelan sus apellidos). Y menos en las aldeas que rodean Bajmut, la ciudad fortaleza que terminó por caer en manos rusas el pasado verano, tras la batalla urbana más sangrienta de la guerra a gran escala. El grupo se reformó y empezó a trabajar en la oscuridad y poco a poco fue introduciendo también drones adaptados para atacar: aeronaves cuadricópteras remozadas para lanzar proyectiles y granadas o impactar contra el objetivo, como kamikazes. “Son ellos o nosotros”, apunta Annya.
El equipo maneja ahora también los llamados First Person View (FPV), drones con vista en primera persona, muy manejables, rápidos y relativamente baratos a los que enganchan proyectiles con arneses y bridas que ellos mismos fabrican con una impresora 3D. La mayoría de las veces, brigadas como la suya financian los repuestos y el material de su bolsillo o a través de donaciones. En el húmedo sótano, iluminado con una bombilla, Yaroslav se pone las gafas con las que opera el dron FPV y se mete en la cabeza de la aeronave ya cargada. No es un videojuego. La guerra lanzada por Rusia, que va camino de entrar en su tercer año, ha acabado con decenas de miles de vidas, destrozado miles de hogares, provocado millones de refugiados y ha hecho saltar por los aires la arquitectura de seguridad global.
Hace años que los drones militares son una clave en las guerras. Ucrania tenía aviones no tripulados Leleka-100 y ha usado los Bayraktar, de fabricación turca, que también supusieron una ventaja oceánica para Azerbaiyán en la guerra contra los armenios en Nagorno Karabaj, en 2020. Al Bayraktar se la han hecho incluso canciones en ucranio. Entre abril y mayo de 2022, el ejército de Kiev empezó a usar drones comerciales más pequeños para vigilancia y reconocimiento, explica Marina Miron. Después los adaptó para atacar equipos rusos y personal. El Kremlin se puso al día “muy rápidamente” e introdujo los Shahed de fabricación iraní, apunta la investigadora del King’s College. Ahora, ambos emplean drones para resolver tareas en el campo de batalla, corregir fuego de artillería y abrumar a los sistemas de defensa aérea. Rusia los usa, además, como enjambres, combinados con misiles.
Hay aparatos civiles que se pueden adaptar para reconocimiento o ataque por entre 2.000 euros, los más tácticos, y 400. También en Rusia el coste es una variable. “Un dron iraní Shahed 136 cuesta unos 20.000 dólares, mientras que un misil Kalibr, 950.000. Ahora bien, no causa el mismo daño”, matiza Miron.
Guerra electromagética
Para el analista militar Mijailo Samus, este será “definitivamente” el año de los drones de guerra. El ejército ucranio tiene ahora una compañía de ataque de estas aeronaves casi en cada brigada, se está creando una doctrina especial para este tipo de tecnología y terminará por ser una rama específica, como el cuerpo de marines o las fuerzas aéreas, dice el reputado experto. Pero mientras que Ucrania se ha mostrado superior en el manejo de drones navales, como los que ha usado para atacar a la Flota del Mar Negro o el puente de Kerch (Crimea), explica Miron, Rusia ha desarrollado una serie de “contramedidas” para proteger sus equipos y ha desplegado varios sistemas de guerra electromagnética (conocida como EW), como el Shipovnik Aero, que usa también para derribar drones ucranios, y que también puede afectar la navegación del aparato o la comunicación con el piloto. Y aquí, el Kremlin está teniendo ventaja.
Kiev trabaja ahora en un nuevo proyecto para formar a 2.600 pilotos de drones FPV. El próximo paso será integrar la inteligencia artificial, explica el analista Samus, para que sea más fácil encontrar el tanque y los vehículos blindados de las tropas enemigas en el campo de batalla. “Con esto, un operador podría llegar a usar varios drones al mismo tiempo”, apunta el experto.
La brigada Ochi, mientras, busca un tercer operador. Ahora su mecánica es siempre la misma: duermen de día, fabrican más material para las aeronaves, acuden a la posición a todo lo que da el motor bajo la lluvia de artillería que ilumina el atardecer y manejan sus drones desde el sótano. Noche tras noche. Hace dos años, Annya tenía otra vida. La militar, fisioterapeuta de 34 años, vivía en Kiev con su novio. Tenían planes. Sueños. Nació y creció en la región de Donetsk y vivió la guerra de Donbás. Cuando Rusia acumuló tropas junto a las fronteras ucranias se apuntó a las brigadas de defensa territorial y empezó a recibir entrenamiento.
El 24 de febrero de 2022, cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, lanzó sus ataques contra Ucrania por tierra, mar y aire, Annya y su novio se alistaron. A él lo mataron los rusos el pasado invierno. Ella cambió de brigada en primavera. Ahora opera drones bomba en uno de los focos más duros de la batalla, mientras resuenan los cohetes y los morteros. “Creo que aquí, por ahora, puedo contribuir, marcar una diferencia”, dice. A su lado, entre cables, asiente Yaroslav, de 35 años y padre de tres críos. Antes de la invasión a gran escala, él llevaba una empresa en Kiev. Ahora lleva casi dos años en el lodazal de Donbás. A ambos les es cada vez más difícil permanecer enganchados a la vida civil.
Fuera del sótano, en las grises aldeas del frente de Bajmut ya no queda casi nadie. En Chasiv Yar, una ciudad en la que vivían unas 12.500 almas antes de la invasión, convertida en la nueva Bajmut por el asedio ruso, solo se escuchan las bombas. En julio, un ataque del Kremlin destrozó el Palacio de Cultura, que servía de punto de entrega de ayuda humanitaria. El edificio es ahora un amasijo de cascotes. En una de las fachadas, un grafiti muestra a Valeri Zaluzhni, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, haciendo la V de Victoria. La guerra de Rusia contra Ucrania se ha enquistado en la zona. Los soldados de Moscú han tomado algunas de las posiciones que las tropas ucranias habían recuperado en primavera.
El país invadido se prepara para una guerra larga mientras teme que el apoyo occidental flaquee y los fondos que mantienen a flote el país —y las armas que permiten resistir— dejen de llegar. Kiev está tratando de aumentar la fabricación de armas y drones, explica a EL PAÍS el ministro de Industrias Estratégicas, Oleksandr Kamyshin. Según sus cálculos, este año podrá producir un millón de drones FPV, más de 10.000 drones bomba de medio alcance (entre 600 y 800 kilómetros) y 1.000 drones kamikaze de largo alcance (más de un millar de kilómetros). “Los sistemas robóticos terrestres también son vitales. Pueden salvar vidas reemplazando a los soldados en el campo de batalla. Funciones como el desminado, la evacuación médica y la logística, que son muy peligrosas, también pueden y deben ser realizadas por robots”, dice el ministro. Kamyshin asegura, además, que tras la guerra Ucrania se convertirá en un actor mundial clave de este tipo de tecnología. “Los drones están cambiando las reglas del juego en esta guerra”, añade.
Para la brigada Ochi, desde luego, lo han cambiado todo. Desde el sótano en el que zumba un pequeño generador, relatan tiempos mejores en los que no se imaginaban en un oscuro cenagal o en medio de la nieve lanzando drones bomba a las fuerzas del Kremlin. “Rusia quiere borrar nuestra nación, acabar con nuestra democracia. Esto es una guerra y cada uno hacemos lo que podemos”, zanja Annya. “No sé si Europa está preparada, pero si Putin avanza no se quedará en Ucrania. Y habrá muchas personas como nosotros, muchos sótanos como este”, asiente Yaroslav.
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