La visita de Carlos III a Francia consagra la reconciliación con el Reino Unido tras las turbulencias del Brexit
La República agasaja a la monarquía británica en un viaje aplazado en marzo por las protestas contra la reforma de las pensiones
Carlos III y Emmanuel Macron sellaron este miércoles la nueva entente franco-británica tras las turbulencias por la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El monarca británico ha comenzado una visita de Estado de tres días con una ceremonia en el napoleónico Arco del Triunfo, una reunión con el presidente de la República en el palacio del Elíseo y una cena de gala en Versalles, símbolo del esplendor monárquico de Francia. Prevista inicialmente en marzo, Macron la anuló a última hora en plenas protestas, algunas violentas, contra la reforma de las pensiones.
Hay, en la visita de Carlos III, una parte festiva y protocolaria. Pero el acontecimiento —aunque el jefe de Estado británico, al contrario que el francés, no tiene funciones ejecutivas— tiene un indudable calado político.
Después de la muerte de Isabel II, hace un año, su hijo asumió el trono de un país cuya entonces primera ministra, Liz Truss, declaraba públicamente no saber si Francia era “amigo o enemigo”. Era un país en el que, durante el Brexit, algunos dirigentes —Truss, y también su antecesor, Boris Johnson— había convertido a Macron en la diana preferida de sus invectivas, uno de los responsables de lo que iba descarrilando en aquel proceso. Todo esto terminó. La llegada de Rishi Sunak al 10 de Downing Street abrió la puerta a una relación pragmática y despojada del teatro y los exabruptos de los últimos años; la visita del rey consagra la reconciliación.
“Se trata de mostrar que, como en tiempos de Eduardo VII y la entente cordial, hay un vínculo personal a pesar de las vicisitudes políticas”, dice por teléfono, recordando la alianza de principios del siglo XX, Stéphane Bern, el más célebre de los expertos franceses en royals y amigo de Macron. “A pesar de que el Reino Unido ya no está en el Mercado Común, podemos seguir trabajando juntos, haciendo business, siendo amigos.”
Bern recuerda que “en el momento de la muerte de Isabel II, el presidente pidió al rey que reservase su primera visita de Estado a Francia”. “Alemania debía ser number two”, añade, para referirse a que Carlos III debía visitar Francia primero y Alemania después. “Pero, como usted sabe, Alemania se convirtió en number one porque había manifestaciones hostiles en Francia”.
Revés para Macron
La anulación de la visita fue un revés para Macron. La presencia de Carlos III en Francia habría sometido a las fuerzas del orden a una carga de trabajo difícil de asumir en plenas protestas contra la ley para aumentar de los 62 a los 64 años la edad de jubilación. Y, políticamente, resultaba delicada la imagen de una cena entre los oropeles del palacio de Versalles, mientras centenares de miles de franceses protestaban contra los recortes sociales con eslóganes que comparaban al presidente de la República con un monarca absoluto.
Las cosas se han calmado en Francia. Y este miércoles, mientras Carlos III y Macron descendían por los Campos Elíseos saludando a turistas y curiosos desde el automóvil custodiado por la Guardia Republicana a caballo, la escena resultaba incluso algo desangelada. En la avenida, que en 2018 y 2019 fue el escenario de la violencia de los chalecos amarillos, no había multitudes. “Vive le Roi!”, gritaba alguien. Las medidas de seguridad, sin embargo, son robustas. La estancia del monarca en Francia —que continuará el jueves con un discurso en el Senado y una visita a Notre Dame y termina el viernes en Burdeos— coincide con el Mundial de rugby, con la visita del Papa Francisco a Marsella, y varias manifestaciones. El Ministerio del Interior prevé desplegar hasta 30.000 policías y gendarmes el fin de semana.
Versalles es un momento central del viaje de Carlos III. Por ser el palacio del Rey Sol, Luis XIV, una historia que de nuevo puede dar pábulo a las acusaciones a Macron por supuestamente comportarse como un monarca. Y porque, en pleno debate en Francia sobre la inflación y las dificultades para llegar a fin de mes, es un flanco a la crítica de la izquierda. Al mismo tiempo, Versalles es motivo de orgullo en Francia. Como ha teorizado Macron, la República francesa siente nostalgia monárquica desde la decapitación de Luis XVI en 1793. Desde entonces, según el actual jefe de Estado, nunca ha dejado de buscar un sustituto a quien entronizar. Y, simbólicamente, decapitar.
A la cena de Versalles —una mesa de 62,5 metros de largo por 1,5 de ancho en la Galería de los Espejos— estaba prevista la asistencia de la crème franco-británica: más de 150 invitados, desde francófilos como Mick Jagger y el novelista Ken Follett, hasta actores como Hugh Grant, milmillonarios como Bernard Arnault o Charlotte Gainsbourg, hija de la pareja más célebre de la entente pop franco-británica, Jane Birkin y Serge Gainsbourg.
“Hay que ver Versalles como un escaparate”, observa Stéphane Bern, invitado también a la cena. “Ya lo era con Luis XIV, para mostrar todo lo que sabíamos hacer en la época, y a Macron también le gusta utilizar Versalles como símbolo del savoir faire, de la excelencia francesa”. Bern recuerda que Isabel II fue agasajada con una cena de gala en el mismo lugar en 1972, en vísperas de la adhesión del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea. Su hijo regresa cuando acaban de salir. El ciclo se ha cerrado; la amistad —y este es el mensaje del viaje— perdura.
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