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Peluquería abierta, mercado cerrado: la doble realidad de Toretsk, a las puertas del frente de Bajmut

Sin gas ni agua y bajo las bombas, la gran invasión rusa agravó la situación de muchas localidades del este de Ucrania, donde la guerra se vive desde hace una década

Bajmut Ucrania
Colegio bombardeado por la aviación rusa esta misma mañana del 24 de junio en Toretsk, a tres kilómetros de la línea de combate y en el entorno del frente de BajmutLuis de Vega
Luis de Vega (ENVIADO ESPECIAL)

“Vaya pregunta estúpida. Nací aquí y vivo aquí”, espeta Oleksandr, un vecino de Toretsk, localidad a tres kilómetros del gran frente que rodea la ciudad de Bajmut (región oriental de Donetsk), tras ser preguntado que por qué no se había marchado a un lugar más seguro. El plástico que cubre la ventana de la peluquería sin cristales a la que ha acudido a cortarse el pelo flamea con la brisa. Las detonaciones constantes que llegan desde las posiciones de la artillería no alteran lo más mínimo el ritual del peine y la tijera en manos de Tatiana. Un avión ha vomitado desde el cielo dos bombas un rato antes sin matar a nadie, pero dejando importantes daños en varios edificios. En la otra butaca de la peluquería, Liuvob da mechas a Irina. La vida sigue su curso y hay que estar presentable.

La contraofensiva que Ucrania desarrolla desde comienzos de junio no ha alterado apenas en Toretsk la zona gris, esa donde chocan los dos ejércitos. En estas semanas, las tropas locales han arañado 35 kilómetros cuadrados al enemigo en la batalla por Bajmut, de los que cuatro corresponden a los avances de la semana pasada, según datos de la viceministra de Defensa, Hanna Maliar.

Las autoridades locales, en medio del goteo de muertes de civiles, han decidido cerrar los mercados al aire libre por seguridad tras varios ataques. El alcalde, Vasil Chynchyk, afirma que no quieren aglomeraciones, pero la vida a medio gas de estas poblaciones hace casi inevitable que la gente se agolpe cuando hay repartos de ayuda humanitaria, como ocurre durante la visita de EL PAÍS.

Bandadas de pájaros se adueñan de las calles desiertas de Toretsk.
Bandadas de pájaros se adueñan de las calles desiertas de Toretsk.Luis de Vega

Bandadas de pájaros se adueñan del asfalto de las calles casi desiertas de Toretsk. Un goteo de vecinos avanza cada poco en soledad tirando de carritos en los que cargan los alimentos que acaban de recibir. Si uno anda en dirección contraria, se topa con un edificio oficial en el que se lleva a cabo el reparto. Decenas de personas se concentran al aire libre en las escaleras del exterior mientras son llamadas adentro por orden. No quieren fotos ni declaraciones.

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Tras salir de recoger una caja con comida, Raya, de 68 años, avanza sobre una acera alfombrada de cristales y restos de ventanas que ya nadie se molesta en recoger ante la machacona rutina del enemigo. La mujer, cubierta con un sombrero, esboza una sonrisa que ilumina los ojos tras las gafas. Transporta la ayuda facilitada por una organización de la iglesia protestante suiza con el lema “pan para todos”. Sobre su cabeza, una persiana metálica se cimbrea sin llegar a caerse desde un primer piso golpeado por la onda expansiva. Las fachadas presentan casi todas heridas de mayor o menor consideración. Raya se santigua cuando se le pregunta por el final del conflicto. Los ataques, cuenta, se suceden por la mañana y por la tarde. “Me paso el día rezando para que la guerra acabe”, resuelve antes de seguir adelante.

No lejos de esa avenida, las autoridades han encontrado acomodo en un antiguo club infantil. Allí firma y sella documentos Vasil Chynchyk, jefe de la administración civil y militar, lo más parecido que hay a un alcalde en tiempos de guerra. Organizar las evacuaciones es parte de su quehacer diario. Se llevan a cabo entre 10 y 15 traslados al día por los medios que facilitan las autoridades y otros cinco se van por sus propios medios. Eso supone el triple de los que eran evacuados hace unas semanas, calcula Chynchyk, que luce una pistola en una cartuchera de piel en el costado. Los bombardeos son el principal motivo que empuja a los habitantes a irse, señala. Le preocupa de manera especial la presencia de menores, que “se ven obligados a quedarse con sus padres en lugares peligrosos”.

Tatiana corta el pelo a Oleksandr en su peluquería de Toretsk.
Tatiana corta el pelo a Oleksandr en su peluquería de Toretsk.Luis de Vega

Un reguero de vecinos de Toretsk, como de otras zonas del frente, va salpicando otras regiones del país más seguras gracias a los acuerdos que van tejiendo las autoridades. El alcalde comenta que se les facilita transporte, acomodo temporal, asistencia médica y asesoría para salir adelante lejos de su casa. “Hay evacuaciones gratuitas a cualquier esquina del país”, señala. La localidad ya estuvo unos meses en manos de separatistas prorrusos en 2014, cuando Moscú lanzo la guerra en el este de Ucrania. La población de la comarca era en 2021, antes de comenzar la gran invasión del país, de 70.000 personas frente a las 14.000 actuales, según datos de Chynchyk. Los que se quedan habitan en un lugar donde desde hace un año y medio no hay agua ni gas, aunque sí luz. Llenar ese vacío en los suministros es una de las tareas que, con ayuda de ONG y organizaciones internacionales, también acometen las autoridades.

Pero la principal preocupación del máximo responsable de la comarca pasa por salvar la vida de cuantos más, mejor. La última decisión adoptada por las autoridades regionales, y que él mismo defiende, es no volver a autorizar más mercados al aire libre. No quieren darles a los rusos la oportunidad de que las aglomeraciones de personas se conviertan en un objetivo, como así ha sido.

Ludmila, de 72 años, regresa a casa tras recoger ayuda humanitaria pasando entre los restos de un bombardeo de la aviación rusa esa misma mañana.
Ludmila, de 72 años, regresa a casa tras recoger ayuda humanitaria pasando entre los restos de un bombardeo de la aviación rusa esa misma mañana.Luis de Vega

La decisión enerva a Tatiana, la peluquera. “Cierran los mercados y ahora hay decenas de personas agolpadas esperando la ayuda humanitaria”, comenta refiriéndose a lo que ella considera un contrasentido. En un goteo casi incesante, cuatro civiles murieron bombardeados la semana pasada en la vecina localidad de New York y dos hermanos —un niño y una niña— perdieron la vida en el pueblo de Druzhba (que significa amistad). Ocho personas fallecieron en un mismo ataque el 4 de agosto del año pasado en una parada de autobús de Toretsk. “Algún día reconstruiremos esos edificios, pero esas personas nunca volverán”, suspira Vasil Chynchyk en su escritorio mientras la viceministra Maliar comparece en televisión.

La muerte se pasea a veces milagrosamente de puntillas sin detenerse en Toretsk. Las dos bombas tipo FAB-250 lanzadas por la aviación enemiga no han causado muertos. Los daños son visibles en la fachada destrozada de un colegio de tres pisos. Las explosiones han alcanzado también a viviendas, garajes y algún edificio más de la administración. Nada que no tenga arreglo, como recalca el alcalde. Sorprende, sin embargo, la pasmosa pasividad que rodea el bombardeo, que de haberse producido, por ejemplo, en una gran ciudad como Kiev hubiera merecido más atención. Chynchyk no le da más importancia que a otros problemas cotidianos y los vecinos desfilan por los alrededores con cierta indiferencia, como si en vez de dos bombas hubieran caído dos piñas de un pino.

Por medio de los restos del ataque que salpican el camino, Ludmila, de 72 años, trata a duras penas de avanzar con su caja de ayuda humanitaria sobre unas ruedas. Se queja de que nadie la haya ayudado. La mujer salió de casa hacia el punto de reparto a las seis de la mañana y, de regreso, se ha topado con la cruda realidad: han bombardeado el barrio. Ludmila, con sus hijos refugiados en el oeste de Ucrania, vive sola. “En invierno duermo en la cocina. Desenrollo un colchón y lo pongo al lado de la cocina con leña que me da la iglesia”, explica.

Olga, de 45 años, recoge leña y maderas tras el bombardeo de un colegio (detrás) por la aviación rusa esa misma mañana en Toretsk.
Olga, de 45 años, recoge leña y maderas tras el bombardeo de un colegio (detrás) por la aviación rusa esa misma mañana en Toretsk.Luis de Vega

En ese mismo camino por el que regresa Ludmila, otra vecina, Olga, de 45 años, hace acopio de leña. Aprovecha las ramas rotas de los árboles por las explosiones y maderas procedentes de marcos de puertas. Las va amontonando en un carro y amarrándolas con un pulpo de goma. Las más grandes, detalla, son para calentarse en otoño e invierno. La pequeña, para cocinar. El ataque le pilló a Olga en la ducha y, al salir, comprobó que lo que había sentido había sido un bombardeo que había incluso derribado parte de las paredes sobre la cama de la casa, donde vive sola con cuatro perros.

La soledad en tiempos de guerra no ha empujado a Olga o Ludmila fuera de Toretsk. Tampoco a Tatiana, la peluquera, o a Oleksandr, su cliente. Él desconfía de las ayudas que prometen las autoridades para los que son evacuados. Ella, mientras le atusa el flequillo al hombre, le apoya: “Aquí se vive bien. Tengo un trabajo que fuera no tendría”. Mientras, por el plástico parcialmente desprendido del marco de la ventana, se sigue escuchando la banda sonora de los combates.

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Sobre la firma

Luis de Vega (ENVIADO ESPECIAL)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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