Las bombas perdidas de la II Guerra Mundial que ocultaba el Dniéper
La bajada del cauce del río tras la destrucción en junio de la presa de Nova Kajovka saca a la luz en Zaporiyia decenas de artefactos ocultos en el agua desde hace décadas
Cubierta de óxido y caramujos, reposa entre la arena de la orilla del río Dniéper sacudida por un leve oleaje. A simple vista, no parece una bomba FAP-50 procedente de un avión alemán de la II Guerra Mundial, como detalla Ruslan Anikalov, jefe de los artificieros de la ciudad de Zaporiyia (sur de Ucrania) que acuden a retirarla. “No hay duda”, asegura tras confirmar de qué armamento se trata. Para transportarla recurren a una camilla de lona militar como las empleadas para sacar a los heridos del frente de guerra. Los dos hombres que portan el artefacto, de unos 40 kilos de peso, han de hacer alguna parada camino del camión en el que la cargan. En la misma playa, a un centenar de metros, una familia no quita ojo a la caña de pescar. Un poco tierra adentro, un grupo de personas espera a que la llama del carbón se extinga para empezar a poner carne en la barbacoa.
La destrucción el pasado 6 de junio de la presa de Nova Kajovka, unos 200 kilómetros cauce abajo desde la ciudad de Zaporiyia, no solo acabó con la vida de varias decenas de personas. Solo en la zona bajo control ucranio las víctimas mortales ascendieron a 29, según anunció el pasado jueves el ministro del Interior, Ígor Klimenko. La explosión de esa infraestructura también hizo bajar el nivel del agua, hasta tal punto que han aparecido decenas de bombas como esa FAP-50 que llevaban ocultas desde aquel conflicto armado, que tuvo lugar entre 1939 y 1945. A lo largo de estas semanas, las fuerzas de seguridad han recibido en Zaporiyia “una media de dos o tres avisos cada día por parte de los ciudadanos que se topan con ese armamento mientras dan paseos o pescan en la orilla”, explica Anikalov. La orden, añade, es no tocarlos porque son potencialmente peligrosos, aunque admite que es complicado que estallen sin ser manipulados. De hecho, el destino de todas ellas es ser detonadas y destruidas.
“Tras la II Guerra Mundial, esas bombas se quedaron ahí sin estallar bajo el agua. Piense, años 1943 y 1944, sin los equipos necesarios para localizarlas, buzos… cuando todo quedó destruido”, comenta la historiadora Svitlana Volodimorivna, empleada del Museo Regional de Zaporiyia. “Es un problema que ha permanecido sumergido bajo el agua todos estos años”, concluye. Volodimorivna explica que los alemanes intentaron beneficiarse de la gran planta hidroeléctrica, así como las factorías metalúrgicas de Zaporiyia, por eso no bombardearon en un principio la ciudad. “Pero en su retirada, en 1943, destruyeron todo de golpe. En aquella época era normal tanto en nuestras filas como en las alemanas disparar artillería o bombardear desde el aire proyectiles que caían, pero no explotaban”, añade.
A una veintena de kilómetros de Zaporiyia, en otro punto del río donde se encontró alguna otra bomba, han aparecido también estos días huesos humanos que los servicios de emergencia —que muestran las fotos a EL PAÍS— desconocen si pertenecen a militares del ejército soviético o nazi que se enfrentaron en la zona. Es fácil comprobar los efectos de la bajada del agua en la zona. El río cuenta con una especie de nueva playa a su paso por la ciudad que se ha convertido en una atracción para los habitantes. No es un lugar agradable en exceso porque en vez de arena el terreno está formado por lodo y unas grandes tuberías de desagües quedan a la vista. Junto a ellas, el carné de la biblioteca de un chaval caducado hace ya una década.
“Nunca había visto el río en un estado tan terrible”, deplora Grigori Markov, de 76 años, mientras inspecciona sorprendido la zona en compañía de un nieto. “Veo esto que han hecho nuestros hermanos [en referencia a los rusos] y me tengo que sentir ofendido, insultado y herido. Aquí la gente solía venir a relajarse, a pescar, y mira en lo que se ha convertido, las rocas ahí asomando, que impiden la navegabilidad”, comenta mientras gira alrededor de su cintura contemplando la gran porción de terreno que asoma al aire.
Como parte de aquella batalla que vivió Zaporiyia durante la II Guerra Mundial, las tropas locales, en una acción parecida a la de Nova Kajovka hoy, hicieron saltar por los aires la gran presa construida en el Dniéper. Decenas de miles de personas, hasta 100.000, según algunas fuentes, murieron en aquella operación llevada a cabo el 18 de agosto de 1941. Según Svitlana Volodimorivna, “todo quedó inundado, también parte de la munición. Muchos proyectiles quedaron sumergidos tras la detonación de la DniproHES”, como se conoce hoy a la estación hidroeléctrica, la mayor de Ucrania y una de las más grandes de Europa.
Fue Josef Stalin quien reclamó a sus agentes secretos de la NKDV —más tarde el KGB— que volaran la presa para frenar el avance nazi. “Había una orden de Stalin de destruirlo todo, como él mismo escribió entonces, ya fueran graneros para pan o factorías. Todo tenía que destruirse. Así era la política de un enfermo mental como él. Hay muchas pruebas de ello en la historia de Rusia y para lo que no es posible encontrar explicación humana”, afirma la experta.
La reciente destrucción de Nova Kajovka no llegó a ser tan letal como aquella de hace 82 años. Pero sí se parece en que la actual también ha movido peligrosamente la colocación de explosivos en los campos de minas en una zona en la que el Dniéper separa las posiciones de los dos ejércitos. De hecho, las instalaciones de la presa y la estación hidroeléctrica de Nova Kajovka estaban en manos de las tropas invasoras y los datos disponibles apuntan a que la destrucción fue causada por explosivos colocados por los rusos.
En la sede del Museo Regional de Zaporiyia no se interesan por la suerte de los hallazgos que la arqueología bélica arroja a la luz estos días por el descenso del cauce del Dniéper. Sí les inquieta más el patrimonio de su colección permanente. De hecho, parte importante de las piezas no están desde hace meses expuestas, pues se retiraron y trasladaron a lugares seguros ante el temor de que los rusos ocuparan la ciudad, explica Irina Anatolivna, empleada de la exposición.
No sería la primera vez que los invasores atacan museos y galerías o, simplemente, las destruyen. Hasta finales de 2022, más de 1.100 elementos del patrimonio cultural de Ucrania (arquitectura, museos, escuelas, universidades o centros culturales) habían sido dañados y más de 400 destruidos, según el Ministerio de Cultura. En Jersón, el resultado de la ocupación supuso, entre muchas otras tragedias, el expolio de los dos grandes museos de esta ciudad del sur que el ejército local liberó el pasado mes de noviembre.
Irina Anatolivna abre, sin embargo, la cerradura de una sala que muestra la historia de Ucrania desde su independencia de la URSS, en 1991, hasta hoy, casi literal. Sorprende ver un espacio más que vivo, pues hace tan solo unas semanas que se ha colocado parte de un misil S-300 lanzado por los rusos el pasado mayo sobre la localidad de Vilniansk, a las afueras de la capital regional. “A los niños les hace gracia porque les parece una lavadora”, comenta la trabajadora del museo.
Se muestran también homenajes a caídos durante la presente invasión rusa o durante la revolución del Maidán en 2014, armamento intervenido con pinturas de artistas locales. A unos metros, sobre el suelo, yacen los restos de un dron de fabricación iraní lanzado el pasado 10 de febrero contra las instalaciones hidroeléctricas de DniproHES. “Mira qué cinismo”, señala Anatolivna apuntando al mensaje que los rusos dejaron escrito con rotulador negro junto a una de las alas del aparato: “Encendamos las luces”.
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