El horror de las sectas de Kenia se multiplica
Las víctimas de un pastor que supuestamente animaba a los fieles a ayunar para “encontrar a Jesús” superan el centenar. El Gobierno informa de la detención de un famoso telepredicador por otro “asesinato en masa”
Los trabajos de exhumación no paran de sacar cuerpos enterrados en un bosque del este de Kenia. Ya son 103 las supuestas víctimas de una secta apocalíptica en la que los fieles ayunaban de forma extrema para “encontrar a Jesús”, pero Cruz Roja de Kenia contabiliza más de 200 desaparecidos en la zona. Y parece que la tragedia aún puede crecer más: el pastor de otra iglesia a poco más de 60 kilómetros, un influyente telepredicador, ha sido detenido este jueves acusado del “asesinato en masa” de sus fieles, de acuerdo con el Gobierno, que por ahora no ha precisado el número de víctimas ni ha revelado si existe una conexión entre ambos crímenes.
“Jesús me habló y me anunció que el mundo iba a acabar”, proclamaba el supuesto líder de la secta del hambre, Paul Mackenzie Nthenge, detenido el pasado 14 de abril junto con otros 14 sospechosos. Sus seguidores vivían en un terreno de más de 300 hectáreas en el bosque Shakahola, en el condado de Kilifi (cerca de la ciudad costera de Malindi, a más de 500 kilómetros de la capital, Nairobi). Las autoridades creen que las víctimas fallecieron a lo largo del último mes, aunque no está claro si una parte de las muertes, o todas, fueron violentas. Ocho de los seguidores, de acuerdo con la policía, fueron hallados vivos y murieron tras el rescate, y al menos 29 sobrevivieron. El presidente de Kenia, William Ruto, ha equiparado públicamente a Paul Mackenzie con un terrorista.
Las informaciones acerca de lo que sucedió en este bosque recuerdan en parte al suicidio colectivo de la secta apocalíptica del estadounidense Jim Jones, que en 1978 dejó 900 muertos en Jonestown (Guyana). La doctrina de la iglesia keniana, llamada Good News International Church (iglesia internacional de las buenas noticias), dictaba que los creyentes debían ayunar hasta morir, para así “encontrar a Jesús”, según ha contado un portavoz de Haki Africa (la ONG que dio la voz de alarma) al podcast de BBC Africa Daily.
En una de las imágenes más chocantes, distribuida por esta organización no gubernamental, una mujer, extremadamente delgada y débil, cierra la boca con firmeza cuando alguien intenta darle insulina. Algunos medios locales muestran estos días fotos de supuestos fieles (algunos de ellos, niños) escuálidos, tumbados en el suelo, aparentemente sin fuerzas para levantarse.
El otro pastor detenido este jueves en Mavueni, también en el condado de Kilifi y a poco más de 60 kilómetros de Shakahola, es tremendamente popular. Se trata de Ezekiel Odero, líder de la New Life Prayer Centre and Church (iglesia y centro de oraciones Nueva Vida), un telepredicador que, hace apenas cinco meses, atrajo a 60.000 personas a un estadio para realizar supuestos milagros y curaciones. El ministro del Interior keniano, Kithure Kindiki, ha anunciado la evacuación de más de un centenar de fieles que se encontraban “atrincherados” en la iglesia de Odero.
La batalla de la regularización
Las detenciones de estos dos pastores reabren el debate sobre la proliferación de pequeñas iglesias de culto personalista en Kenia y la necesidad de regular quién puede presentarse como líder religioso.
Oficialmente, cualquier formación religiosa debe estar registrada ante el Gobierno, aunque en 2014 el Ejecutivo elaboró un ambicioso borrador para vigilarlas de forma más estricta, incluyendo la forma en la que reclutan a sus miembros y cómo financian sus actividades. Los impulsores de la iniciativa pretendían exigir a los pastores certificados de buena conducta, además de pruebas de contar con formación en Teología.
La iniciativa nunca llegó a materializarse. Zacharia Samita, doctor en la facultad de Filosofía y Estudios Religiosos de la Universidad Kenyatta de Nairobi, señala que la oposición más fuerte vino de los líderes evangélicos y pentecostales. En su opinión, hoy las iglesias grandes y establecidas tienen sistemas regulatorios internos, pero eso no pasa con los nuevos grupos. “Los cultos que giran en torno a una persona apenas cuentan con ninguna regularización”, subraya. “La mayoría de los pastores no tienen formación teológica ni rinden cuentas a nadie”. Samita alerta asimismo de la radicalización de algunos de estos pastores: “Hay líderes disuadiendo a sus fieles de ir al médico, convenciéndolos de cortar relaciones con sus familias, obligándolos a jurar lealtad absoluta a sus padres espirituales...”.
El nuevo Gobierno de Kenia, elegido el pasado mes de agosto, ha mostrado intenciones de retomar la iniciativa de regularización tras los sucesos de Kilifi. El ministro del Interior, Kithure Kindiki, ha criticado en sus redes sociales el “abuso” del derecho constitucional de la libertad de culto y ha pedido regulaciones más firmes de “toda iglesia, mezquita, templo o sinagoga” tras conocer lo sucedido en el bosque Shakahola.
El asunto es delicado en un país con una mayoría aplastante de población cristiana (un 85,5%, según datos de 2019, con un reparto del 33% protestante, 21% católica y 32% de otras denominaciones). Ida Odinga, la esposa del entonces candidato a la presidencia del Gobierno Raila Odinga, desató el año pasado la furia de varias organizaciones religiosas al proponer en un acto público que los pastores tuviesen que probar su formación teológica. Tardó pocos días en recular, declarando: “Como creyente devota que soy en Jesucristo, entiendo que predicar es una vocación y que cualquier persona puede recibir la llamada para difundir la palabra de Dios”.
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