Xi Jinping busca convencer a Putin de que se implique en unas “conversaciones de paz”
El encuentro de los líderes de China y Rusia en Moscú brinda a Pekín la oportunidad de exhibir su visión para un mundo multipolar
Los encuentros entre el presidente de China, Xi Jinping, y de Rusia, Vladímir Putin, han dejado de ser algo excepcional: el que ha arrancado esta semana es el careo número 40 entre dos “buenos viejos amigos”, por usar el apelativo empleado este martes por el ruso hacia su colega; hasta ocho veces ha visitado Xi a Putin en su tierra desde que se conocieron en 2010. La agenda va cargada con los asuntos de rigor ―ampliación de acuerdos comerciales, el creciente suministro de hidrocarburos, impulso a la cooperación, lo clásico―. Pero en esta ocasión, con la herida abierta de Ucrania en Europa, la guerra que ha revuelto el patio global y desempolvado las armas en las relaciones internacionales, la entrevista entre los líderes de ambas superpotencias tiene capacidad para marcar el pulso en el teatro geopolítico.
El conflicto de Ucrania y todas sus ramificaciones ―lo que implica para el orden mundial, su potencial contagio a otras regiones (léase Taiwán), las sanciones, la escalada armamentística, el intenso aroma a una nueva Guerra Fría― son la piedra angular sobre la que gravita el encuentro. Y a China parece interesarle figurar ante los ojos de la comunidad internacional como el mediador necesario para una tregua muy escurridiza.
“En la cuestión de Ucrania, se están reuniendo voces a favor de la paz y la racionalidad”, le confió el lunes el líder chino a su homólogo ruso, nada más verse, en su primera toma de contacto informal de una visita que durará tres días. “La mayoría de los países apoyan el alivio de las tensiones, apuestan por las conversaciones por la paz y se oponen a echar leña al fuego”, añadió, según la lectura oficial facilitada por Pekín. También le recordó que si uno repasa la historia se da cuenta de que, al final, “los conflictos deben resolverse mediante diálogos y negociaciones”.
El cambio es realmente notable: en el primer encuentro cara a cara entre ambos después de que Rusia invadiera Ucrania ―en Samarcanda (Uzbekistán) el pasado septiembre―, Xi ni siquiera mencionó de forma expresa la guerra en la antigua república soviética, según la lectura oficial. Ahora, en cambio, lo pone sobre la mesa en el minuto cero y se ofrece a mediar de forma activa.
La crisis ucrania ha brindado a China la oportunidad de ofrecer una visión del mundo en sintonía con las múltiples iniciativas lanzadas por Xi, con las que aspira a moldear unas relaciones internacionales más a su medida y con fuerte atractivo para muchos países, especialmente en el Sur Global: la Iniciativa de Desarrollo Global, la de Seguridad Global, la de Civilización Global. “El mundo actual está experimentando profundos cambios, nunca vistos en un siglo”, resumía Xi a modo de prólogo en un artículo publicado el lunes, antes de tocar tierra, en diversos medios rusos. Y China, añadía, puede ofrecer su ejemplo para alcanzar “una comunidad de futuro compartido para la humanidad”.
Xi ha llegado al Kremlin con los deberes hechos. Acaba de ser reelegido presidente para un tercer e inédito mandato y trae bajo el brazo una hoja de ruta con 12 puntos para promover el “acuerdo político” entre Moscú y Kiev (China no lo llama oficialmente plan de “paz” del mismo modo que evita llamar al conflicto “guerra”). Acude, además, con cierta aura de forjador de una pax sinica tras haber logrado hace unos días que Arabia Saudí e Irán retomen unas relaciones diplomáticas rotas en 2016. En este reciente deshielo entre antagonistas regionales se intuye su mediación directa: Riad y Teherán sellaron el pacto en China hace un par de semanas con una firma a tres bandas en la que también figura Pekín. El acercamiento se produjo después de que Xi se entrevistara en diciembre con el rey de Arabia Saudí, Salmán Bin Abdulaziz Al Saud, y con el presidente de Irán, Ebrahim Raisí, en febrero.
En este nuevo contexto, surgido de lo que Xi suele denominar un periodo de “turbulencia”, Pekín y Moscú han declarado su intención de caminar juntas de la mano hacia un “mundo multipolar”, sinónimo de un peso decreciente de Estados Unidos y Occidente en la mesa. Ambos mandatarios han denunciado en los últimos días, de forma explícita, lo que denominan una política de “contención” encabezada por Washington.
“China y Rusia comparten las mismas opiniones frente al concepto de hegemonía, las sanciones unilaterales, la mentalidad de Guerra Fría y la confrontación de bloques”, señala Xu Poling, director de la Oficina Económica Rusa del Instituto de Estudios de Europa Oriental, Rusia y Asia Central, dependiente de la Academia China de Ciencias Sociales. En su opinión, la cita tiene para el presidente Xi “múltiples agendas, y el llamamiento a la paz es una de ellas”. Ambos países han establecido una visita anual de jefes de Estado ―en la anterior, en Pekín, tres semanas antes de la invasión de Ucrania, se profesaron una amistad ilimitada― y esta relación bilateral goza de “prioridad diplomática para China por muchas razones históricas”, señala Xu.
Pero también hay diferencias en la diplomacia de Moscú y Pekín: “China siempre ha mantenido una posición de colaboración y no confrontación con el mundo”, dice. Y eso se refleja también en su propuesta de paz: “[Pekín] tiene su propia postura en el asunto de Ucrania, no toma partido”.
El analista estima “probable” que la guerra continúe. Pero reconoce los daños económicos que el conflicto causa a Pekín. Con el agravamiento de la guerra, asegura, China se ha encontrado en la tesitura de tener que tomar partido, y se ha visto arrastrada a la “disociación” y a “la confrontación de bloques”, sufriendo iniciativas lideradas por Washington como el bloqueo en el suministro de semiconductores, y el deterioro del entorno económico y comercial. Y citando a Xi, concluye: “Ante cualquier dificultad, debemos aferrarnos a la esperanza de paz”.
Desde la distancia, la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN miran con suspicacia el desarrollo de esa amistad entre un país al que la Alianza Atlántica considera una “amenaza” (Rusia) y otro que intenta “subvertir el orden internacional” (China), según la denominación más actualizada del Concepto Estratégico de la OTAN. El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, ha sido muy franco en su escepticismo: “El mundo no debe dejarse engañar por ningún movimiento táctico de Rusia, con el apoyo de China o cualquier otro país, para congelar la guerra en sus propios términos”, ha advertido este lunes.
Pero desde Occidente también observan la cumbre moscovita con unos gramos de esperanza o, al menos, un hálito de expectación: Xi es de los pocos que aún tienen capacidad de influir sobre Putin, y parece haber aterrizado en la capital rusa con ganas de intermediar y hacer uso de ese ascendiente sobre su colega.
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