Una superviviente del tren de Grecia: “A la derecha del vagón todo ardía y se oían gritos. A la izquierda solo había oscuridad”
El tren de pasajeros accidentado en Grecia iba lleno de estudiantes que volvían de celebrar el último día del carnaval
La ruta ferroviaria que une Atenas y Tesalónica, las dos principales ciudades de Grecia, es siempre una línea concurrida. Ambas ciudades concentran prácticamente la mitad de la población de toda Grecia. El 27 de febrero había sido “lunes limpio”, el último día de carnaval. Una de las fiestas más importantes del calendario ortodoxo, es un día festivo y la tradición dice que hay que volar una cometa y comer pescado, como inicio de la Cuaresma. La mayoría de los pasajeros del tren accidentado el miércoles eran estudiantes que venían de celebrar el lunes limpio en familia y se dirigían a la ciudad donde estudian. La cifra de muertos en la mayor tragedia ferroviaria de la historia de Grecia asciende ya a 46, según el último dato de este jueves del cuerpo de bomberos griegos.
Alexandra Riba es una joven fotógrafa que viajaba en el vagón número seis. Riba atiende a EL PAÍS en Tesalónica, la ciudad donde reside. “Estaba escuchando música”, relata, “y de repente, cuando todo iba bien, noto un frenazo muy brusco y un ruido ensordecedor. En un momento dado el sonido se detiene de golpe y todos nos miramos unos a otros durante unos segundos intentando entender qué había pasado”. Aunque comparado con los viajeros que iban en los primeros vagones tuvo suerte, Alexandra vivió momentos de terror. “No entendía lo que estaba pasando. Daba mucho, mucho miedo porque estaba oscuro”, cuenta. Un pasajero que iba en su vagón sufrió un ataque de pánico y gritaba que tenía miedo de que les atropellara otro tren en la oscuridad, porque tuvieron que caminar durante mucho tiempo sobre las vías.
“Recuerdo a gente gritando ‘ayuda’ y chillando desde dentro del humo”, recuerda la fotógrafa. En su vagón solo había una persona herida, una señora con sangre en la cabeza a la que intentaron socorrer. “Una vez que salías del tren, a la derecha veías todo ardiendo, humo y gritos. A la izquierda solo había oscuridad y raíles”, prosigue Riba. Cuando lograron salir del tren se toparon con un precipicio, y desde esa distancia no entendían cómo llegar hasta la carretera para ser evacuados. En pequeños grupos consiguieron alcanzar la carretera, donde la policía dirigió el autobús que les llevó a Tesalónica. Llegaron allí sobre las tres de la madrugada.
Un joven pasajero llamado Yorgos relata cómo tuvo que romper la ventanilla con su equipaje para poder salir. “Dos vagones estaban en llamas y uno estaba caído. Yo iba en el vagón número cuatro”, relata con el susto aún en el cuerpo. Yorgos vio chispas por la ventanilla instantes antes del accidente. Son las chispas que provocaron el accidente que calcinaron los primeros vagones. “Vi fuego y chispas en las ventanillas y de repente nos paramos”, explica este joven. “Rompimos la ventana con mi mochila. Había algunas personas cerca de las ventanas, rompimos dos de ellas y salimos. Vimos el caos, no puedo describirlo”.
Cuando llegaron a la localidad de Tempe, los policías advirtieron a los periodistas de que lo que iban a ver era muy impactante. “Los bomberos, que son gente acostumbrada a todo, nos han contado que han visto imágenes terribles” dijo uno de los agentes a los reporteros. Se refería a los cuerpos carbonizados entre el amasijo de hierros de los primeros vagones. Una imagen difícil de describir.
Kostas, otro joven de Tesalónica, fue a la estación a esperar a su novia. Al principio, pensó que era un retraso de los habituales. Estuvo durante cuatro horas en la estación, hasta bien entrada la madrugada. Cuando vio que llegaba cada vez más gente a la estación, pensó que tal vez había una avería en el tren. Se dio cuenta de que ocurría algo más grave cuando vio que llegaban numerosos medios de comunicación. No había nadie del Hellenic Train, la compañía que da servicio a los viajeros, para informarles del accidente. Kostas cuenta que los congregados allí se enteraron del siniestro por los taxistas, que lo habían escuchado por la radio. Mientras veía llegar autobuses con los pasajeros evacuados, Kostas se iba preocupando cada vez más, pero no perdía la esperanza de que su novia estuviera en el siguiente. La última vez que EL PAÍS tuvo contacto con él, cerca de las cuatro de la madrugada, aún no había recibido ninguna noticia de su pareja.
Por la mañana, un padre mostraba ante un grupo de periodistas la foto de su hija. Una veinteañera de pelo castaño vestida con una falda estampada. “Solo queremos que si alguien sabe algo de ella nos lo haga saber”, repite un par de veces. Aunque el número de muertos y heridos en el siniestro ha sido actualizado en varias ocasiones durante el miércoles, el Gobierno del conservador Kyriakos Mitsotakis no ha dado aún el número de personas desaparecidas. El proceso de identificación de los cadáveres ha comenzado, pero durará días o semanas.
La noche del miércoles, una manifestación en homenaje a las víctimas del accidente recorrió las calles de Tesalónica. Jóvenes que portaban flores acudieron a la convocatoria del movimiento estudiantil. Además de portar pancartas en las que achacaban el siniestro al mal estado de los ferrocarriles y corear eslóganes contra la privatización de los servicios públicos, los jóvenes dibujaron la palabra “delincuentes” con velas frente a la sede del viceministerio de Macedonia-Tracia.
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