El Congreso de EE UU es más hispano que nunca
La nueva legislatura se estrena con un número récord, 47, de legisladores latinos en la Cámara Baja: 35 demócratas y doce republicanos
Más latinos, más afroamericanos, más mujeres y más representantes abiertamente del colectivo LGBT. La composición del Congreso estadounidense al comenzar su legislatura 118 esta semana es más variada que nunca. Y por primera vez los diputados hispanos superan el 10% del total de los escaños, en una nueva señal de la importancia cada vez mayor del pujante electorado hispano en EEUU.
En la sesión inaugural de la Cámara de Representantes este martes, mientras se sucedían las rondas de votaciones en las que el republicano Kevin McCarthy intentaba una y otra vez sin éxito ser elegido presidente de esa asamblea, un número sin precedentes de legisladores tenía raíces hispanas.
En esta legislatura, 47 diputados en la cámara baja se identifican como latinos. Una cifra que representa casi el 11% del total de los legisladores. Aún por debajo de la proporción que representa la población hispana en EEUU (un 19% del total, o 62,1 millones de personas) pero una cuota a la que no se había llegado hasta ahora. Es previsible que el número siga creciendo a medida que aumente la proporción de votantes hispanos en el electorado estadounidense: en la última década esta comunidad se ha expandido en un 23%. Según datos del Pew Research Center, los hispanos representan el 51% del aumento de la población en Estados Unidos.
“Inviertan en el votos latino. Hablen con los votantes latinos desde el principio y cuenten con candidatos latinos y latinas no solo en los distritos de mayoría latina. Tenemos un montón de miembros latinos que ganaron sus respectivas elecciones, y no solamente en distritos de mayoría latina”, insistía el presidente del caucus hispano, el congresista Rubén Gallego, en una reciente rueda de prensa de estos nuevos diputados
Los congresistas latinos son tan variados como su comunidad. De los 47 representantes, 35 son demócratas, en un indicio del respaldo que ese partido ha tenido tradicionalmente entre la comunidad hispanohablante. Pero los republicanos han batido en las últimas elecciones su propio récord y contarán con doce diputados latinos. Una elocuente muestra de los progresos que el partido conservador ha ido logrando entre estos votantes en los últimos años.
Son, en general, jóvenes. Su media de edad es de 38 años, dos décadas menos que la del congresista tipo en esta legislatura. La nueva hornada tiende a militar en las alas más duras de sus respectivos partidos. Los demócratas apoyan medidas como el aumento del salario mínimo interprofesional o la creación de una vía que permita la regularización de los cerca de once millones de inmigrantes indocumentados que se calcula que residen dentro de las fronteras estadounidenses.
Esta última es una prioridad especial para legisladores como la recién elegida Delia Ramírez, de Illinois, hija de inmigrantes que cruzaron la frontera de manera ilegal en su momento y cuyo marido es beneficiario de DACA. Esa medida, aprobada durante el mandato de Barack Obama, protege a los inmigrantes de estatus irregular traídos de niños a Estados Unidos e impide su deportación.
Proceden de un amplio abanico de estados, y no siempre de áreas donde la población hispana es mayoría. Entre los distritos a los que pertenecen hay áreas urbanas, suburbanas y rurales. Por primera vez, Oregón y Washington han enviado representantes hispanos al Congreso federal. Juan Ciscomani será el primer representante latino del Partido Republicano por el estado de Arizona. Yadira Caraveo, demócrata, será la primera latina representante de Colorado.
Sus orígenes son también diferentes. Rob Menéndez, congresista por Nueva York, es hijo del senador Bob Menéndez y ocupará el escaño que lanzó a su padre a la política nacional. María Gluesenkamp Pérez, demócrata de origen mexicano, dio la campanada al imponerse en Oregón en un distrito con un largo historial de voto a favor de los republicanos. Esta propietaria de un taller de reparaciones independiente
La madre guatemalteca de Ramírez cruzó el río Grande embarazada de la futura política para llegar a Estados Unidos, donde encadenó numerosos empleos de sueldo mínimo para que sus hijos pudieran disfrutar de oportunidades. Robert García, antiguo alcalde de Long Beach, en California, llegó a este país procedente de Perú con cinco años, y recuerda aún intensamente las colas, la burocracia y la incertidumbre del proceso que vivió su familia para obtener la ciudadanía. García, de 45 años y del ala demócrata más liberal, es el primer congresista de origen inmigrante y LGBT.
De la otra punta del país, de Florida, procede el congresista más joven. Maxwell Alejandro Frost, de origen afrocubano, de 25 años y para quien el español es su primera lengua, es el primer legislador de la generación Z en el Congreso estadounidense. Un legislador que durante la campaña electoral previa a los comicios del 8 de noviembre condujo vehículos de Uber para pagar facturas y que, para recortar gastos, se ha alojado en el apartamento de un amigo en Washington a la espera de que en febrero le llegue su primera paga como diputado.
También en Florida, la veterana de las fuerzas armadas y republicana Anna Paulina Luna será la primera representante de origen mexicano enviada por ese estado al Congreso federal. Luna, que se declara de posiciones radicales contra el aborto, contó con el respaldo del antiguo presidente estadounidense Donald Trump.
Respaldado también por Trump, un caso aparte entre los nuevos legisladores latinos es el congresista George Santos. Este hijo de inmigrantes brasileños causó sorpresa al hacerse con un escaño en Nueva York que tradicionalmente se había mantenido en manos demócratas.
Pero desde entonces su estrella ha perdido mucho de su brillo. Encara una retahíla de investigaciones sobre su uso de los fondos de campaña y mentiras sobre su pasado, educación y logros. Durante la campaña electoral se declaró judío y descendiente de víctimas del Holocausto, cuando en realidad es católico. Presumió de un título universitario y de una exitosa carrera en Wall Street, ambos inexistentes. Según él, su madre murió en los atentados del 11 de septiembre de 2001, y varios de sus empleados fallecieron en el tiroteo contra una discoteca LGBT en Orlando (Florida) en 2016 que dejó 49 muertos y 53 heridos. Nada era verdad.
En lo que hubiera debido ser su día de gloria, el de su investidura como congresista, Santos vivió horas de amargura. Tratando de evitar a la prensa en los pasillos del Capitolio, llegó a un corredor sin salida y se vio obligado a pasar entre los reporteros que quería esquivar. En el pleno de la Cámara de Representantes en el que se debía votar al nuevo presidente de la cámara, en sustitución de la veterana Nancy Pelosi, nadie le dirigió la palabra. Las pantallas le mostraban solitario, mirando su teléfono sentado en una de las últimas filas de escaños. Y ni siquiera resultó investido: sin llegar a un acuerdo sobre el nuevo presidente de la Cámara, los congresistas optaron por suspender la sesión hasta el día siguiente. La ceremonia de juramento del cargo de los nuevos legisladores debía esperar.
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