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Las flaquezas del ejército alemán muestran la decadencia militar de la primera economía de la UE

Un reciente incidente con 18 vehículos Puma se suma a la falta de munición, repuestos y equipamiento básico de las Fuerzas Armadas

Elena G. Sevillano
Ejercito Alemania
La ministra de Defensa alemana, Christine Lambrecht, visita a soldados alemanes destacados en Lest, en Eslovaquia, el pasado 20 de diciembre.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

El vehículo blindado de infantería más caro del mundo, el ultramoderno Puma, con un coste de 17 millones de euros por unidad, ha pasado en cuestión de horas de encarnar el futuro de la Bundeswehr, el ejército alemán, a convertirse en el símbolo de su dolorosa decadencia. La prensa no se ha andado por las ramas al describir como “vergonzoso” un episodio que, como poco, es sorprendente: en el último ejercicio antes de poner los Puma a disposición de la OTAN en enero, los responsables se dieron cuenta de que los tanques estaban defectuosos. Todos. Los 18. Los Puma estaban llamados a sustituir a los Marder, el modelo que lleva funcionando más de medio siglo y que, según ha tenido que reconocer el Ministerio de Defensa, deberá prolongar su vida útil un poco más.

La “debacle de los Puma”, como la han llamado algunos analistas, es solo el último de una serie de contratiempos que han puesto sobre la mesa el calamitoso estado del ejército alemán. Pasados 10 meses del anuncio de un cambio de era en la política de seguridad de la primera economía de la UE, las anunciadas mejoras en las capacidades militares de la Bundeswehr son todavía eso, anuncios o promesas. Los 100.000 millones de euros que el canciller, Olaf Scholz, dijo que destinaría a modernizarla, todavía no se han traducido en nuevos tanques, aviones o munición. Un retraso en la toma de decisiones que hace años se podría haber pasado por alto, pero que ahora, en plena guerra en Ucrania, provoca críticas e intranquilidad.

Hendrick Wüst, primer ministro de Renania del Norte-Westfalia, visita un blindado Puma en marzo de 2022.
Hendrick Wüst, primer ministro de Renania del Norte-Westfalia, visita un blindado Puma en marzo de 2022. Martin Meissner (AP)

El ejército tiene alrededor de 350 Puma. Después de más de 20 años desde que fueron encargados, el año pasado por fin se consiguió que 41 de ellos estuvieran listos para el combate. O eso creían sus responsables, hasta el reciente ejercicio fallido que no ha dejado ni un ejemplar operativo, como adelantó el semanario Der Spiegel hace unos días. Acumulan problemas con los componentes electrónicos y también errores de diseño, como en la escotilla y la visión del conductor. “La pérdida de los Puma es un amargo revés para nosotros”, ha reconocido el portavoz del Ministerio de Defensa. La ministra, la cada vez más cuestionada Christine Lambrecht, tuvo que salir la semana pasada a reconocer públicamente que el blindado alemán más moderno no podrá formar parte de la Fuerza de Reacción Rápida de la OTAN, que Alemania empezará a liderar dentro de unos días en sustitución de Francia.

A la Bundeswehr le habría gustado impresionar a sus aliados y a Vladímir Putin con el Puma, pero serán los viejos Marder, “que afortunadamente todavía ruedan y disparan”, ironiza un analista en el Frankfurter Allgemeine, los que hagan el trabajo. La decepción es grande, pero tampoco supone una absoluta sorpresa, porque el mal estado del ejército alemán lleva años dando titulares. Del penúltimo apenas han pasado unos días. La Bundeswehr, según publicaron varios medios, solo tendría disponible munición para dos días de combates. Defensa no lo ha confirmado, al tratarse de un secreto de Estado, pero de ser cierto significaría que los suministros alemanes están a años luz de los mínimos requeridos por la OTAN, que exige a sus miembros munición suficiente para 30 días de combates. Solo para cubrir tal escasez, agravada por el envío de proyectiles a Ucrania, se calcula que habría que emplear entre 20.000 y 30.000 millones de euros.

Cuando Scholz prometió los 100.000 millones de euros para las Fuerzas Armadas dijo también que Alemania alcanzaría al fin el 2% de su producto interior bruto (PIB) en defensa, un objetivo de la Alianza Atlántica que Berlín había ignorado hasta ahora. Sin embargo, el anunciado como el mayor gasto en defensa desde la II Guerra Mundial no será tan inmediato como dio a entender el canciller. Ni este año ni probablemente el que viene se alcanzará ese 2%, según varios estudios, entre ellos el del Instituto Económico Alemán (IW). Un portavoz del Gobierno lo reconoció también hace unos días. Con el fondo especial, Alemania quiere comprar drones de combate como el Heron TP israelí, nuevos eurodrones de desarrollo propio, aviones de combate estadounidenses F-35, helicópteros de transporte pesado, municiones y todo tipo de equipamiento para sus soldados, desde calzado a vestimenta especial.

Pero la aletargada maquinaria de la toma de decisiones no acaba de ponerse en marcha. Alemania, asegura Rafael Loss, analista del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), está reaccionando con mucha parsimonia ante el desafío que supone la invasión rusa de Ucrania. El anuncio de Scholz en febrero indica que el canciller es consciente del problema, señala en conversación con EL PAÍS, pero la estructura para planificar y comprar no está a la altura. “Otros países, especialmente en Europa del este y los bálticos, se han movido mucho más rápido”, señala. Las primeras compras con el fondo especial se aprobaron hace apenas dos semanas en el comité de Defensa del Bundestag, el Parlamento alemán. Pero eso es solo el inicio del procedimiento.

Críticas a la ministra de Defensa

La ministra, la socialdemócrata Christine Lambrecht, que carecía de experiencia en Defensa hasta su nombramiento, hace un año, está más cuestionada que nunca. Lleva meses siendo muy criticada, ya desde las primeras demoras en el suministro de armamento a Ucrania, que provocaron enfado en Kiev y en los aliados de Alemania. La crisis ha provocado también un inaudito cruce de acusaciones entre el Gobierno y la industria sobre quién debería haber tomado la iniciativa. La pelea se ha hecho especialmente evidente con la escasez de municiones. Pesos pesados de los socialdemócratas han sugerido que la industria debería haber ampliado sus capacidades de fabricación; las empresas han respondido que les deberían haber hecho los encargos antes.

Los problemas de la Bundeswehr, en todo caso, se arrastran desde hace décadas. La falta de munición y de repuestos es un clásico del que se habla de manera cíclica, como ocurre con cosas aparentemente tan básicas para el ejército de un país rico como la ropa térmica de sus soldados. “Las capacidades militares no han tenido ningún interés público o político en más de 20 años”, lamenta Loss. “Angela Merkel nunca las tuvo en su agenda ni las consideró para su legado”, añade. Era muy raro ver a la anterior canciller, que estuvo 16 años en el cargo, visitando a las tropas, por ejemplo, ni en el exterior ni en los acuartelamientos en Alemania. La política de seguridad y defensa no ocupó un primer plano, como demuestra, según este experto, que nunca se tuvieran en cuenta los riesgos para la seguridad de decisiones energéticas como la construcción del gasoducto Nord Stream 2.

Scholz por ahora sigue apoyando a Lambrecht. De ella dijo en una entrevista reciente en el Süddeutsche Zeitung que es una “excelente ministra”. La oposición, en cambio, dispara directamente contra su gestión. “Ningún ejército en el mundo está operativo sin municiones suficientes”, lamentó el líder del grupo parlamentario de la CDU, Johann Wadephul, en declaraciones a la agencia DPA. “Es un fracaso que la ministra Lambrecht no haya movido un dedo hasta ahora para poner fin a esta crisis”, añadió. La crisis ha demostrado que liberar un fondo especial, por bien dotado que esté, no basta para corregir las carencias heredadas del ejército alemán. Lo apunta Loss: “Altos mandos de la Bundeswehr están advirtiendo de que el esfuerzo será realmente caro, y que llevará mucho tiempo”.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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