Cada vez más solo y autoritario, Mahmud Abbas lucha por designar a su sucesor
El presidente palestino se aferra al poder, en el que lleva 17 de sus 87 años, pese a que un 74% de la población pide su dimisión
El pasado día 19, mientras el presidente palestino, Mahmud Abbas, aterrizaba por sorpresa en Qatar, las redes sociales ardían por unos papeles filtrados de la Embajada palestina en Doha según los cuales una veintena de familiares y asesores lo acompañaban a la ceremonia inaugural del Mundial de fútbol, con entradas VIP y casi 80.000 dólares o euros en facturas de hotel. Aunque la veracidad de los documentos no ha sido confirmada, la indignada respuesta revela el profundo desprestigio ―tras 17 años en el poder sin someterse a las urnas― de un dirigente cada vez más autoritario, aislado y cuestionado en sus propias filas y en la calle.
Según el último sondeo del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas, difundido el mes pasado, un 74% de los consultados quiere que dimita y un 57% considera que la Autoridad Palestina, que él encabeza, se ha vuelto una rémora. La filtración muestra también la pugna interna por sucederlo. El foco no está ya en reemplazar a un líder con 87 años, problemas cardiacos y tendencia a encadenar cigarrillos, sino en qué pasará el día después de su muerte.
Nasser Al Qudwa fue brevemente su ministro de Exteriores en 2005. Se sigue definiendo de Al Fatah “hasta el tuétano”, la facción que fundó su tío (el histórico rais palestino Yasir Arafat), en la que milita desde 1969 y que hoy preside Abbas. Sin embargo, cuando el pasado septiembre decidió regresar definitivamente a Palestina desde Estados Unidos, no se asentó ―como hubiera sido de esperar― en Cisjordania, sino en Gaza, la aislada y paupérrima franja en la que nació en 1954 y que gobierna el movimiento rival Hamás. “Empecé a sentir que no puedes confiar en la situación en Ramala, porque no puedes confiar en el hombre […] que es capaz de cualquier cosa”, explica en un humilde despacho en Gaza capital.
Con décadas de cargos internacionales a sus espaldas, como representante palestino ante la ONU o enviado especial a Siria, Al Qudwa escoge sus palabras para hablar de Abbas sin nombrarlo. Asegura que temía por su vida en Cisjordania, que Al Fatah ha sido “secuestrado por un grupo” y que “hace falta un cambio de persona o que esa persona cambie milagrosamente sus políticas”. Se presentó a las elecciones legislativas de 2021 con una escisión de Al Fatah. Consciente de su escaso peso popular, se alió con el mayor icono vivo de Palestina, Marwan Barguti, que cumple cinco cadenas perpetuas en Israel por organizar atentados en la Segunda Intifada. Los comicios no se llegaron a celebrar, pero Al Qudwa vio castigada su disidencia con la expulsión del Comité Central de Al Fatah, la retirada del pasaporte diplomático y el despido de la dirección de la Fundación Yasir Arafat, técnicamente independiente.
“Las instituciones han sido destruidas, el Estado de derecho ha desaparecido, no hay derechos humanos y la dignidad del palestino medio ha sido vulnerada, hasta el punto de la muerte de Nizar Banat”, enumera. El fallecimiento de Banat, un conocido activista crítico, marcó en junio de 2021 un punto de inflexión en la imagen del presidente. Murió bajo arresto de las fuerzas de seguridad palestinas, tras haber sido golpeado. Las protestas en Ramala por su muerte fueron duramente reprimidas.
“Es la peor crisis de legitimidad de la historia de la Autoridad Palestina”, asegura por teléfono Tahani Mustafa, analista de Palestina del think-tank International Crisis Group. “Abbas ha desmantelado el sistema a su alrededor que le podía conferir legitimidad”, señala antes de criticar a la comunidad internacional por mirar hacia otro lado. Con el mandato agotado desde 2009 y el Parlamento disuelto, Abbas gobierna a golpe de decreto. Ha firmado 350 órdenes presidenciales. La última, el pasado octubre, la creación de un Consejo Supremo que supervisará el sistema judicial y que él liderará.
El presidente tiene el firme apoyo de Occidente por su apuesta por la moderación y el diálogo para resolver el conflicto de Oriente Próximo. Para muchos palestinos es, en cambio, el hombre que nunca da un puñetazo en la mesa. En realidad, sí lo hizo hace poco, el pasado día 11, cuando logró que la ONU pidiese al Tribunal Internacional de Justicia que opine sobre el estatus legal de la ocupación de Palestina, para indignación de Israel. Pero su desprestigio es tal que la noticia quedó empañada dos días más tarde por sus resignadas declaraciones sobre la victoria electoral de Benjamín Netanyahu: “Es un hombre que no cree en la paz […] pero tengo que lidiar con él”. Algo parecido sucedió con su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado septiembre. El tono fue agrio, pero por los grupos de WhatsApp palestinos circulaba una parodia del momento en el que pedía a la comunidad internacional: “¡Protegednos!”. Todo un golpe al arraigado sentimiento de dignidad palestino.
Círculo de confianza
Su círculo de confianza es cada vez más estrecho. Según Mustafa, apenas consulta ya las decisiones con dos personas. Figuras destacadas como Hanan Ashrawi, portavoz de la delegación palestina en la Conferencia de Madrid, o Yaser Abed Rabo, 10 años ministro de Cultura con Arafat, han sido marginadas y critican la deriva de Abbas. Hasta Tawfik Tirawi, hasta hace poco uno de sus colaboradores más cercanos, ha caído en desgracia tras sentirse relegado en la sucesión. Muchos ven ahora su mano detrás de otra filtración, la que sacó a la luz a principios de mes parte de la investigación que dirigía sobre la muerte de Arafat en 2004 en un hospital francés, que nunca se hizo pública. Uno de los documentos apunta a que Arafat (figura aún respetada por encima de divisiones ideológicas) pidió a Abbas, entonces su primer ministro y con quien tenía una tensa relación, que convenciese a Israel de levantar el cerco a la Muqata. Este le respondió: “Quienes se meten en problemas saben cómo salir de ellos”, en aparente alusión a su apoyo a la Segunda Intifada.
La salida o defenestración de dirigentes históricos ha ido en paralelo al meteórico ascenso de Husein al Sheij. El pasado febrero entró en el Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina, en una reunión boicoteada por varias facciones y personalidades independientes y en la que se anuló por sorpresa la emisión en directo del discurso inaugural de Abbas. Tres meses más tarde, ascendió a secretario general y jefe del departamento de negociaciones, puestos que ocupó el veterano Saeb Erekat hasta su muerte por covid en 2020. Considerado el delfín de Abbas, está en cada reunión diplomática del presidente, y el pasado octubre viajó a Washington para reunirse con miembros del Gobierno estadounidense.
Al Sheij, de 61 años, personifica lo que una mayoría de palestinos detesta tanto como necesita: la coordinación con las autoridades militares israelíes, sellada en los Acuerdos de Oslo de 1993. Lleva desde 2007 al frente de la Autoridad General de Asuntos Civiles, que coordina con Israel los permisos de trabajo, el transporte de enfermos o el censo en los territorios ocupados. Es el ejemplo de sucesor que agradaría a Israel o Estados Unidos, pero que solo un 3% de palestinos quiere como próximo líder, según un sondeo del pasado junio, pese a venir de una familia de refugiados y haber pasado 11 años en prisión en Israel. Varios analistas auguran, de hecho, una revuelta violenta si resulta coronado el famoso día después de la muerte de Abbas.
Israel, una relación ambivalente
La relación de Israel con Abbas es ambivalente. Por un lado, sus dirigentes lo acusan de hacer la vista gorda con los grupos armados y se indignan cuando banaliza el Holocausto, como el pasado agosto en Berlín, cuando acusó a Israel de haber cometido "50 holocaustos" con los palestinos. Por el otro, lo necesitan, conscientes de que cuesta encontrar palestinos tan partidarios del diálogo y la coordinación de seguridad con Israel. Cuando presidía Israel, Simón Peres lo llamó “el mejor socio posible para la paz”.
En los últimos años, Israel ha contribuido a su desprestigio al no ofrecerle más horizonte (el diálogo de paz está congelado desde 2014) que seguir ejerciendo de “subcontrata de la ocupación”, como buena parte de la población percibe a la Autoridad Palestina. “Es el niño que pone el dedo en la fuga de un dique”, lo definía el pasado día 17 Avi Issajarof, comentarista de asuntos palestinos del diario Haaretz, usando como símil el cuento holandés de Hans Brinker, que salvó de una inundación a la ciudad de Haarlem. “La situación de seguridad en el terreno es el anticipo de un estallido mucho mayor. Y la Autoridad Palestina y su presidente son los que están retrasando la gran erupción”, señalaba.
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