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El éxodo embarca en el andén número 5 de la estación de Lviv

La mayoría de los más de 1,5 millones de desplazados de la guerra hacia la UE han pasado por el nudo ferroviario de esta ciudad de Ucrania

Cientos de personas intentan abandonar Ucrania desde la estación central de Lviv.Foto: JAIME VILLANUEVA | Vídeo: C. SEGURA
Cristian Segura

El futuro de Ucrania se juega hoy en Kiev y en el andén número 5 de la estación de Lviv, la ciudad fronteriza con Polonia y la urbe ucrania más europea (725.000 habitantes). La capital es el símbolo de la resistencia contra el invasor ruso; el andén de Lviv, del que parten los trenes hacia Polonia, es el camino que lleva a lugar seguro a cientos de miles de mujeres y niños, familias de combatientes. Convoyes de todo el país llegan sin pausa a la magnífica estación de estilo art nouveau inaugurada en 1904 bajo el reinado del emperador Francisco José I. La monumentalidad del edificio empequeñece ante la catástrofe humanitaria que estos días alberga.

Más de la mitad de los 1,5 millones de refugiados salidos de Ucrania, según la ONU, han cruzado a Polonia, y la gran mayoría lo han hecho desde Lviv. Cada día que pasa llegan en mayor número los desplazados del frente. En los andenes, sin embargo, impera una calma sorprendente, mientras en el exterior se agolpan miles de personas.

Cientos de personas intentan abandonar Ucrania, en tren y autobús, desde la estación central de Lviv, este domingo.
Cientos de personas intentan abandonar Ucrania, en tren y autobús, desde la estación central de Lviv, este domingo.Jaime Villanueva

Con el paso de los días ha mejorado el orden y distribución del gentío. Las autoridades han conseguido que los andenes se mantengan despejados. En las colas apenas hay discusiones pese a que la espera puede ser de más de 24 horas. Lo que sí hay son miles de niños sin entender qué ha sucedido con sus vidas y madres con los rostros demacrados. Los adolescentes intentan refugiarse en su mundo, como Karina, de 15 años y procedente de Járkov —la segunda ciudad en población del país (1,5 millones)— , que el sábado explicaba a este diario que cuando podía, intentaba leer algo de las novelas de Stephen King que cargaba en la mochila.

Los más pequeños no juegan ni corretean: se quedan junto a sus madres o piden permiso para acercarse a los vecinos de espera que transportan mascotas. Los perros son acariciados con fruición por los niños. Los gatos se pasan los días encerrados en sus jaulas de transporte. Stanislava, una niña de 8 años de Kiev, contaba que su única ilusión en esta larga espera es jugar con su gato. En cambio, a su amiga Vladislava no le dejaron quedarse con sus cobayas: ella quería convencerse de que cuando volviera a su casa habrían sobrevivido porque les había dejado “mucha comida”. En la estación de Lviv hay voluntarios que reparten pienso para perros y gatos, y que intentan salvar a unos pocos de los muchos animales de compañía que acaban siendo abandonados.

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En los aledaños de la estación, bajo las tres imponentes cúpulas y la bandera de Ucrania, fluye un río en movimiento constante compuesto por personas, abrigos de colores y maletas. En las paredes de la estación cuelgan multitud de anuncios e instrucciones para los que llegan a Lviv: un comunicado recuerda a los hombres que deben registrarse en las oficinas del Ejército y que no pueden salir de Ucrania. Una nota resume las dos opciones que tienen las mujeres para proseguir hasta la frontera con Polonia, a 70 kilómetros: el tren o los autobuses que aguardan en las paradas de la estación. Para ir en bus hay dos posibilidades, montarse en los que son gratuitos, lo que implica hacer más cola, y los privados, más cómodos y rápidos, pero pagando 2.000 grivnas (alrededor de 60 euros).

El tren cuenta con una ventaja: puede desembarcar a los refugiados directamente en la estación polaca de Przemysl. Desplazarse en vehículo rodado significa pasar como mínimo un día en el interior del vehículo, o andar no menos de dos horas hasta la cola del puesto fronterizo de Shehyni, frente a Polonia, según subrayan los paneles informativos. Las penurias que estas familias atraviesan hasta llegar a la estación de Lviv solo parecen aliviarse cuando se llora o con el momento de alegría contenida de las madres al acceder al último tramo antes del andén número cinco, el de los pasillos subterráneos que cruzan las vías.

Organizaciones de auxilio del Gobierno, de ONG, de la Cruz Roja o de la Iglesia Greco-Católica, mayoritaria en el oeste de Ucrania, mantienen en funcionamiento día y noche un campamento de socorro donde es posible abastecerse de alimentos, agua y ropa. Bidones que sirven de braseros calientan a los que esperan a la intemperie con temperaturas inferiores a los 5 grados bajo cero. Frente a estas hogueras es común ver sentados a ancianos, a los pocos de las generaciones de edad avanzada que se han atrevido a emprender esta penosa odisea. Algunas personas con trastornos psiquiátricos deambulan, gritan o lloran sin consuelo. En la estación, junto a las ofertas municipales para albergar temporalmente a los que quieran descansar en Lviv, se anuncia un servicio local de atención psicológica, presencial o mediante un teléfono de consulta y auxilio.

Maria y Emilia, antes de subir al tren en la estación central de Lviv este domingo.
Maria y Emilia, antes de subir al tren en la estación central de Lviv este domingo. Jaime Villanueva

Los trenes que salen de Lviv hacia otras regiones de Ucrania marchan en la mayoría de los casos prácticamente vacíos. Fue así con el convoy que se detuvo el mediodía del domingo en Lviv procedente de Jérson, ciudad en la desembocadura del río Dniéper. Ese tren trajo a cientos de familias y marchó ya descongestionado hacia Uzhorod, en la frontera con Eslovaquia. Jérson fue la primera ciudad que cayó en manos del ocupante ruso en su ofensiva para hacerse con la costa ucrania del mar Negro. Por Eslovaquia habían huido hasta el sábado 113.000 ucranios.

Se organizan turnos para que los que lo necesiten ocupen los asientos disponibles de la sala de espera de la estación. El ambiente está tan cargado que una mujer pide socorro a un sanitario por culpa de un mareo. Una de las consecuencias de la guerra es que para los ucranios, la pandemia del covid ha dejado de existir. Si alguien enferma, se ignora. Son excepción los que llevan mascarilla o quienes se pueden lavar las manos con regularidad. Las distancias de seguridad para evitar contagios son imposibles de mantener.

En el gran vestíbulo de la estación, en una de las pantallas que en tiempos de paz comunicaban la llegada y salida de los trenes, la compañía de ferrocarriles proyecta fotografías de los bombardeos y de la destrucción causada por las tropas rusas. No hay nadie que preste atención a las imágenes, muchos han sido supervivientes de estos horrores, otros tienen la mente al otro lado de la frontera, preparando la siguiente etapa de su escapada, lejos de su país.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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