El centro-derecha brasileño busca su lugar entre Bolsonaro y Lula
Fuera de la órbita del presidente, carece de un proyecto común para revertir la polarización en las presidenciales de 2022
El 17 de junio, el presidente Jair Bolsonaro se puso una vez más frente a la cámara con la que habla a sus seguidores en directo todos los jueves, a través de las redes sociales. Acosado por las denuncias de corrupción en la negociación para comprar la vacuna india Covaxin, que han derretido su popularidad, Bolsonaro utilizó parte de sus vocablos religiosos de ese día para neutralizar a figuras que avalaron su elección en 2018, pero que ahora trabajan sin disimulo para quitarle el sueño de la reelección en 2022. “Hay un pasaje bíblico que dice: ‘Sé frío, sé caliente, no seas tibio’. Esta vía del centro, en mi opinión, no va a despegar”, dijo el presidente, mientras en la pantalla aparecían emojis de aplausos, banderitas de Brasil y elogios al “mito”, así como una retahíla de insultos contra todo aquel que no se alinee con la agenda conservadora de la extrema derecha.
Los partidos de centroderecha observan en primera línea la disminución de la popularidad del presidente —ahora con un 24% de aprobación frente a un 51% de los votantes que consideran la gestión mala o pésima— y, aunque siguen alineados con el Gobierno en las agendas del Congreso, empiezan a abandonar la órbita bolsonarista en busca de una nueva tarima electoral. El esfuerzo del centroderecha por cambiar el rumbo iniciado en 2018, cuando se embarcó en el proyecto bolsonarista, se ha visto respaldado por el creciente descontento con el Gobierno de la mayoría de los brasileños. La tendencia, según los analistas, es que los partidos de centroderecha empiecen a reconsiderar su posición en el Congreso ya esta semana.
Sin embargo, individualmente, el viento ya venía empujado a antiguos aliados del presidente hacia el otro lado del hemiciclo. Con un currículo de rigor fiscal en la administración pública, sumado a una agenda identitaria emergente desde que asumió su orientación sexual hace unos días, el gobernador de Río Grande del Sur, Eduardo Leite, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), es uno de los que busca apartarse del cáliz bolsonarista. “Lo ideal es que salga del poder por votación popular. No podemos trivializar el instrumento del impeachment, pero tampoco podemos trivializar un Gobierno. Y Bolsonaro no está a la altura de la democracia”, afirmó Leite a EL PAÍS.
El gobernador declaró que votó a Bolsonaro en 2018, y hoy se presenta como posible candidato presidencial del PSDB. En el primer año de gobierno de Bolsonaro, el PSDB adhirió al 83% de los proyectos del presidente que llegaron al Congreso. Al igual que Eduardo Leite, el gobernador de São Paulo, João Doria, también marca su posición en el campo anti-Bolsonaro. “Me equivoqué, asumo el error, pero no volveré a equivocarme. A favor de Bolsonaro, nunca y más”, dice.
El gobernador de São Paulo se articula para llegar a las primarias del partido, en noviembre, como nombre de consenso para las elecciones presidenciales, al igual que su colega de Río Grande del Sur. Pero no solo los socialdemócratas intentan poner su casa en orden. En el Partido Social Democrático (PSD), liderado por el exministro Gilberto Kassab, las articulaciones se tejen con cuidado después de que el partido se declarara neutral en la segunda vuelta electoral de 2018. Hoy, el líder del PSD es más categórico: “Bolsonaro no estará en la segunda vuelta”, dijo a EL PAÍS.
“Hemos invitado a Rodrigo Pacheco [presidente del Senado] a que se una a nuestro partido y sea nuestro candidato en 2022, y hay grandes posibilidades”, informó el exministro a EL PAÍS, reforzando la tesis de que cada vez es más difícil construir una candidatura paralela a la de Lula y Bolsonaro. Solo para que conste, el presidente del partido Demócratas (DEM), Antônio Carlos Magalhães Neto, conversará esta semana con Eduardo Leite: “Esta conversación tiene el objetivo de construir una convergencia”, dice el político del PSDB.
Con prisa para intentar poner en marcha un proyecto de envergadura, Neto se reunió la semana pasada con Luiz Henrique Mandetta (sin partido), exministro de Sanidad muy popularidad al inicio de la pandemia, cuando todavía le caía en gracia a Bolsonaro. Al salir de la reunión, Mandetta atacó a Lula y a su antiguo jefe. Con la debida cautela, Neto ha evitado un diagnóstico definitivo sobre la construcción de una nueva fuerza política. Mandetta, al igual que el exjuez Sergio Moro, otro nombre que reverbera en el imaginario de los votantes, entraron con toda la pompa en el Gobierno de Bolsonaro y fueron defenestrados en la primera colisión.
Bolsonaro, en tanto, se empeña en minar el campo del centroderecha ante el efervescente debate sobre la apertura o no de un proceso de impeachment en su contra, centrado en la mala gestión de su Gobierno en la lucha contra la covid-19. La situación se ha complicado en los últimos tres meses con la creación en el Senado de la Comisión Parlamentaria de Investigación de la Pandemia. Según una figura palaciega, el presidente se ha preocupado de abastecer el arsenal contra antiguos aliados que ahora pretenden desgastar su imagen. “Ya nos ha dicho que no puede dedicarse a otra fuerza que no sea Lula, para quien ya tiene munición”, dice.
Un aliado de siempre del Gobierno de Bolsonaro, el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, del partido Progresistas (PP), ayuda a desinflar el discurso de la tercera vía con el argumento de que en los últimos treinta años no se ha conseguido nunca un acuerdo parecido. “No creo en una tercera vía, ya que no la ha habido desde 1989”, dijo.
Si para Bolsonaro el mejor camino para conseguir la reelección es enfrentarse a Lula en la segunda vuelta, para el PT el razonamiento no es diferente. La idea de reeditar el debate de los polos opuestos es, para ambas partes, la mejor alternativa. Tanto en un lado como en el otro, la idea es que cualquier otro nombre de tendencia menos progresista que pueda aparecer en el horizonte sea reducido a polvo.
El exgobernador de Espírito Santo Paulo Hartung, hoy sin partido, elabora una curiosa metáfora sobre la situación actual. “Este cuadro que se dibuja [Bolsonaro y Lula] es una de las hipótesis de la segunda vuelta. Tiene relevancia, pero no dominancia. Existen otras posibilidades. Si tuviera que dibujar el actual cuadro político en Brasil, pondría a dos hombres con una sola pierna que, para mantenerse en pleno equilibrio, tienen que apoyarse en el hombro del otro. Nos guste o no, los dos hombres con una pierna han encontrado una posición cómoda en su enfrentamiento. ”, dijo en una entrevista a EL PAÍS.
La inestabilidad ha cobrado fuerza en las últimas semanas. En un batiburrillo ideológico, partidos de la oposición, entidades civiles y antiguos aliados presentaron una superpetición de impeachment que unifica los argumentos de otras 123 solicitudes para que Bolsonaro deje la presidencia. Los partidos de centroderecha, según los analistas, buscan no tomar una posición oficial.
Paralelamente a las sesiones de la comisión de investigación, una serie de protestas contra el Gobierno hacen presión para que Bolsonaro deje el poder. Y, por primera vez, contarán con los movimientos sociales de derecha. El Movimiento Brasil Libre y Vem Pra Rua (Ven a la Calle), ambos protagonistas de actos que culminaron con el impeachment de la presidenta Dilma Rousseff y ayudaron a allanar el camino para la elección de Bolsonaro, han convocado una protesta para el 12 de septiembre.
El diputado Kim Kataguiri, que emergió con fuerza entre los votantes conservadores tras liderar las protestas de 2016, cree que solo una fuerza que aglutine partidos de centroderecha tendría posibilidades de derrotar a Lula el año que viene: “El proceso de impeachment no tiene como objetivo anticipar las elecciones, pero, sin duda, uno de sus productos es la consolidación de una nueva fuerza política. El gran desafío de una tercera vía es demostrar que puede sacar a Bolsonaro de la segunda vuelta”, afirma.
En la agenda de la próxima protesta, el impeachment está ganando impulso tan rápido como los esfuerzos de Bolsonaro para poner en jaque a las instituciones. El pasado domingo, el periódico O Estado de S.Paulo defendió por primera vez, en su editorial, la destitución del presidente, como ya había hecho Folha de S.Paulo. Con el discurso —sin pruebas— de que habrá fraude en las elecciones del año que viene si no se implementa el sistema de voto impreso —en Brasil se utilizan urnas electrónicas—, el presidente da pábulo al discurso antidemocrático de sus seguidores. Así, gana más puntos en el programa de fidelización de su electorado, aunque cree un ambiente más propicio para las críticas de aquellos que en su día formaron parte del núcleo de Bolsonaro para sacar a la izquierda del poder.
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