Los exiliados uigures en Turquía temen la larga mano china
La posible firma de un tratado de extradición alarman a esta minoría musulmana perseguida por Pekín y a la que hasta ahora defendía Ankara
Tras una pelea por un negocio turbio que salió mal, Ahmet terminó en un calabozo de Kuala Lumpur (Malasia) en septiembre de 2014. Antes de ser deportado a su país de origen, Turquía, pasó casi un mes en una prisión cercana a la capital malaya. Allí, la dirección del penal decidió alojarlo en un ala junto a decenas de compatriotas. Supuestamente. “Eran personas de ojos rasgados y se pasaban el día rezando. Y todos tenían pasaporte turco”, sostenía un tiempo después Ahmet (que pidió ocultar su identidad real por seguridad): “Pero la única palabra que sabían decir en turco era Zeytinburnu”.
Zeytinburnu es un distrito obrero de Estambul con una importante presencia de inmigrantes y exiliados centroasiáticos. Y los compañeros de celda de Ahmet eran de etnia uigur, una minoría musulmana de lengua lejanamente emparentada con el turco que habita en la región autónoma china de Xinjiang. Durante 2014, miles de uigures fueron detenidos en Malasia, Tailandia, Myanmar y Vietnam por entrar ilegalmente en esos países: escapaban de la creciente represión en China después de una serie de violentos ataques y atentados por parte de organizaciones de esta etnia. Los consulados y embajadas de Turquía en el sureste asiático pusieron en marcha una operación de rescate semiencubierta, otorgando pasaportes y visados a los uigures para evitar que fueran deportados a China. Actualmente, más de 50.000 uigures viven en Turquía, donde integran una de las mayores diásporas de esta comunidad fuera de China. Una diáspora que ahora teme que la protección turca desaparezca con un tratado de extradición entre Ankara y Pekín.
Ese 2014, el uigur Azimet Muhammet también se encontraba en Malasia, estudiando. “Entonces, muchos compatriotas hacían cola en el consulado turco para pedir ayuda. Para nosotros, Turquía ha sido siempre una segunda patria; crecemos amando Turquía, porque nosotros también somos turcos”. Al año siguiente, este activista de 35 años decidió trasladarse a Estambul, donde comenzó a trabajar de profesor de inglés. Pero antes visitó a su familia en China. Fue la última vez. Jamás ha regresado ni tiene perspectiva de hacerlo. “Sé que me detendrían. En 2017, policías chinos amenazaron a mi familia para que no se comunicara conmigo. Desde entonces no he podido volver a hablar con ella. Mi suegro, un empresario de la ciudad de Korla, lleva más de tres años en un campo de concentración y hace dos semanas me enteré de que lo han condenado a 20 años de cárcel por financiar el terrorismo. La razón es que nos enviaba dinero a su hija y a mí cuando estudiábamos en Malasia. Porque, para China, terrorista es cualquiera que critique sus políticas”, afirma.
Desde 2017, la represión contra los uigures ha dado un salto cualitativo (este mes, EE UU ha hablado oficialmente de “genocidio”) con la puesta en marcha de un sistema de campos de internamiento que Pekín define como instituciones de formación profesional. En ellos han sido encerrados más de un millón de personas, entre ellos los intelectuales uigures más destacados.
En uno de esos campos cree Shemsiye Ali que se encuentra su padre. Hace cuatro años las comunicaciones entre esta estudiante uigur de 21 años residente en Estambul y su familia en Kashgar (China) se hicieron cada vez más esporádicas. “Un día, mi madre nos escribió a mi hermana y a mí: ‘Cuidaos mucho’, y nos bloqueó de WeChat [una de las redes sociales más populares de China, que también funciona como aplicación de mensajería]. Al cabo de unos meses sin noticias, un pariente me escribió: ‘A tu padre lo han enviado a un programa de educación’. Entonces entendí que lo habían metido en un campo de concentración. Hace poco, otro conocido me contactó y me dijo que, a través de unos parientes, se había enterado de que a mi padre lo habían enviado a una de esas fábricas en que usan mano de obra esclava. Mi padre es un hombre que siempre se ha preocupado por dar educación a sus hijas, jamás ha quebrado ninguna ley china, pero todos los uigures somos sospechosos, especialmente si sales al extranjero”. Ella, que lleva años luchando por esclarecer qué ha ocurrido con su padre y otros compatriotas ha empezado también a temer por su seguridad: “Sé que por ser activista estoy en la diana de China”. Y, además, la política de Turquía ha comenzado a cambiar.
El abrazo chino a Turquía
“En las últimas dos décadas, Turquía nos ha ayudado mucho. Ha otorgado la ciudadanía turca a muchísimos uigures y ha facilitado el permiso de residencia a otros”, asegura Seyit Tümtürk, presidente de la Asamblea Nacional uigur en el exilio: “Pero en los últimos años le cuesta más levantar la voz respecto a la represión china”. La coalición que sustenta al Gobierno turco está formada por partidos islamistas y ultranacionalistas que en el pasado habían sido muy activos en la defensa de los que llaman “hermanos del Turquestán Oriental” contra la opresión de la China “comunista y atea”; incluso el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, calificó de “genocidio” la persecución de los uigures en 2009. Sin embargo, la crisis económica en Turquía ha llevado a un acercamiento de posturas con Pekín. En el último lustro se han firmado una decena de acuerdos bilaterales que van desde la cooperación nuclear hasta préstamos de divisas que han ayudado a la lira turca en un momento difícil. China no es solo uno de los principales socios comerciales de Turquía (y ha prometido doblar sus inversiones en el país euroasiático), sino que Ankara busca ser uno de los países clave en el proyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda. Por si fuera poco, Turquía ha optado por la vacuna de la empresa china Sinovac para inmunizar a sus ciudadanos contra la covid-19.
Además de las razones económicas, tras la postura de Ankara se adivinan cuestiones de seguridad. En aquellos años que ayudaba a los uigures a llegar hasta Turquía también hizo la vista gorda ante los que marchaban a combatir en Siria junto al Partido Islámico del Turquestán (PIT), organización yihadista en la órbita de Al Qaeda. En aquellos momentos, el Gobierno turco buscaba derrocar a toda costa el régimen de Bachar el Asad, pero ahora, arrinconados los insurgentes sirios y sus aliados yihadistas en la provincia de Idlib, fronteriza con Turquía, teme el retorno de los más radicalizados. “No es justo utilizar a unos pocos radicales para equiparar a 20 millones de uigures con Al Qaeda”, se queja Tümtürk.
En los últimos meses, decenas de uigures han sido detenidos en Estambul. En la mayoría de los casos se debe a cuestiones relacionadas con los permisos de residencia, y casi todos han sido liberados al cabo de unos días. Pero el modo en que se han realizado las detenciones -de madrugada y por parte de agentes fuertemente armados- ha atemorizado a la comunidad uigur. Y más cuando el Parlamento turco tiene previsto debatir y ratificar en las próximas semanas un tratado de extradición con China. “Si esto está ocurriendo ahora, ¿qué pasará cuando se firme el tratado de extradición?”, se queja Muhammet: “La verdad es que tenemos miedo”.
Acallar a la diáspora uigur
El Gobierno turco ha prometido que, de aprobarse el tratado, no se extraditará a aquellas personas perseguidas por su etnia o religión, o que puedan enfrentarse a la pena de muerte. Pero los exiliados uigures no se fían, ya que la diplomacia de Turquía tampoco ha podido hacer nada en casos de desaparición de ciudadanos turcos en China.
Medine Nazimi busca a su hermana, Mevlüde Hilal, desde hace tres años. En las últimas semanas ha pasado días enteros bajo la nieve y la lluvia frente al consulado chino de Estambul exigiendo información, junto a otros miembros de la comunidad uigur de Turquía que han recabado documentación sobre 5.199 familiares desaparecidos. No se la han dado. La Embajada turca en Pekín tampoco ha sido capaz de obtener una explicación. Aunque Medine y Mevlüde nacieron en Gulja (Xinjiang), renunciaron a la nacionalidad china y adoptaron la turca tras instalarse en Estambul. Mevlüde Hilal regresó a su patria en 2013 para hacerse cargo de su madre enferma y, a finales de 2017, fue detenida y cuestionada por su estancia en Turquía. “¿Qué ha sido de ella? ¿Está viva?”, acusa. “Ningún país musulmán alza la voz. Sé que China es un país muy poderoso porque tiene mucho dinero, pero toda la humanidad debería hacer algo para que China se avergüence de sus campos de concentración, tal y como Alemania se avergonzó de los campos nazis”.
El temor de los uigures a que China les alcance no es una simple teoría de la conspiración de una comunidad en el exilio. En los últimos años, Pekín ha presionado a países como Kazajistán o Malasia para obtener la extradición de uigures. También se ha acusado a Turquía de deportar a familias de esa etnia a Tayikistán, desde donde son transferidas a China.
El pasado noviembre, un ciudadano chino de etnia uigur fue tiroteado en Estambul tras haber reconocido en un reportaje de Al Jazeera que se había visto obligado a espiar a sus compatriotas después de que la policía china torturase a su madre en Xinjiang. “Destacados miembros de la diáspora uigur han sido chantajeados por China para que espíen a sus compatriotas a cambio de dinero o utilizando a sus familiares como rehenes. Hace cuatro años, la policía turca desbarató un plan para atentar contra mí”, explica Tümtürk: “Son los métodos que utiliza China para dividir, amedrentar y acallar a la diáspora uigur”.
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