El arroz frito que un día cambió la historia y ahora indigna
Un popular cocinero chino provoca una oleada de críticas al preparar este plato, vinculado a la muerte del hijo mayor de Mao, en el aniversario de su fallecimiento
Todo en China tiene raíz política. Hasta el arroz frito. La última persona en experimentarlo en carne propia ha sido el popular cocinero Wang Gang, quien ha desatado una oleada de protestas en redes sociales tras cometer el desliz de preparar este inocente plato el día equivocado.
Wang acumula varios millones de seguidores en sus perfiles de plataformas como Weibo, Bilibili e incluso Youtube, al otro lado de la Gran Muralla Digital. Comparte profesión con Karlos Arguiñano, sí, pero las similitudes acaban ahí. Wang es famoso por su parquedad. Ni chistes ni ocurrencias: cocina, nada más. Mientras maneja el wok y el cuchillo con maestría hipnótica, se limita a comentar lo que hace y dar consejos para replicarlo en casa. Wang, por supuesto, jamás haría ningún comentario político ni se mete en berenjenales si no necesita la verdura, pero ante el asfixiante escrutinio de la era digital eso no deja de ser un detalle sin importancia.
A finales de octubre, Wang publicó un vídeo en el que enseñaba a cocinar arroz frito al estilo de Yangzhou. Una horda de internautas reaccionó tomando la sección de comentarios, acusándole de ruhua, de “humillar a China”, un término muy socorrido en las redes sociales del gigante asiático. ¿El motivo? Por esas fechas se conmemora la memoria de Mao Anying, cuya biografía tiene como elemento fundamental un plato de arroz frito que cambió el curso de la historia.
Mao Anying fue el primer hijo varón de Mao Zedong, fundador de la República Popular China. Su madre, Yang Kaihui, segunda esposa del líder comunista, fue ejecutada por el Kuomintang en 1930 cuando el niño tenía ocho años. Anying se educó en Moscú y, tras recibir el permiso de Iósif Stalin, se incorporó a las filas del Ejército Rojo y sirvió como oficial de artillería en el Primer Frente Bielorruso hasta participar en la Batalla de Berlín que puso fin a la II Guerra Mundial.
Cuando las huestes comunistas de su padre se impusieron en la guerra civil china, el joven soldado regresó a su país de origen. Apenas un año más tarde, el Partido decidió intervenir en la Guerra de Corea en defensa del régimen de Kim Il-sung. Anying solicitó entonces a Peng Dehuai, comandante supremo de las tropas movilizadas, que le permitiera acompañarle. En un primer momento Peng rehusó su ofrecimiento, por miedo a las consecuencias en caso de que algo le sucediera al hijo del líder. Este último reaccionó airado al enterarse: “¿Quién se ha referido a él como el hijo de Mao?”.
Peng, a regañadientes, acabó por nombrar al joven Mao su secretario y traductor personal. Para blindar su seguridad lo destinó a la comandancia del ejército, localizada en unas antiguas minas lejos del frente, las cuales ofrecían protección ante los ataques aéreos de Estados Unidos y la ONU.
Una muerte misteriosa
En la mañana del 25 de noviembre de 1950, cuatro Douglas A-26 Invader bombardearon la zona con napalm. El ataque acabó con la vida de Anying, quien un día antes había cumplido 28 años. El incidente tiene una famosa explicación, quizá apócrifa, recogida por primera vez en las memorias del general Yang Di; según la cual el joven habría comenzado a cocinar un plato de arroz frito para matar el gusanillo, vulnerando el protocolo militar y revelando su posición a las fuerzas enemigas.
Su cuerpo, calcinado casi por completo, solo pudo ser reconocido gracias a un reloj de pulsera entregado como obsequio personal por el propio Stalin. Peng –quien caería en desgracia años después– informó de inmediato a la Comisión Militar Central, pero Zhou Enlai, mano derecha de Mao, ordenó que nadie se lo comunicara al Gran Timonel. Este no descubriría lo sucedido hasta meses más tarde, cuando ordenó el regreso de su primogénito.
Anying se convirtió en un mártir y fue enterrado, se cree, en el cementerio de Pyongyang como héroe de guerra. De haber vuelto con vida, es posible que la evolución política de la segunda potencia mundial hubiera sido muy distinta. Quizá se hubiera convertido en un régimen comunista hereditario al estilo, precisamente, de Corea del Norte. De los diez hijos de Mao –muchos más ilegítimos–, solo cuatro fueron varones. El cuarto, Mao Anhong, quedó al cuidado de uno de sus tíos durante la guerra civil y desapareció sin dejar rastro. El tercero, Mao Anlong, falleció durante el conflicto en 1931. El segundo, Mao Anqing, vivió hasta 2007, pero la esquizofrenia que padecía le incapacitó para el poder.
Algunos ciudadanos del país, de hecho, festejan con secretismo lo que llaman el “Acción de Gracias chino” cada 25 de noviembre, aniversario del suceso que pudo haber evitado la continuación de un despótico liderazgo personalista. Para celebrarlo comen, claro, un plato de arroz frito.
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