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Brasil vuelve al centro derecha y reduce a mínimos el poder territorial del PT

El electorado premia a la derecha tradicional en unas municipales que alumbran un nuevo dirigente en la izquierda, Boulos, pese a ser derrotado en São Paulo

Naiara Galarraga Gortázar
El líder del PT, Lula da Silva, el domingo tras votar en las municipales.
El líder del PT, Lula da Silva, el domingo tras votar en las municipales.Fernando Bizerra (EFE)

Las figuras más polarizantes de Brasil, el presidente Jair Bolsonaro y su predecesor Luiz Inácio Lula da Silva, encarnan a los grandes derrotados en unas elecciones municipales a las que ninguno se presentaba y que concluyeron este domingo. El electorado brasileño expresó en las urnas electrónicas un rechazo contundente a los extremos y premió al centro derecha clásico. El Partido de los Trabajadores (PT) de Lula cae a mínimos históricos. El que fuera a principios de siglo el gran partido de la izquierda latinoamericana sigue en declive y pierde visibilidad. No ha logrado revertir la pérdida de poder territorial que arrastra desde el impeachment y, por primera vez desde el fin de la dictadura en 1985, no gobernará una sola de las 26 capitales.

El coronavirus se dejó sentir porque la abstención fue altísima (30%) aunque el voto es obligatorio. La segunda vuelta de los comicios confirmó las tendencias observadas dos semanas antes y ofrece algunas pistas sobre cómo se va configurando el escenario ante las presidenciales de 2022. Todos los candidatos apadrinados por Bolsonaro fueron derrotados, lo que supone un duro golpe para el mandatario, que se suma al efecto simbólico de la derrota de Donald Trump en Estados Unidos. Merma sus opciones pero para nada elimina del horizonte que pueda ser reelecto. Lo cierto es que a mitad de mandato, el ultraderechista no tiene ningún rival sólido a nivel nacional pese las crisis económica, de deuda pública y sanitaria. Destaca por humillante, la derrota del alcalde de Río de Janeiro, un pastor evangélico, que ha perdido estrepitosamente ante un frente amplio anti-Bolsonaro en el feudo electoral del presidente y pese a su apoyo.

El PT no levanta cabeza cuatro años después de su salida forzada del poder en un proceso de destitución agitado por un clamor popular. La mujer que podría indicar un cierto relevo generacional e insuflarle ánimos en un ambiente político marcado todavía por un intenso antipetismo fue derrotada en Recife (Pernambuco, el Estado natal de Lula). Marília Arraes, de 36 años, se disputaba la alcaldía con un primo suyo que ganó en una ajustada batalla. También era un duelo interno en uno de los clanes políticos más tradicionales del nordeste. Todos los petistas perdieron en las capitales en esta segunda vuelta.

Lula, con 75 años y confinado por la pandemia, sigue siendo su principal activo y, para muchos, su principal lastre. El fundador y líder indiscutido del partido eclipsa a todos en el PT aunque sigue impedido de concurrir a unas elecciones por sus condenas de corrupción. El mermado poder territorial petista se centra en el sur de la ciudad de São Paulo, donde un Lula sindicalista cimentó su carrera con movilizaciones obreras contra la dictadura, y en el empobrecido nordeste, donde son evidentes los frutos de programas del PT como Bolsa Familia, que se han convertido en políticas de Estado que defiende incluso la derecha.

“Hoy el PT es un partido del interior del nordeste que ha vuelto al tamaño que tenía en los noventa (antes de las presidencias de Lula)”, explica el historiador Lincoln Secco, autor del libro Historia del PT. “No gobierna ninguna capital por primera vez, no tiene nuevos líderes ni nuevas ideas. Aun así, sigue siendo el partido de izquierdas más grande y sólidamente capilarizado en la sociedad brasileña, hasta el punto de que aguantó durante años una campaña de aniquilamiento por parte de la prensa brasileña”, añade este profesor de la Universidad de São Paulo (USP). Y aunque el grupo parlamentario del PT es el segundo mayor del Congreso, carece de protagonismo en un debate político que prácticamente monopoliza Bolsonaro.

Además, es probable que Lula y su partido pierdan su tradicional protagonismo en la izquierda en favor de Guilherme Boulos, un activista y profesor de 38 años que logró la hazaña de colocar a su formación —una especie de hermano pequeño del PT— en la segunda vuelta de São Paulo, la principal ciudad de Brasil. Con un tono conciliador, el candidato del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), nacido de una escisión del PT, ha logrado salir de estos comicios como la figura más fresca de la izquierda brasileña pese a su derrota.

El actual alcalde, Bruno Covas, de 40 años y de centro derecha, venció con holgura a este antiguo activista de los derechos de los trabajadores sin techo. Covas, que ha sufrido un cáncer recientemente, pertenece al clásico Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Aunque Covas es nieto de un alcalde de São Paulo —Brasil es tierra de arraigadas dinastías políticas—, su mentor político es el gobernador João Doria, que en esta crisis sanitaria se ha convertido en el gran antagonista de Bolsonaro y es insistentemente señalado como aspirante en las próximas presidenciales.

El PSDB, los partidos del centro derecha clásico y la constelación de siglas de ideología difusa o inexistente que dominó tradicionalmente la política brasileña han vuelto con fuerza en estos comicios. Han ganado poder territorial en estas primeras elecciones tras la inesperada victoria de Bolsonaro en 2018 con su discurso contra la vieja política, la corrupción y los apaños de siempre. Bolsonaro, que es un caótico gestor y negociador, pero es un superviviente con instinto político, lleva meses estrechando lazos con esos partidos amorfos a los que tanto denostó en la campaña electoral, los siempre dispuestos a canjear apoyo parlamentario por cargos con presupuesto.

Estos comicios tampoco han alterado prácticamente la escasa presencia de mujeres y negros entre los electos, pese que existen cuotas desde hace años para ellas y, desde esta cita electoral, para los negros. Solo una de las 26 capitales estatales, Palmas (Tocantins), tendrá alcaldesa en un país con una sola gobernadora, dos ministras y donde una quinta parte de los ayuntamientos no tienen una sola concejala. Los alcaldes negros han aumentado y gobernarán un tercio de las capitales. Muestra de lo fluido que es el asunto de la raza en Brasil, donde cada ciudadano es inscrito con el color que declara, miles de los candidatos a la reelección en las municipales concurrieron con una raza distinta a 2016. Unos se oscurecieron y otros se blanquearon.

Competencia por la izquierda

El PSOL, una formación joven, diversa y dinámica que le hace la competencia al PT por la izquierda, ha conseguido colocarse en el escaparate de la política nacional brasileña gracias a su candidato en São Paulo. La de estas municipales era la segunda campaña electoral de Guilherme Boulos. Visto en perspectiva, su candidatura hace dos años para las presidenciales -no obtuvo ni el 1%- parece un rodaje para este momento con el fin de disputar la alcaldía de São Paulo y lograr proyección.

Boulos es del mismo partido que la asesinada concejala de Río Marielle Franco. Es la sigla que más mujeres han elegido en estos comicios; ha apostado por las candidaturas colectivas y de negras. La campaña del PSOL se ha volcado con los electores más jóvenes (aquí se vota con 16), a los que ha seducido en redes.

Paradójicamente, Boulos es mucho más desconocido en las favelas y la periferia en general -donde él mismo vive aunque nació en una familia de clase media— que el alcalde reelegido, de centro derecha. Ese es uno de sus grandes handicaps.

Como el cabeza de lista carece de experiencia de gestión -dirigía un movimiento social-, eligió a una vicepresidenta con muchos kilómetros. Luiza Erundina, de 86 años, es diputada del PSOL y fue alcaldesa de São Paulo en los noventa con el PT. Para evitar contagios, ha hecho campaña en un papamóvil.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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