Tailandia deroga el estado de emergencia sin lograr el fin de las protestas prodemocracia
Los manifestantes dan al primer ministro tres días para dimitir, mientras que la situación se enquista sin que el Gobierno parezca dispuesto a hacer grandes concesiones
Tailandia está ante una encrucijada. Ni la declaración del estado de emergencia, ni su derogación este jueves una semana después, han hecho que los jóvenes que desde hace meses protagonizan unas protestas multitudinarias reduzcan sus demandas. Han dado un ultimátum de tres días al primer ministro, el general Prayut Chan-ocha, para dimitir, mientras presionan por la reforma de la monarquía, anatema en el país asiático. Aunque el devenir es incierto, ante la amenaza de una respuesta violenta como ha ocurrido en el pasado, los manifestantes se anotan un tanto: romper el tabú de cuestionar en público el poder y riqueza de la Corona, cuando el país se adentra en su peor recesión de las pasadas dos décadas.
“Los deberes después, primero derribar la dictadura”, rezaba un cartel que sujetaba un joven estudiante durante una protesta en Bangkok el miércoles, tras más de una semana de masivas manifestaciones diarias en la capital tailandesa y en otras ciudades. Poco importó que el primer ministro anticipara entonces su intención de derogar el estado de emergencia, que había decretado el jueves pasado y prohibía los encuentros de más de cuatro personas. Los jóvenes desoyeron entonces la medida y continuaron tomando las calles, en unas protestas que aumentaron progresivamente el nivel de participación -reuniendo a decenas de miles de personas- y de tensión, con la policía disparando cañones de agua para dispersarlas el pasado viernes.
Así, el adelanto de Prayut de que iba a suspender el decreto si no había violencia tampoco cambió los planes de los miles de manifestantes que llenaban las calles de Bangkok el miércoles. “¿Nos vamos a rendir? ¡No!”, gritaba enardecida la multitud, que continuó su marcha hasta la sede del Gobierno. Allí entregaron una carta de dimisión para Prayut, asegurando que debía firmarse en como máximo tres días, aunque no anunciaron qué harían de lo contrario.
Si bien Prayut no parece dispuesto a ceder, quiso ofrecer una rama de olivo. “La única manera segura de lograr una solución sostenible y duradera a los problemas es que hablemos, que respetemos el orden de la ley y deleguemos en el Parlamento para decidir el futuro”, exhortó el general en un discurso televisado el miércoles, mientras trascurría la protesta.
Pero sus palabras sonaron a promesa vacua y tardía para muchos. Thitinan Pongsudhirak, profesor de la Universidad Chulalongkorn de Bangkok, considera que “no se habría llegado hasta este punto si, hace un mes, la coalición en el poder y el Senado hubieran puesto en marcha la votación para iniciar la reforma constitucional”. El docente se refiere a la decisión tomada en septiembre por los parlamentarios de aplazar a noviembre la votación sobre varias enmiendas constitucionales, una de las exigencias de los manifestantes. Estos consideran que la Carta Magna de 2017 fue formulada para mantener a Prayut en el poder, después de que diera un golpe de Estado en 2014 y ganara unos polémicos comicios en 2019.
Ahora cada bando está aún más atrincherado. Se trata de una generación que se siente maltratada y abandonada por las elites, especialmente por el régimen de Prayut y el rey Maha Vajiralongkorn. “Han perdido respeto por la monarquía, no creen que el monarca actual tenga autoridad moral”, considera Pavin Chachavalpongpun, académico tailandés en el exilio por sus críticas a la ex Junta Militar (2014-2019) y la monarquía.
Un respeto perdido por la displicencia hacia su pueblo del rey, que pasa la mayor parte del tiempo en Alemania, y el aumento de su poder y riqueza: apenas un año después de la muerte de su padre, el rey Bhumibol, rompió la tradición que delegaba en terceros la gestión del patrimonio de la Corona, valorado en unos 40.000 millones de dólares, y se puso al frente.
De momento, Vajiralongkorn ha dado la callada por respuesta. De visita actualmente en Bangkok, varios expertos coinciden en que cualquier decisión del Gobierno sobre cómo enfrentarse a las protestas tiene que o bien partir del rey o contar con su beneplácito. Los jóvenes quieren precisamente romper esa relación simbiótica entre la monarquía, el Gobierno y el Ejército: su deseo no es derrocar la institución, sino construir un modelo al estilo de Japón o el Reino Unido.
Pero de todas las demandas, la reforma de la monarquía es la que cuenta con menos probabilidades, tal vez nulas, de salir adelante. De momento se ha convocado una sesión extraordinaria parlamentaria el 26 de octubre. Hasta entonces, el movimiento, aplaudido desde las redes sociales de países vecinos como Laos o el mismo Hong Kong, con cuyas protestas prodemocracia comparte similitudes, podría ganar peso. Sobre todo, si logra persuadir a otros sectores de la población; algunos camisas rojas, partidarios del ex primer ministro Thaksin Shinawatra y enemigos tradicionales de los camisas amarillas o afines al Ejército y la monarquía, se han ido sumando.
No obstante, la propia osadía de las protestas podría restarles popularidad entre los tailandeses de más edad, que aún atesoran el recuerdo de los alabados 70 años de trono de Bhumibol. Un tenso tira y afloja entre las autoridades y los jóvenes en el que sobrevuela el fantasma de las violentas respuestas contra multitudes en el pasado, con dos golpes militares en los últimos veinte años. “Sin concesiones por parte del poder, la probabilidad de otra asonada militar aumenta y una represión brutal podría ocurrir. Pero si hay signos de que Prayut dimite, entonces habría esperanza en que haya cambios”, indica Thitinan.
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