Lukashenko afianza en plena crisis su viraje hacia Rusia
Minsk y Moscú preparan nuevos acuerdos que pavimentan el camino para una mayor integración y más concesiones, medidas a las que el líder bielorruso había sido reacio hasta el momento
Atrincherado en el poder mientras se enfrenta a su mayor desafío por las históricas protestas por la democracia en Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko vira aún más hacia Rusia. El líder autoritario, patrocinado durante décadas por Moscú y que hoy se ha convertido en un aliado problemático, está cada vez más dispuesto, a cambio de apoyo, a hacer concesiones largamente reclamadas por el Kremlin y que pueden derivar en una mayor integración entre Rusia y Bielorrusia. Una hoja de ruta de acuerdos económicos, fiscales y militares a la que ha sido reacio durante años y que afianzarían la dependencia Bielorrusia de Moscú. Los acuerdos entre ambos aliados habían estado congelados desde hace meses, pero este jueves, el primer ministro ruso, Mijaíl Mishustin ha anunciado nuevos pactos energéticos y otros por venir, durante una visita a Minsk. Un paso más del coreografiado baile diplomático que precede a la próxima reunión entre Lukashenko y Vladímir Putin en Rusia.
“Rusia, como país hermano, principal socio económico y mercado de exportación no se apartó de nosotros”, dijo Lukashenko a Mishustin, que llegó a la capital bielorrusa con varios ministros, entre ellos los de Transportes y Energía, dos carteras clave en la relación entre Minsk y Moscú. Pero si finalmente garantiza más apoyo, el Kremlin también espera algo a cambio, más allá de garantizarse que Bielorrusia, en una posición geoestratégica clave, sigue estando bajo su ámbito de influencia”, remarca el politólogo bielorruso Ales Lagvinets. El experto destaca que Moscú podría aprovechar la debilidad y necesidad de Lukashenko para impulsar su largamente deseada unión a través de acuerdos fiscales, extendiendo los pactos que expiran este año por los que Rusia tiene dos puntos militares en territorio bielorruso —un centro de comunicación en Vileika y una estación con radares en Baranovichi—, y quizá ampliándolos.
Rusia y Bielorrusia están unidas por un acuerdo de unión, un modelo sindicado que consiste en la eliminación de controles migratorios, tratados energéticos y comerciales. Sobre la mesa están otros capítulos de ese tratado firmado en 1999 que nunca se han completado, como cámaras legislativas comunes, bandera o moneda única. Rusia es el principal acreedor de Bielorrusia, y estos días Moscú y Minsk discuten también los términos de la refinanciación de su deuda y analizan redirigir los suministros de combustible bielorruso desde los puertos lituanos a Rusia.
“Bielorrusia está en una posición complicada para negociar. Y Moscú, bajo una ‘bandera de la integración’ avanzará su propia agenda socioeconómica, que supone privatización de las grandes empresas bielorrusas [responsables de alrededor del 50% del PIB y del 75% de la producción industrial, según datos del Banco Mundial], más capital ruso en Bielorrusia y más dependencia de Rusia”, apunta el investigador Petr Piatrouski de la Academia Nacional de Ciencias bielorrusa, que cree que Lukashenko no cederá en todos los puntos de la hoja de ruta marcada por Moscú.
El líder bielorruso ha cambiado radicalmente su discurso en las últimas semanas. Hace unos meses aseguró que Rusia estaba utilizando el endurecimiento de los acuerdos comerciales, sobre todo energéticos, para presionar y “lograr una fusión” entre ambos países. Y antes de las elecciones presidenciales del 9 de agosto fue más allá y señaló a Moscú como artífice de un “complot” para desalojarle del poder.
Tras los comicios y con multitudinarias protestas en las calles contra el supuesto fraude electoral que ha reprimido con gran dureza, Lukashenko cambió totalmente el paso y acusó a Occidente y a la OTAN de una supuesta injerencia, y a países como Lituania o Polonia de financiar a la perseguida oposición, a la que ha achacado querer romper los “vínculos históricos” con Rusia y anhelar construir “un muro” con el país vecino. Un discurso sobre el ‘enemigo exterior’ acorde con el ideario y los intereses del Kremlin que Moscú ha comprado rápidamente.
Rusia, que se ha cuidado mucho de apoyar de manera verbalmente muy explícita a la persona de Lukashenko, lo está apuntalando de momento, sin embargo, a través de otros gestos. Hace unos días, Putin defendió el resultado oficial de las elecciones —que con serias evidencias de fraude dan un 80% a Lukashenko— y remarcó que había acordado con Minsk enviar refuerzos policiales a Bielorrusia si la situación se “salía de control”. Además, propagandistas y estrategas en comunicación han llegado de Moscú a Minsk estas semanas para ocupar cargos clave en los medios estatales que han reforzado la narrativa conjunta de la injerencia de Occidente, mientras estrecha la presión a los medios independientes.
Hasta ahora, Lukashenko se había resistido a estrechar los acuerdos de unión por temor a perder soberanía, ceder su propio poder y a que Bielorrusia fuese absorbida por el influyente y poderoso vecino. Pero el hombre que una vez jugó la carta de ser el amortiguador entre Occidente y Moscú no tiene muchas más opciones que apoyarse en Moscú. “Si se ejecutan las hojas de ruta deseadas por Moscú no sería una integración, sino una incorporación de Bielorrusia a Rusia. Moscú no sacrificaría sus poderes o competencias; sino que Minsk cedería su soberanía en beneficio del Kremlin”, considera Lagvinets.
Envenenamiento de Navalni
Las futuras hojas de ruta y acuerdos, sin embargo, podrían pavimentar también el camino de Moscú para eliminar a Lukashenko de la ecuación una vez alcanzados sus objetivos, destaca la analista rusa Tatiana Stanovaya, fundadora de la consultora R. Politik.
La mayoría de los bielorrusos no apoyan una mayor integración con Rusia, según las encuestas. Así que Moscú va con pies de plomo para no despertar sentimientos anti-rusos. “El futuro del Estado Unión se basará en la posición absolutamente independiente de nuestros estados”, ha recalcado Mishustin este jueves en una reunión en la que Lukashenko le ha asegurado que sus servicios secretos han “interceptado” una conversación entre Varsovia y Berlín en la que se asegura que el envenenamiento del opositor Alexéi Navalni en Siberia “es falso”. El abogado y bloguero anticorrupción y uno de los críticos más visibles del Kremlin en occidente fue atacado con Novichok, según el Gobierno de Alemania. El mismo agente tóxico que se usó contra el exespía ruso, Serguéi Skripal, un intento de asesinato que Reino Unido vinculó en 2018 con la inteligencia militar rusa y que derivó en duras sanciones diplomáticas contra Moscú.
Rusia es el principal acreedor de Bielorrusia, y estos días Moscú y Minsk discuten también los términos de la refinanciación de su deuda. El año pasado el 42% de las exportaciones de Bielorrusia —sobre todo productos agrícolas y camiones— fueron a Rusia. Minsk es también enormemente dependiente de los acuerdos energéticos con el país vecino: obtiene el 100% de su gas natural y la mayor parte de su petróleo; además su economía se ha nutrido durante años del suministro de petróleo barato que luego vendía con un margen de beneficio. Unos términos que Rusia revisó este año a la baja y que, según los observadores, ha sido una de las palancas que ha pulsado para lograr mayor unión.
Ese caldo de cultivo ha contribuido a debilitar a Lukashenko, que lucha con la economía estancada (el PIB ha crecido de media un 0,1% durante el último lustro). El rublo bielorruso se ha desplomado a mínimos históricos frente al dólar y al euro. Y más cuando el descontento ciudadano está a flor de piel y con unas elecciones regionales este año y unas legislativas clave el que próximo no hace sino incrementar la ira ciudadana por el supuesto fraude electoral y la violenta represión policial. Las protestas contra Lukashenko han llegado este jueves cuando casi se ha llegado a la cuarta semana de manifestaciones.
Movilizaciones sociales, peligrosas para el Kremlin, que tiene pavor a que se produzca algo similar en su territorio. Y más cuando el descontento ciudadano está a flor de piel y con unas elecciones regionales este año y unas legislativas clave el que próximo.
Cambios en el KGB y Consejo de Seguridad
En plena oleada de protestas, Aleksandr Lukashenko ha reorganizado este jueves a sus principales lugartenientes. El líder autoritario, que busca fortalecer su Gobierno en medio de su mayor crisis, ha premiado al jefe de su agencia de seguridad estatal (KGB), que ha jugado un papel destacado en la represión de las movilizaciones y la persecución de sus críticos, con un ascenso. Valery Vakulchik encabeza desde ahora el Consejo de Seguridad.
A los mandos del KGB le sustituye otro de los hombres de confianza de Lukashenko en los aparatos de seguridad del Estado, sobre los que ha sustentado su régimen: Ivan Tertel, algo más abierto a los vínculos con Moscú, según analista como Mark Galeotti.
La reestructuración supone por un lado una muestra de que la represión se intensificará, apuntan los observadores. Pero el baile de sillas muestra también que Lukashenko solo confía en unos pocos.Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
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