La quiebra del Brexit
La causa principal de la recesión británica es común a las de los otros países europeos, pero el motivo de su especial gravedad radica en la especial fragilidad de una economía que ha dejado de tener horizonte
No es casualidad que el desplome de la economía británica en el segundo trimestre del año (caída del 20,4% del PIB) haya sido el más acusado entre los países desarrollados. Incluida España (menos 18,5%), Francia e Italia, la especialización turística de las cuales explica buena parte de su desgracia.
Para mayor preocupación, la caída afecta sobre todo al sector servicios, la locomotora de la economía isleña —supone el 80% de su PIB—, que ha registrado el mayor descenso histórico trimestral: un sector que en otros países homologables ha sufrido menos que el industrial, afectado por la crisis de la presencialidad.
La causa principal de la recesión es común a las de los otros países europeos: la parálisis y distorsión productiva ocasionada por la pandemia de coronavirus.
Pero el motivo de su especial gravedad radica en la especial fragilidad de una economía que ha dejado de tener horizonte. Por carecer —al menos, de momento— de un encaje fluido en la economía mundial, por su orfandad de complicidades, y por su atracción de incertidumbres. O sea, a causa del Brexit y de una probable salida definitiva de la UE sin mediar acuerdo.
Basta una comparación. España acaba de pedir a la Comisión Europea una transferencia de 20.000 millones a cargo del programa SURE —de reaseguro del desempleo— para financiar los expedientes temporales de regulación de empleo (ERTE).
Pues bien, el ministro de Hacienda de Boris Johnson, el sumiso Rishi Sunak, se resiste a prolongar el equivalente británico de los ERTE porque ese mecanismo “no es sostenible indefinidamente”.
Reino Unido no puede afrontarlos, porque aunque el Brexit no destruirá su economía, sí supone ya una quiebra en su línea de sostenibilidad. Fijémonos en que en el primer trimestre del año, sin apenas registrar aún ningún impacto de la recesión pandémica, el PIB ya cayó un 2,2%.
Y todos los que hemos lamentado la huida británica tenemos ahora el consuelo de algún impacto benéfico de su ausencia: el trascendental paquete de reactivación europea no habría sido posible de haber codecidido la euroescéptica Londres: lo que es motivo simétrico de su desconsuelo por no poder prolongar los ERTE.
La quiebra de la ascendente curva económica británica se correlaciona con un grave quiebro en la percepción política.
Hoy, el grupo mayoritario de su ciudadanía (un 32%) culpa a su Gobierno de los fallecimientos por causa del coronavirus; el 38% cree que usa a los científicos como coartada; el 55% considera que ha empeorado su gestión; una mayoría más que absoluta, el 62% apoya la libre entrada de sanitarios en el país, y dos tercios, el 66%, cree que la pandemia demuestra que se necesita mayor cooperación internacional (The Brexit parenthesis, ECFR, 12/8/2020).
Así que el virus ha infectado también las bases ideológicas del aislacionismo.
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