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Sergio Berni, la estrella errante del peronismo

El ministro de Seguridad de Buenos Aires, derechista y popular en los barrios más pobres, se enfrenta al Gobierno de Alberto Fernández

El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, en la ciudad de Mar del Plata, el 30 de diciembre de 2019.
El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, en la ciudad de Mar del Plata, el 30 de diciembre de 2019.Rodrigo Lanzillotta (Telam)
Enric González

El Gobierno argentino se enfrenta a grandes dificultades: la pandemia, la renegociación de la deuda y una recesión brutal. Pero ciertos días parece como si su principal problema se llamara Sergio Berni. El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, fiel a Cristina Fernández de Kirchner, se ha convertido en la estrella errante de la constelación peronista. Sus constantes enfrentamientos con la ministra de Seguridad de la nación, Sabina Frederic, su propensión a los gestos espectaculares (el 10 de junio participó personalmente en la detención de un presunto asesino) y su popularidad entre los más pobres hacen de Berni una figura polémica. Y quizá un candidato a la presidencia en 2023.

Sergio Berni, nacido en 1962 en la pequeña localidad de Capilla del Señor (Buenos Aires), es un hombre de acción. Sobre eso no cabe duda. Es médico cirujano, teniente coronel del Ejército y licenciado en Derecho. Pero también instructor de kárate, paracaidista, submarinista táctico y alpinista. En 1987 formaba parte del regimiento patagónico Rospentek, uno de los que participaron en la sublevación de los “carapintadas” en exigencia de impunidad para los crímenes cometidos por los militares durante la última dictadura. Nunca quedó claro si Berni fue uno de los sublevados.

Dos años después ya estaba en la órbita de Néstor Kirchner, entonces intendente de Río Gallegos. En 1991, cuando Kirchner fue elegido gobernador de Santa Cruz, el futuro presidente nombró al joven Berni (30 años) director del hospital Veintiocho de Noviembre. Sergio Berni era kirchnerista cuando aún no existía el kirchnerismo.

Más tarde fue director nacional de Asistencia Crítica, senador y, con Néstor Kirchner ya fallecido, viceministro de Seguridad durante el segundo mandato presidencial de Cristina Fernández de Kirchner. En diciembre pasado, cuando el peronismo recuperó la presidencia y el Gobierno provincial de Buenos Aires, se le asignó la complicada cartera de Seguridad a las órdenes del gobernador Axel Kiciloff, otro fiel de Cristina. Berni fue claro desde el principio: “Mi jefa es Cristina Fernández de Kirchner”. No el presidente, Alberto Fernández, sino la vicepresidenta.

Un “hombre de derecha”

La cohabitación con la ministra nacional, Sabina Frederic, empezó mal. Frederic rechazó el uso policial del arma eléctrica Taser; Berni se declaró a favor. Ya en febrero de este año, Berni acusó a Frederic de no cooperar en la difícil gestión del conurbano bonaerense y le exigió que retirara de la provincia a las fuerzas de la Policía Federal. Frederic es antropóloga y progresista. Berni no tiene apuro en definirse como “hombre de derecha”.

Los desencuentros entre Frederic y Berni fueron encadenándose. Cuando el Gobierno nacional favoreció las excarcelaciones de presos para evitar contagios de la covid en las cárceles, Berni se opuso. El 10 de junio, Berni protagonizó una acción espectacular en la localidad de Almirante Brown: armado con un subfusil (“los militares pasamos más tiempo con el arma que con nuestra esposa”, dijo después) y en compañía de un escolta y un colaborador, detuvo personalmente al sospechoso de haber asesinado a tiros a un gendarme. Las imágenes de la operación causaron impacto.

El 1 de julio, primer día del retorno a la cuarentena estricta en Buenos Aires, protagonizó otro incidente al abroncar en público a un mando de la Policía Federal (dependiente de Sabina Frederic) que dirigía un control de tráfico. El pasado miércoles, durante una reunión en unas oficinas cerca de Ezeiza en presencia del gobernador Kicillof, Frederic y Berni tuvieron un choque directo. Según testigos presenciales, en un momento dado Berni se quitó la mascarilla y se levantó bruscamente de la mesa. “¿Vas a desenfundar o a atacarme por ser mujer?”, le espetó la ministra. Según el mismo testigo, citado por los diarios Clarín y La Nación, Berni respondió que las cosas estaban mal cuando una ministra de Seguridad no sabía distinguir entre una mascarilla y una pistola.

El Gobierno de Alberto Fernández cerró filas en torno a Frederic. Un portavoz gubernamental dijo que se había encargado al ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro, que gestionara con Kicillof la destitución de Berni. De Pedro negó haber recibido tal encargo. Berni quitó hierro al asunto y en declaraciones radiofónicas dijo que se iría en cuanto se lo pidiera Kicillof. Este diario telefoneó repetidamente a Berni para que ofreciera su versión sobre los hechos, pero no obtuvo respuesta.

No es fácil sustituir a Sergio Berni. Primero, porque el conurbano bonaerense atraviesa una triple crisis (sanitaria, económica y de rápido aumento de la delincuencia) y gestionar la seguridad en la provincia no constituye una tarea atractiva. Segundo, porque Berni cuenta con la devoción de la Policía Bonaerense, un cuerpo muy conflictivo (ahora mismo varios de sus agentes son investigados por la desaparición, el 30 de abril, de un joven detenido) y con un largo historial de corrupción e insubordinaciones. Los comisarios de la Bonaerense llaman “jefe” a Berni. Y tercero, porque Sergio Berni cuenta con una enorme popularidad en los barrios más pobres. Es un político que está sobre el terreno y camina sin miedo por asentamientos de alta conflictividad.

Otro peronista heterodoxo, el maestro y sindicalista Luis d´Elia, definió el asunto hace dos meses en un tuit: “Sergio Berni llega a la Villa Madero en una supermoto, porta un fusil, tiene cagando a los milicos, dialoga con los vecinos, da soluciones y se va ovacionado. Más allá de las dudas que me genera, reconozco que es lo que desea el pobrerío”.

Sergio Berni tiene ambiciones. En 2019 quiso ser candidato a la gobernación de Buenos Aires, aunque finalmente desistió y se unió a la campaña de Kicillof. Ahora, numerosos dirigentes peronistas creen que en 2023 aspirará a la presidencia de la República. “A mí me parece escoria”, dijo un veterano militante del Partido Justicialista, “pero, en una situación de crisis grave, podría convertirse en algo parecido a un Bolsonaro argentino”.

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