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El señorial distrito-protesta del corazón de Moscú

El barrio de Jamóvniki, de clase alta y de la ‘intelligentsia’, reúne el mayor rechazo de la capital a la reforma constitucional de Putin

María R. Sahuquillo
Una calle del distrito de Khamovniki, en el centro de Moscú.
Una calle del distrito de Khamovniki, en el centro de Moscú.

La Rusia de hoy, sobre el papel, no es el país con el que soñó Galina Sevchenko. Era una veinteañera estudiante de Física en los turbulentos años noventa. La época de la enorme crisis derivada del derrumbe de la URSS, de la inestabilidad y del aumento de la delincuencia, pero también de vanguardia, esperanza y autonomía, dice. “Hemos ganado estabilidad, por ahora, pero hemos perdido libertades; o la idea de ellas, que es igual de doloroso”, afirma Sevchenko. La joven que estudió Física es hoy una publicista con dos hijas que vive con su esposo a un par de calles del Museo Pushkin, en el distrito de Jamóvniki, un extenso barrio de alto poder adquisitivo que aglutina el mayor porcentaje de votos negativos a la reforma constitucional, un 46,1%, frente a la 33,97% de media de la capital. También Sevchenko votó que no, remarca. “Esta Constitución no me representa. Ni a mí ni a muchos. Es otro paso atrás en el camino hacia la democracia”, se lamenta.

Con más de 100.000 personas censadas, Jamóvniki es conocido por su calle Ostozhenka, la llamada milla de oro de Moscú, por su zona de mansiones neoclásicas y sus edificios art nouveau. El distrito registró un 44% de participación en la consulta que ha aprobado una constitución más conservadora, nacionalista y presidencialista, y que permite a Vladímir Putin perpetuarse en el poder, potencialmente, hasta 2036. Más de diez puntos menos que la media de toda la capital, donde viven casi 12 millones de personas (68% de participación en todo el país).

Jamóvniki es un distrito de tradición contestataria, comenta Gleb Pavlovski, politólogo y exconsultor del Kremlin, y también antiguo vecino. “Es una zona con ánimos opositores y un tejido político municipal muy activo”, describe Pavlovski, que cada vez que puede se acerca a una pequeña librería de barrio, escondida entre dos edificios de fantasías del renacimiento ruso, a pescar un par de nuevos títulos.

De hecho, ningún diputado de Rusia Abierta, el partido del Gobierno, tiene escaño en el Consejo municipal. En las últimas elecciones, de 2017, arrasaron aquí los candidatos de la oposición. O independientes, como el periodista del reputado diario independiente Novaya Gazeta, Ilyá Azar, o la joven economista Tatiana Kasímova. La diputada, de 28 años, explica que la composición del Consejo de Jamóvniki es un buen termómetro del barrio. Pero también que influye el hecho de que en el distrito apenas haya un par de colegios electorales “específicos”, en los que vota personal vinculado a algún estamento gubernamental (como algún ministerio), en los que suelen arrasar los candidatos pro-Kremlin; como sí pasa en otros barrios del centro. Justo al lado de la Junta municipal y del edificio en el que vivieron el poeta Serguéi Yesenin y la bailarina estadounidense Isadora Duncan, en la señorial calle Prechistenka, se encuentra el colegio que obtuvo el porcentaje más alto de oposición a la reforma de todo Moscú: un 51,68%. Las enmiendas fueron aprobadas por casi un 78% en Rusia.

Ilyá Azar con un cartel que dice "El periodismo no es un crimen", en una protesta el viernes en la que fue arrestado.
Ilyá Azar con un cartel que dice "El periodismo no es un crimen", en una protesta el viernes en la que fue arrestado. KIRILL KUDRYAVTSEV (AFP)

“Este barrio suele votar en contra del régimen. Aquí ha vivido tradicionalmente la intelligentsia, gente con un alto nivel de educación, cultivada y no conservadora, sino todo lo contrario”, señala Irina. Anda apresurada llenando el maletero del coche porque vuelve con su madre y su bebé a la dacha, al campo, donde han pasado las últimas semanas, tratando, como muchos moscovitas, de alejarse del epicentro de la pandemia. Allí estaba los días de la consulta, así que no votó. Pero sí lo hizo su esposo. “Y por supuesto que votó no”, zanja la mujer, que prefiere no dar su apellido.

En el barrio vive, por ejemplo, el dramaturgo vanguardista Kirill Serébrennikov. Allí pasó 20 meses en arresto domiciliario, procesado por malversación de fondos en un caso que la élite intelectual rusa consideró una persecución política por sus ideas. La semana pasada, Serébrennikov, muy conocido por sus representaciones críticas con la Iglesia ortodoxa o en la que habla abiertamente de la homosexualidad, fue declarado culpable. Aunque recibió una sentencia suspendida.

El caso indigna a Aliona Arjípova. Es arquitecta y tiene tres hijos. Cuenta que su marido, ingeniero, y ella votaron que no a la reforma Constitucional sobre todo por los niños. “No entiendo el cambio. Si se modifica es para adaptar el país a la realidad, actualizar la ley con los tiempos y las personas que viven aquí. No para legislar como normas fundamentales los deseos de Putin de cómo debería ser Rusia y los rusos”, dice Arjípova, disgustada con que la Constitución recoja ahora que el matrimonio es la unión entre hombre y mujer y señale la importancia de la “educación patriótica”.

La arquitecta, de 46 años, reconoce sin embargo que Moscú, la ciudad con mayor calidad de vida del país, según los estudios, y el barrio son una pequeña burbuja. “Hay mucha gente que se agarra a cualquier cosa, y piensa que las supuestas medidas más sociales de la Constitución van a mejorar su calidad de vida. Además, no todo el mundo se ha podido permitir votar que no. En esta sociedad hay muchas presiones”, asegura, enunciando uno de los argumentos de la oposición, que denuncia que el enorme apoyo a las enmiendas de la consulta fue “cocinado”.

Jamóvniki quizá sea, como dice Arjípova, una burbuja en algunas cosas, como en la política municipal. Pero no es un mundo aparte. Y, como en todo Moscú, en este distrito Putin también ganó las presidenciales de 2018. Aunque con un 64,87%, frente a casi el 77% de la media de Rusia. Fiódor Gurkov le votó. Y reconoce que le ha ido bien. Tiene 35 años y vive solo en un apartamento muy cerca del río Moscova. Mientras apura un café en la terraza de una pastelería de aire francés, cuenta que trabaja en el sector de las nuevas tecnologías y que en eso Moscú es “un pequeño paraíso puntero”.

Putin, en una videoconferencia con el grupo de trabajo sobre la reforma constitucional, el viernes en el Kremlin de Moscú.
Putin, en una videoconferencia con el grupo de trabajo sobre la reforma constitucional, el viernes en el Kremlin de Moscú. ALEXEI DRUZHININ (AFP)

Gurkov está satisfecho con las últimas medidas del Kremlin, que ofrecen jugosos beneficios económicos a las empresas tecnológicas, uno de los pocos campos en los que Rusia todavía destaca y puede hacerse aún más fuerte. No obstante, se define como un “privilegiado”. Cuenta que su hermana tiene un pequeño negocio de restauración y está sintiendo de lleno el golpe de la crisis. La economía rusa ya venía tocada, pero la caída de los precios del petróleo y la pandemia de coronavirus ha empeorado las perspectivas. Y se espera que el PIB se contraiga alrededor de un 6% este año. Eso está teniendo un gran impacto en la popularidad del líder ruso, que ha caído de 80% al 59%, según datos recientes del centro independiente Levada, el mínimo histórico. “La pregunta es si esta nueva Constitución va a arreglar los problemas de Rusia, de toda Rusia. Y la respuesta tajante es no”, remarca Gurkov, que no se acercó a votar.

En una plaza coronada por una enorme estatua de Friedrich Engels pasan el rato Anna y Aleksey. Cuentan que les preocupa que el Kremlin “aleje a Rusia cada vez más de Europa”. Ambos votaron no a la reforma constitucional. Los jóvenes charlan animadamente en un banco mientras la enorme figura del filósofo y teórico comunista alemán observa las cúpulas doradas de la majestuosa catedral de Cristo Salvador, reconstruida en 1990 y núcleo de la protesta contra Putin del grupo feminista punk Pussy Riot en 2012, por la que las tres jóvenes activistas fueron condenadas a dos años de cárcel. “Quiero una Rusia que evolucione, que dé paso a la gente joven, pero en cambio tenemos una sociedad cada vez más represiva”, dice Anna. La joven, estudiante, de 24 años, consumidora habitual de medios independientes, dice que no se siente identificada con la política “militarista y agresiva” de Putin.

Aleksey es artista y critica que las autoridades “legislan y gobiernan para sus amigos”. Ambos participaron en las multitudinarias protestas del verano pasado contra el veto a candidatos opositores a las elecciones locales de Moscú. Y habrían salido a la calle contra la reforma de la Constitución si no hubiera sido por las restricciones de la pandemia. Temen que las autoridades sigan “sacando partido de la desgracia del coronavirus” para vetar cualquier contestación. Sobre todo de cara a septiembre, cuando varias regiones eligen gobernadores y diputados y también algunos escaños de la Duma estatal. “Qué va a pasar ahora, yo no me quiero ir de Rusia, me quiero quedar cambiando las cosas desde dentro pero el Kremlin y su entorno son cada vez más autoritarios y el divorcio con gran parte de la sociedad está cada vez más claro”, plantea Aleksey.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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