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Bélgica se petrifica en la parálisis política

Los partidos exploran crear una amplia coalición tras más de un año de Gobierno en funciones

Lluís Pellicer
El rey Felipe de Bélgica ofrece su tradicional discurso de Nochebuena.
El rey Felipe de Bélgica ofrece su tradicional discurso de Nochebuena.ALAIN ROLLAND/ IMAGEBUZZ/ BESTIMAGE (GTRES)

Bélgica es el mirador más alto para atisbar la agitada vida política europea. No solo por su condición de sede de las instituciones de la Unión Europea y la OTAN. Su política interna está marcada por las grandes tendencias que recorren el continente: el auge de la extrema derecha, el resurgimiento del nacionalismo, el declive de las grandes familias políticas o la fuerza del movimiento ecologista. "Bélgica es una antología de la historia europea", escribe el artista y escritor Patrick Corrillon en El viaje a Bélgica. Ese mosaico de opciones políticas en un país con varias lenguas oficiales ha vuelto a llevar a Bélgica al bloqueo político. Los partidos siguen dándose de bruces en sus intentos de coser una mayoría parlamentaria que sea representativa de los resultados en Flandes y Valonia y, a la vez, arrincone a la formación ultra flamenca Vlaams Belang. Ante el ascenso de la extrema derecha en las encuestas, los partidos siguen explorando todas las opciones para evitar el plan B: la convocatoria de elecciones.

La pasada Nochebuena, el rey Felipe decidió salirse del discurso apacible para lanzar una advertencia a la clase política belga: "Hoy, es esencial que establezcamos lo antes posible un Gobierno federal con funciones plenas, capaz de tomar decisiones equilibradas y de ejecutarlas con firmeza. Es con lo que todos contamos, sin demora". La premura del rey llegaba un año después de que la mayoría parlamentaria que apoyaba al Ejecutivo del liberal Charles Michel saltara por los aires con la salida de los cinco ministros del partido nacionalista flamenco N-VA por su rechazo a que Bélgica firmara el pacto mundial sobre migraciones de la ONU.

A petición del rey, Michel tuvo que seguir en funciones hasta las elecciones de mayo, que acabaron arrojando un arco parlamentario de aritmética casi imposible. Caroline Sägesser, doctora en Historia e investigadora del Centro de Investigación e Información Sociopolítica (CRISP, por sus siglas en francés), explica que los comicios acentuaron tres dinámicas: "Primero, se produjo una fragmentación de la representación. Las familias socialista, liberal y conservadora perdieron peso en favor de la extrema derecha, la extrema izquierda, los nacionalistas y los ecologistas. Segundo, Bélgica apenas tiene partidos nacionales, sino que las formaciones se dirigen a las dos comunidades. Y tercero, el comportamiento de los electores en cada una de ellas fue distinto: en Valonia fueron hacia la izquierda y en Flandes, a la derecha", sostiene.

La N-VA fue la fuerza más votada en Flandes y en el conjunto de Bélgica al hacerse con 25 de los 150 escaños del Parlamento. El segundo partido en votos, tanto en esa región como en el total del país, fue el ultraderechista Vlaams Belang, que logró 18 diputados. En Valonia, en cambio, se impusieron el Partido Socialista (20) y los verdes de Ecolo (13). Enseguida se puso en marcha el procedimiento de rigor: el rey Felipe designó a dos políticos para explorar la formación de un Gobierno y enseguida decidieron tender un cordón sanitario a la extrema derecha. Seis meses después, Bélgica se ha quedado atascada en una situación por la que ya transitó entre 2010 y 2011, cuando batió el récord de ausencia de Gobierno: 541 días de parálisis. Fue la época de la llamada révolution de la frite (revolución de la patata frita), erigida como símbolo nacional belga. La sociedad se movilizó ante la falta de entendimiento justo cuando Europa atravesaba una de sus peores crisis.

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Casi una década después, el ciclo se repite, con la paradoja de que las formaciones tuvieron que ponerse de acuerdo para nombrar a una nueva primera ministra en funciones, Sophie Wilmès, que reemplazara a Michel, quien en diciembre tomó las riendas del Consejo Europeo. Los informadores designados por el rey se han ido sucediendo sin que ninguna de las combinaciones de partidos propuestas haya cuajado.

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Bélgica ha creado un amplísimo catálogo para dar nombre a cada una de las coaliciones posibles. Y sigue ampliándolo. Michel encabezó una coalición sueca, porque los colores y símbolos de sus partidos evocaban la bandera de ese país. Y en los seis últimos meses se han puesto sobre la mesa otras dos fórmulas para alcanzar los 76 diputados necesarios para poder formar Gobierno: la llamada borgoñona –por tener los colores del escudo del Ducado de Borgoña— entre N-VA, socialistas y liberales, y la arco iris, con socialistas, verdes y liberales valones y flamencos.

Abismo entre socialistas y nacionalistas flamencos

La convivencia en el mismo gabinete entre socialistas y nacionalistas flamencos, sin embargo, amenaza con ser un tormento. Entre ambas formaciones hay más que un abismo, hay un "Gran Cañón", en palabras del europarlamentario de la N-VA y antiguo jefe del Ejecutivo flamenco, Geert Bourgeois. Los socialistas y verdes se resisten a una coalición con los nacionalistas flamencos. Durante la campaña electoral, los dirigentes de la N-VA, que comparte grupo con Vox en la Eurocámara, ridiculizaron el movimiento contra el cambio climático, muy fuerte en Bruselas, y propusieron medidas como limitar el acceso de los inmigrantes a la Seguridad Social, incrementar los requisitos lingüísticos o poner fin a la doble nacionalidad.

Después de que el rey haya decidido ampliar el mandato de los actuales negociadores, Bélgica busca una nueva bandera para definir la coalición que intentan ahora los actuales informadores, y que han definido como un "proyecto centrista pragmático". "Las grandes familias políticas ya no tienen mayoría en el Parlamento y requieren de una coalición más amplia. La única opción sería un pacto entre socialistas, liberales, verdes y democristianos. Tendrían mayoría parlamentaria y se quedarían a las puertas de tenerla también en la comunidad flamenca", explica Jérémy Dodeigne, politólogo de la Universidad de Namur.

"Jurídicamente es posible, pero políticamente es complicado", sostiene Sägesser. Pero, a juicio de esta analista, la gran pregunta es si la N-VA quiere estar en el Gobierno. Y al respecto, cree que mantiene una posición ambigua que en el fondo es un no. "Se trata de decir, nosotros queríamos, pero los otros no". Sägesser señala otra diferencia respecto a la situación de 2010. Entonces, los nacionalistas flamencos hicieron reclamaciones territoriales. Hoy no las hay, lo que supone que no hay demandas con las que negociar.

Tras meses de negociaciones, se barajan ya dos posibilidades: un Gobierno frágil pero que sea al menos capaz de sacar adelante unos presupuestos, o, en el peor de los casos, convocar nuevas elecciones. En Bélgica no hay un límite temporal para que los partidos alcancen un acuerdo antes de llamar a los ciudadanos de nuevo a las urnas pero una nueva cita electoral podría ser una solución para deshacer el nudo político. Sin embargo, según las dos últimas encuestas publicadas en Bélgica, los resultados de unos nuevos comicios –en los que el voto es obligatorio— podrían complicar más ese galimatías: en Flandes, la extrema derecha subiría de tal modo que Vlaams Belang sería la primera fuerza del país y pasaría de los 18 a los 27 escaños, mientras que el Partido de los Trabajadores de Bélgica subiría de 12 a 18 diputados. "Unas nuevas elecciones van a producir un sistema más complejo al alimentar a los partidos antistablishment", apunta Dodeigne.

El bloqueo político ha abierto de nuevo el debate sobre una posible reforma institucional. Sin embargo, ni rastro de la révolution de la frite. Tal vez se deba al cambio sociológico que esta sociedad, según Sässeger, ha vivido en la última década. O quizá a ello se refería el expresidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en una reciente entrevista a Le Soir. "Nunca me encuentro con belgas que estén orgullosos de su país. Bélgica es un país que tiene muchas cualidades, y los belgas son prácticamente los únicos que las ignoran".

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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