El arma de doble filo del voto ultraortodoxo
Los partidos religiosos exigen cada vez más fondos a cambio de su apoyo político
Los partidos ultraortodoxos no están dispuestos a renunciar a la cuota de poder que han alcanzado en los últimos años en Israel. Las elecciones del próximo martes servirán para despejar la incógnita de si Benjamín Netanyahu será capaz de renovar su mandato -a pesar de las tormentas judiciales que se le vienen encima- pero también para saber si contará, como hasta ahora, con el apoyo de esas formaciones ultra religiosas que representan al 10% de la población hebrea. Según las últimas encuestas, los haredíes le garantizarían al bloque de derecha, liderado por el Likud de Netanyahu, la mayoría absoluta en el parlamento israelí (Kneset).
La elección del primer ministro en Israel, no es directa, viene determinada por el partido que resulte más votado en los comicios, de modo que, en estas elecciones -aunque se da por seguro que si gana el Likud, los ultraortodoxos serán la llave que le permita a Netanyahu abrir la puerta de su quinto mandato- los israelíes también tendrán que tener presente si quieren aumentar en el parlamento el poder de los haredíes, a los que muchos acusan de la fractura religiosa del país al tratar de imponer, en ciudades como Jerusalén, sus estrictos preceptos religiosos.
No es nuevo que Netanyahu se apoye en los partidos ultraortodoxos para gobernar pero, los hasta ahora considerados sus “aliados naturales” han vendido caro su apoyo y muchos votantes temen que el precio siga aumentando hasta el punto de ser insostenible. En los últimos cuatro años, el gobierno dobló el presupuesto de las yeshivas (centros de estudios religiosos judíos). De los 673 millones de shequels que recibían en 2.014 (unos 168 millones de euros), pasaron a 1.300 millones de shequels (325 millones de euros) en 2.018.
A pesar de ello, Netanyahu no consiguió doblegar a los ultra religiosos y alistarlos en el ejército paulatinamente, como se recoge en las reformas aprobadas por la Kneset en los últimos años. De hecho, las dificultades del ejecutivo para sacar adelante la nueva ley de reclutamiento de jóvenes ultraortodoxos abocaron al primer ministro hebreo a convocar elecciones anticipadas.
La exigua mayoría de 61 de los 120 escaños del parlamento no le dejaba mucho margen de maniobra para lidiar con la negativa de sus socios de gobierno a aprobar una ley por la que se penalizaría económicamente a las yeshivas que no cumpliesen con el cupo establecido de haredíes, que tendrían que presentarse a filas. Paradójicamente, las últimas encuestas no presentan un panorama muy distinto para Netanyahu, a la hora de escoger socios.
Los diferentes sondeos publicados esta semana le dan a los partidos ultraortodoxos entre 12 y 15 escaños -siendo la coalición de los ashkenazis, Judaísmo Unido de la Torá, la más votada entre los ultra religiosos, con unos 7 diputados, seguida por sus hermanos sefardíes del Shas, que obtendrían entre 5 y 6 puestos en la Knesset-. El partido de Netanyahu rondaría los 30 escaños, prácticamente la misma cuota de poder que le atribuyen las encuestas a su principal rival, el general Benny Gantz, al frente de la coalición Azul y Blanco.
El último estudio hecho público por Hiddush -organización sin ánimo de lucro, liderada por el rabino Uri Regev, que promueve la igualdad y la libertad religiosa en Israel- muestra que un 63% de los israelíes preferiría un escenario en el que gobernase una “coalición civil” (secular), de la que quedasen fuera los partidos ultraortodoxos. Tan solo el 28% de los encuestados se manifiesta abiertamente a favor de mantener el statu quo actual en asuntos religiosos. La misma ONG revela como en los últimos años la integración de los hombres haredíes en el mundo laboral también ha sufrido un retroceso. Del 52% que trabajaban en el 2.016 se pasó al 50% el año pasado.
A pesar de que los partidos ultraortodoxos apenas superarán el 10% de representatividad en la Kneset, las encuestas también predicen que el nuevo parlamento será más conservador y tendrá alrededor de un tercio de diputados religiosos. Un fenómeno en parte favorecido por el auge de los nacionalistas devotos pero también por la inclusión de candidatos “observantes religiosos” en las listas de los partidos seculares como el Likud, la alianza Azul y Blanco o los laboristas, que incluso cuentan con una candidata ultraortodoxa en sus filas.
Para muchos expertos, como el periodista israelí Shahar Ilan, vicepresidente de Hiddush, la decisión del ganador de estos comicios a la hora de elegir compañeros de gobierno, determinará la fuerza real de los ultraortodoxos en la cámara, de cara a legislaturas futuras. ”Lo mínimo que podemos esperar de los candidatos es que pongan límite a esa capitulación”, escribe Ilan en su último análisis sobre el panorama político que se avecina. Un escenario, asegura, en el que quien gobierne de la mano de los haredíes, caminará hacia el desastre".
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