Cuenta atrás para el gas políticamente más explosivo
Las obras del gasoducto Nord Stream 2 avanzan en la costa del norte de Alemania y prevén culminar a finales de año, ajenas a la tormenta política que no amaina
Un puñado de operarios con chaleco reflectante trabaja en el tajo abierto a orillas del mar Báltico. Lo hacen aparentemente ajenos a la batalla política que ha desatado esta maraña de tuberías y válvulas, capaces de agrietar el consenso entre los países de europeos y de levantar una tormenta transatlántica que se resiste a remitir. Esta misma semana, Washington ha vuelto a acusar a Alemania de poner en peligro la seguridad de Occidente con la construcción del Nord Stream 2. Estamos en el extremo más septentrional de Alemania, el lugar elegido para que emerja de las profundidades del mar la gran tubería que transportará miles de millones de metros cúbicos de gas ruso hasta Europa a principios del año que viene.
Tuberías gigantescas negras y válvulas mastodónticas naranjas son apenas la parte más visible, que asoma a la superficie en la costa báltica. Aquí, a su llegada de Rusia, el gas se filtra y se oxigena para eliminar los residuos que pudiera haber acumulado por el camino. Las imágenes que llegan del mar, muestran también una obra superlativa. Una serpiente formada por 1.230 kilómetros de tuberías recubiertas de cemento que se ensamblan en la cubierta de barcos-fábrica y que las van alineando en el mar.
“Confiamos en obtener la autorización pendiente de Dinamarca. A finales de año, todo podría estar terminado”, asegura a pie de obra, Steffen Ebert, portavoz del consorcio que lidera la rusa Gazprom y que hoy pasea a un grupo de periodistas extranjeros. La agencia de la energía danesa ha pedido sin embargo, a finales de marzo un nuevo estudio de impacto ambiental, lo que podría imponer un cierto retraso. El Nord Stream 2 atraviesa aguas territoriales o zonas económicas exclusivas de Rusia, Finlandia, Suecia, Dinamarca y Alemania y se prevé que cueste 9.500 millones de euros.
“Cuando algo afecta a los intereses de Berlín, es 'Alemania first”
El eurodiputado alemán Reinhard Bütikofer (1953, Mannheim), copresidente del Partido Verde Europeo, considera el gasoducto Nord Stream 2 un proyecto de Moscú “para desplegar hegemonía postsoviética” y acusa al Gobierno de Berlín de ignorar sus intereses estratégicos en aras del mercantilismo.
Pregunta. ¿Por qué Berlín ha menospreciado las objeciones de sus socios en la UE al Nord Stream 2?
Respuesta. En un principio pensaron que Francia estaba de su lado, pero [el presidente Emmanuel] Macron ya mostró sus escepticismo en el Parlamento Europeo y a través del G7. Es un enorme error, sobre todo teniendo en cuenta a Polonia. Berlín le pide solidaridad a Varsovia en muchos frentes y luego ignora sus demandas. Alemania dice que es la gran multilateralista, pero cuando algo afecta a los intereses de Berlín, es Alemania first.
P. El coste político es enorme. ¿Cuál es la verdadera motivación de Berlín?
R. Un país sin una idea clara de sus intereses estratégicos está abocado a tener problemas. Por un lado, los socialdemócratas decían que querían propiciar el cambio a través del comercio y de paso contentarían a Gerhard Schröder, que está a sueldo de Moscú. Mientras, la industria ejercía presión diciendo que el futuro no puede ser renovable y luego está la canciller [Ángela Merkel] que como siempre decidió no decidir y dudar hasta el final, sabiendo que tiene suficientes frentes abiertos con Putin. El mercantilismo por encima de todo no funciona en un asunto tan complejo como este. Ha sido una secuencia de errores tácticos. Es un ejemplo de cómo uno de los grandes países europeos se aísla por no querer analizar con seriedad sus intereses estratégicos.
P. ¿No cree que gracias al Nord Stream 2 Berlín vaya a poder ejercer presión sobre Moscú en conflictos como el de Crimea?
R. Merkel podría haberle dicho a Putin que esto no iría adelante sin Crimea, pero Putin ha rechazado ofrecer garantías. Es evidente que la mayor motivación de Rusia es prescindir del paso del gas por Ucrania, que es precisamente lo que une a Kiev con Europa. Si se cierra ese paso, el poder de Moscú sobre Kiev crecerá inmensamente. Por su naturaleza este es un proyecto postsoviético para desplegar hegemonía.
P. ¿Es demasiado tarde para pararlo?
R. Falta un permiso de Dinamarca y hay un litigio ambiental en Alemania. Está por ver si al final Estados Unidos opta por sancionar a las empresas que colaboren en el proyecto. Pero lo cierto es que no hay una salida buena a la situación actual.
El plan es que este gasoducto transporte la energía directamente desde Rusia a Alemania, pasando por el Mar Báltico, pero sobre todo sorteando Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Ucrania. Sostienen desde el consorcio que aquí, frente a las costas suecas, casi en la frontera con Polonia es uno de los pocos lugares del norte de Alemania a donde podía arribar el gas. El resto de la costa, detallan, o está protegido o destinado al turismo. Aquí sin embargo ya había un polígono industrial e incluso los restos de una central nuclear obsoleta, de la que todavía se puede ver el sarcófago del reactor, que dejó de funcionar con la caída del muro. No hay apenas, aseguran peligro de terremotos.
Los portavoces se afanan en transmitir que desde el punto de vista técnico, las obras que arrancaron hace un año, marchan sobre ruedas. El problema es otro. El Nord Stream 2 se ha convertido en los últimos meses en una verdadera arma de destrucción diplomática. Tanto Estados Unidos como países europeos, sobre todo del Este, acusan a Alemania de incrementar la dependencia energética europea de Rusia, a quien consideran uno de los mayores instigadores de la desestabilización política europea. El gasoducto se ha convertido en una suerte de termómetro y de símbolo de la desconfianza que estadounidenses y europeos profesan hacia la rusa de Vladímir Putin.
Uno de los principales puntos de fricción tiene que ver con que el gasoducto, al esquivar a Ucrania, país que Rusia invadió en 2014, priva a Kiev de los beneficios que supondría el paso por su territorio, al tiempo que Moscú aumenta su capacidad de utilizar el gas como arma política contra Ucrania sin que Alemania se vea afectada, como ya sucedió en 2006 y en 2009.
En el seno de la UE, la disputa ha conseguido incluso agriar la supuesta luna de miel franco-alemana. Las últimas deliberaciones comunitarias han quedado plasmadas en una enmienda a la legislación europea aprobada en febrero, que supone una victoria pírrica para Alemania. Impone la separación entre el gestor de la infraestructura y el proveedor de la energía, es decir, Gazprom, pero a la vez deja en manos de Alemania las negociaciones con Moscú, lo que salva el proyecto.
La componenda sin embargo, ha contribuido a engordar el malestar contra Berlín, a quien se acusa de actuar por libre al margen de los consensos europeos. En la pasada conferencia de Seguridad de Múnich de febrero, el Nord Stream 2 fue una de los temas omnipresentes en las conversaciones de pasillo de los expertos y políticos asistentes y procedentes de medio mundo. Se repetía la pregunta de sí Berlín estaría midiendo bien el daño político y diplomático autoinfligido, como consecuencia de su acuerdo con Moscú.
Le dedicó especial atención en Múnich al gasoducto de la discordia la canciller, Angela Merkel, en un discurso que fue muy alabado por su férrea defensa del multilateralismo. Merkel criticó a Rusia por la anexión de Crimea, pero también defendió un entendimiento propio de la guerra fría. “Nadie quiere ser totalmente dependiente de Rusia. Pero si incluso importamos gas ruso durante la guerra fría, […]. No entiendo por qué la situación hoy debe ser mucho peor y que no podamos decir que Rusia sigue siendo un socio”, argumentó la canciller.
Los cálculos del consorcio indican que solo el Nord Stream 2 tiene capacidad para transportar gas para suplir al año a 26 millones de hogares europeos. Esta fuente de energía resulta especialmente bienvenida en Alemania, un país que ha optado por el apagón nuclear y que planea también suprimir el carbón en los próximos años. Aún así, el apoyo no es ni mucho menos monolítico entre la clase política alemana, donde se escuchan numerosas voces que cuestionan el proyecto. Entre ellas, la de Norbert Röttgen, presidente de la comisión de Exteriores del Bundestag, y miembro de la CDU de Angela Merkel, quien acusa a Berlín de “ignorar la opinión de la gran mayoría de los Estados Miembros y del Parlamento Europeo. [El de Berlín] no es un comportamiento europeo correcto”, según indicó durante un encuentro con un grupo de periodistas en el Bundestag. Dijo además preocuparle “la manera en la que Rusia ejerce poder político con el gas”.
"Rehén de Rusia"
La tormenta tampoco amaina al otro lado del Atlántico. El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, ha aprovechado esta semana la celebración del 70 aniversario de la OTAN para criticar la contribución militar alemana, que vinculó con el polémico gasoducto. “Alemania tiene que hacer más. No podemos asegurar la defensa de Occidente si nuestros aliados se vuelven dependientes de Rusia”. Y añadió: “Si Alemania insiste en construir el gaseoducto Nord Stream 2, como ha dicho el presidente Trump, esto podría convertir a su economía en rehén de Rusia”.
“Toda la atención se centra en Alemania, pero este gas se va a repartir por toda Europa. Este gas además, siempre va a ser más barato”, defiende el portavoz de la empresa. Más barato también que el gas licuado estadounidense (LNG), para el que Alemania planea construir también terminales en el norte.
Allanar parcialmente el camino al LNG tampoco ha logrado calmar la ira estadounidense. Richard Grenell, y hombre fuerte de Trump en Europa llegó a enviar cartas a las empresas que participan en el proyecto del gasoducto advirtiéndoles de “un riesgo significativo de sanciones”, según publicó la prensa alemana. Gazprom es la propietaria de la infraestructura, pero cerca del 50% de la financiación la proporcionan las alemanas Uniper y Wintershall, la austriaca OMV, la británico-holandesa Shell, y la francesa Engie.
Y mientras en los despachos se cocinan amenazas y represalias, sobre el terreno, cerca de las dunas y el mar espeso del norte, las obras avanzan sin pausa, dispuestas a redibujar, -con o sin el beneplácito de EE UU- el panorama energético en Europa.
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