Macron afronta el desafío de convertir su gran debate nacional en medidas concretas
Los 'chalecos amarillos' pierden fuerza pero el presidente francés aún debe presentar propuestas tangibles
Si la crisis de los chalecos amarillos en Francia fuese una obra de teatro, estaría a punto de comenzar el tercer acto, el del desenlace. El primero fue el estallido, en noviembre, de la revuelta de las clases medias empobrecidas. El segundo, la organización de un gran debate en el que, por todo el país, decenas de miles de franceses expresaron sus quejas en una especie de terapia nacional. El gran debate nacional terminó oficialmente este viernes. Ahora se abre una etapa llena de incógnitas, en la que el presidente Emmanuel Macron deberá transformar la discusión en políticas tangibles.
El balance del segundo acto es alentador para Macron. Ha remontado en los sondeos, después de hundirse durante las peores semanas de las protestas, en otoño. Ha tomado la iniciativa tras verse acorralado por una revuelta inesperada y nutrida por un odio visceral hacia su persona. El gran debate nacional —la idea de darle la vuelta a la situación abriendo el micrófono a los franceses de a pie— ha sido una especie de campaña electoral sin elecciones que le ha permitido retomar pie.
El diputado François Ruffin, uno de los oponentes más feroces de Macron, le reconoce méritos. “El gran debate es algo que nunca se había visto en Francia: un presidente que desembarca en Bourg-de-Péage [uno de los pueblos que ha visitado] y se pone a conversar. Se puede decir que es marketing, pero la política también es comunicación”, admite Ruffin, que acaba de publicar Ce pays que tu ne connais pas (Este país que tú no conoces), un libro que es, a la vez, un canto a los chalecos amarillos y un demoledor ataque a Macron. “No ha jugado mal sus cartas”, añade este diputado de La Francia Insumisa, el partido de la izquierda populista. “Siempre es una buena jugada, cuando hay una lucha social, decir: ‘Vamos a negociar’. Congela las cosas y la gente vuelve a casa”.
Pero el gran debate es algo más que una estrategia de comunicación o una táctica para desactivar un movimiento social. Macron ha participado en once sesiones de las más de 10.000 que se han desarrollado por todo Francia. Han asistido a ellas 400.000 y 500.000 personas, según el diario Les Échos. Un millón y medio han registrado sus contribuciones en Internet. Como ejercicio de democracia de base —los ciudadanos expresándose y el poder escuchando—, es una novedad.
Junto a la inyección de 10.000 millones de euros para aumentar el poder adquisitivo y la supresión de la subida prevista de la tasa al carburante, el gran debate ha servido, como sugiere Ruffin, para desactivar parcialmente el movimiento de los chalecos amarillos: las protestas de los fines de semana continúan, pero cada vez son más residuales. Lo ha hecho dándoles la palabra, a ellos y al resto de franceses insatisfechos con la clase política y la marcha de la economía.
“La crisis eran bastante violenta, no se sabía muy bien cómo salir de ella, y desde el momento en que todo estaba concentrado sobre el presidente Macron, solo él podía defenderse”, constata Gérard Grunberg, responsable del think tank francés Telos. “A la largo plazo pienso que no es bueno, porque haga lo que haga [Macron], la gente no estará contenta. Pero políticamente ha logrado superar lo peor de la crisis”.
El problema, como indica Grunberg, será cómo transformar todas estas contribuciones —y toda esta energía— en leyes y reformas. En las próximas semanas, debe procesarse la información para que Macron pueda presentar la síntesis a mediados de abril. La idea del Elíseo no es presentar una lista cerrada de medidas que dé el ejercicio por terminado. El argumento es que la revuelta de los chalecos amarillos no es una crisis en el sentido estricto, que pueda resolverse con unas políticas determinadas, como el jarabe que curaría el resfriado. El estallido sería más bien la expresión de un malestar más profundo, que se arrastra desde hace décadas, y que requerirá otra manera de gobernar y reformar.
Entre las propuestas que se han escuchado en los grandes debates algunas reflejan la exigencia de una democracia más participativa, quizá facilitando el recurso al referéndum. La degradación o ausencia de servicios públicos —las escuelas, los hospitales, los transportes— en la Francia rural es otro lamento recurrente, como el deseo de aumentar los impuestos para los más ricos y bajarlos para las clases medias. Cuestiones como la inmigración, en cambio, han estado ausentes.
Las cinco medidas prioritarias, según un sondeo publicado en Le Figaro, son el aumento de las pensiones en función de la inflación, la reducción del IVA, el aumento del salario mínimo, la reducción del número de parlamentarios y el restablecimiento del impuesto sobre la fortuna, parcialmente eliminado por Macron. Un 79%, según el mismo sondeo, quiere que el ejercicio del gran debate se prolongue. A los franceses les gusta discutir.
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