La izquierda italiana se encomienda al hermano de Montalbano
El actual gobernador de Lacio, Nicola Zingaretti, liderará el cambio de rumbo de la socialdemocracia italiana y abrirá el partido a nuevas alianzas
El 4 de marzo de 2018 un rayo partió por la mitad a la izquierda italiana y carbonizó a todos sus dirigentes. El PD, comandado entonces por un crepuscular déjà vu de Matteo Renzi, obtuvo el peor resultado de su historia en unas elecciones e inició un proceso de descomposición interno sin precedentes. Todo el mundo corrió a refugiarse de aquel vendaval que terminó formando un Gobierno entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Todos, menos un hombre tranquilo. Nicola Zingaretti (Roma, 1965), hermano del popular actor televisivo que encarna desde 1999 al comisario Montalbano -el famoso personaje de Andrea Camilleri-, un tipo afable y conciliador, había vuelto a conquistar ese mismo día la presidencia de Lacio, un hecho sin precedentes en la historia de la región. Nadie fue capaz aquella noche de interpretar la coincidencia como la señal que esperaba el partido. Hasta al cabo de exactamente un año.
El pasado domingo, 1,8 millones de simpatizantes del PD hicieron cola en alguno de los tenderetes instalados por toda Italia para elegir a su nuevo secretario general en unas primarias abiertas. Más del 65% le dio su confianza para que le dé la vuelta al partido, rompa definitivamente con la era del renzismo y trate de unir a la izquierda en torno a un proyecto social que plante cara al actual Gobierno. “Los problemas complejos no tienen respuestas sencillas”, suele decir. Zingaretti sabe esperar y encontrar su momento. Así ha ganado todas las elecciones a las que se ha presentado (primero a la provincia de Roma y luego dos veces a la región). Pero un denso calendario electoral le obligará ahora a tomar decisiones importantes en poco tiempo. Empezando por un nuevo y obligado esquema de alianzas.
Procedente de una familia de clase media romana (su padre era empleado de banca), se curtió en el viejo Partido Democratico della Sinistra (PDS), resultado del desmantelamiento del Partido Comunista y germen junto a los cristianos de la Margarita del actual PD. Hoy representa la moderación en el partido, todo lo contrario que su predecesor en el cargo, a quien jamás se enfrentó pese a tener grandes desavenencias. Zingaretti, exdiputado europeo, casi nunca polemiza, no provoca rupturas. Donde Renzi era todo velocidad, choque y talento, en él hay mucha espera y búsqueda del momento adecuado. Carece del brillo y el carisma de muchos de sus predecesores, pero nunca se quema, recuerdan en el partido.
Hijo político del histórico líder romano Goffredo Bettini, los viejos barones le han recibido con optimismo y cierto alivio tras un largo periodo de tensiones. Francesco Rutelli, exalcalde de Roma entre 1993 y 2001, viceprimer ministro en el gobierno de Romano Prodi, uno de los pilares de la izquierda italiana y buen conocedor del nuevo secretario general, reconoce en él la capacidad de unir y de terminar con “el exceso de personalismo de la etapa anterior”. “El PD reencuentra el orden que necesitaba: su base de apoyo y de militantes. Y es algo positivo también para el país, que no puede estar sin una oposición fuerte. Pero el PD ya no es un partido de mayoría, y todavía no se ha acostumbrado al final del bipartidismo. Creo que ahora debe entender lo que es y construir una identidad renovada. Y luego, prepararse para las alianzas”. ¿También con el Movimiento 5 Estrellas? “Nunca hay que decir nunca”, apunta al teléfono.
Zingaretti es lo suficientemente neutro para no provocar la tradicional guerra fratricida entre las distintas corrientes de la izquierda. También para despertar la curiosidad de todos los que se han marchado en los últimos tiempos. Y eso es una novedad absoluta. Pippo Civati, uno de los políticos con mayor talento que abandonó el PD dando un portazo en la época de Renzi fundando Possibile, lo resume así. “El voto del domingo marca dos elementos fuertes. Primero, hay una inversión política general. Cambio de ruta neto respecto al renzismo. Y segunda, hay una demanda por parte de quien no se sentía representado por el partido para que se reconstruya un centroizquierda amplio. Lo relevante para gente como yo, que veníamos pidiendo una reflexión sobre esto, es que después de tanto tiempo se pueda plantear. Es una buena noticia”.
Es difícil que los viejos barones como Massimo D'Alema o Pierluigi Bersani vuelvan al PD. Pero sobrevuela la idea de construir una nueva coalición emulando al Olivo, el reagrupamiento de centroizquierda que lideró Romano Prodi a partir de 1995. “Debemos ver si hay algo más grande que el PD, un contexto, un clima, una prospectiva. Debemos todos hacer una prueba de humildad e imaginar algo más nuevo y grande. Con el Olivo no era importante quién formaba parte de él, sino qué se proponía. Si se crea un espacio de centroizquierda, un programa de gobierno… volveremos a debatir juntos”, insiste Civati.
El problema de Zingaretti, señalan en su entorno, está en el origen de sus virtudes. Acostumbrado a ganar por agotamiento, a tirar de prudencia, también a rehuir el choque directo (como cuando decidió no optar a la alcaldía de Roma en 2013 para evitar competir con Gianni Alemanno y prefirió el confort de la región), no tendrá tanto margen ahora para definir lo que debe ser el nuevo PD. En dos meses el partido deberá confirmar que ha recuperado el pulso en la contienda europea —podría ya concurrir en una lista unitaria— y empezar a prepararse para un posible adelanto electoral en otoño. Todo ello, solo justo año después de que al PD lo partiese un rayo.
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