Música del Pamir para el invierno ruso
Tayikos, uzbekos y kirguisos dan vida a la capital de Rusia
Asia Central está viva en la capital de la antigua metrópoli. Tras las nevadas, brigadas de uzbekos, tayikos o kirguisos, vestidos con chalecos naranjas sobre sus chaquetones y anoraks, salen a limpiar las calles de Moscú. Los emigrantes de Asia Central esparcen sal y sustancias químicas sobre el pavimento resbaladizo; despachan en los supermercados, conducen “marchrutkas” (taxis colectivos), manejan grúas en las obras y buscan empleo en los grandes centros comerciales del extrarradio.
Desde que se desintegró la URSS, Moscú ha atraído a los centroasiáticos que no pueden ganarse la vida dignamente en sus jóvenes Estados. En diciembre de 2018 en la Federación Rusa residían 9,93 millones de extranjeros, de los cuales la mayoría eran emigrantes temporales procedentes de los países exsoviéticos. Entre ellos, destacaban más de 1,8 millones de uzbekos, más de 1,1 millones de tayikos y casi 680.000 kirguisos, según datos oficiales recogidos por la revista académica “Seguimiento de la situación económica en Rusia”. Con todo, la emigración a la Federación Rusa no ha vuelto al nivel de 2013 y no compensa la disminución natural de la población de este país, señala la revista.
Entre las causas que han desacelerado la emigración se cuentan la devaluación del rublo y las crecientes exigencias formuladas a los forasteros por unos dirigentes que se debaten entre las necesidades de mano de obra y sus aprensiones sobre seguridad. En el caso de uzbekos y tayikos, la emigración a Rusia podría verse afectada por el nuevo clima de mayor apertura que se ha iniciado tras la llegada al poder en Uzbekistán de Sharkat Mirziyóyev en 2016 en sustitución del fallecido Islam Karímov. El desminado de las fronteras de Uzbekistán con Tajikistán y la abolición de los visados entre los dos países ha creado una dinámica positiva y nuevos flujos comerciales y humanos regionales que contrastan con la cerrazón del autoritario Karímov.
De momento, los emigrantes centroasiáticos son parte del paisaje de Moscú y también comunidades que mantienen sus tradiciones y su cultura en la capital del ex imperio. Lo saben muy bien el tayiko Abdumamad Bekmamádov y el ruso Daniil Kislov. Bekmamádov es músico en el conjunto “El Eco del Pamir”, pero se gana la vida en la construcción. Kislov es el fundador de “Ferganá.ru”, una agencia de noticias por internet que tiene también un programa de actos culturales. El recinto de Fergana.ru en Moscú es pequeño, pero con duende. Y allí actuó recientemente “El Eco del Pamir” con la evocadora música de aquella majestuosa región montañosa situada entre China, Kirguistán y Afganistán. Desde el punto de vista administrativo, el Pamir forma parte de la provincia autónoma del Gorno Bodogchán, en Tayikistán. Sus habitantes en su mayoría son ismaelitas, una rama chií del islam en la que las mujeres gozan de una posición de igualdad con los hombres y cuyo líder espiritual es el Agá Khan.
Los integrantes de “El Eco del Pamir “trabajan en distintas ramas de la construcción o, en el caso de la cantante y la bailarina, como empleadas de la limpieza. En el escenario, sin embargo, la música los devuelve a todos a sus raíces y les hace recuperar su identidad más profunda. Entre sus instrumentos está el rubab del Pamir, una especie de laud confeccionado con cuero que Bekmamádov aprendió a manejar en la infancia. El conjunto canta en las lenguas de su región, pertenecientes al grupo persa oriental. La lengua materna de Bekmamádov es el shughní, la de mayor difusión del Pamir.
Bekmamádov tiene 52 años. La guerra civil en Tajikistán (1992-1997) le impidió seguir estudiando en el Instituto de Arte de Dushambé y le obligó a volver al Pamir para ayudar a su familia. La guerra acabó, pero no los apuros económicos. Bekmamádov emigró a Moscú en 1999 y allí, con un grupo de paisanos, fundó el grupo folklórico en el que canta, baila disfrazado de jinete con un caballo de madera y hace sonar la pandereta y el rubab. Sus ingresos en la construcción a lo sumo llegan a 60.000 rublos (800 euros) al mes y el sueldo a veces se retrasa varias semanas. Los emigrantes de países como Uzbekistán y Tajikistán, no pertenecientes a la Comunidad Económica Euroasiática (CEEA), tienen que comprar una patente para poder trabajar en Rusia. En Moscú el precio de la patente es de 5000 rublos al mes. A eso hay que sumar mil rublos para registrarse, dos mil rublos de transporte y seis mil del alojamiento, explica Abdumamad. Los kirguisos, en cambio, no necesitan patente para trabajar porque su país es miembro de la CEEA.
En 2014, en el teatro Bolshói Abdumámad recogió la Máscara Dorada, la máxima distinción teatral rusa, que fue otorgado a la obra “Balada de los emigrantes”, una puesta en escena del Teatr.doc de Moscú, en la cual Bekmamádov y otros centroasiáticos contaban sus experiencias al público. Tras recibir el premio, el tayiko regresó a la obra.
Los músicos del “Eco del Pamir” ensayan cuando pueden, en su escaso tiempo libre. Bekmamádov tiene tres hijos en Tajikistán y no se plantea volver. “La mitad del Pamir vive en Moscú”, afirma.
Kislov, que nació en Uzbekistán, presenta un Asia Central polifacética en Ferganá.ru. Descendiente de un ingeniero enviado por el poder soviético a dirigir los ferrocarriles al valle de Ferganá en los años veinte del pasado siglo, Kislov experimentó la desintegración de la URSS como una catástrofe. “Los rusos nos sentimos entonces abandonados, algo así como si tras la independencia de Argelia, los franceses hubieran quedado olvidados allí”, dice. Kislov, que conservó el pasaporte soviético hasta 1995, se trasladó a Rusia a mediados de los noventa y adquirió la ciudadanía. Pero Asia Central le ha acompañado. En la sede de Fergana.ru, Kislov ha sabido recrear en miniatura el color, el sonido e incluso el sabor (gracias al “plov” preparado por un cocinero uzbeko) de su tierra de origen. En Fergana.ru los ritmos del Pamir funden el hielo del invierno ruso.
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