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En Análisis
Columna
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Guaidó, presidente legítimo

La transición democrática de Venezuela está en marcha

Juan Guaidó (derecha), en una concentración de opositores al Gobierno de Maduro.
Juan Guaidó (derecha), en una concentración de opositores al Gobierno de Maduro.Miguel Gutiérrez (EFE)

Es la hora de la transición democrática en Venezuela. Dos hechos inéditos lo corroboran. Primero, la valiente decisión del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, al asumir sus responsabilidades de acuerdo a la Constitución. Segundo, una cohesión sin precedentes en la comunidad internacional, especialmente en el continente americano. Vayamos por partes.

El jueves 10 terminó el periodo presidencial 2013-2019, produciéndose un vacío de poder y una potencial usurpación de continuar Maduro en el cargo. La Constitución ordena que dicho vacío debe ser ocupado por el presidente de la Asamblea Nacional, haciéndose cargo de manera provisoria de las funciones del ejecutivo hasta tanto un nuevo presidente surja de elecciones libres y justas.

Ese día estuve con Idania Chirinos en su programa La Tarde de NTN24. Día plagado de incertidumbres, dije que Juan Guaidó se encontraba entre la gloria y el olvido. La gloria consistía en obedecer lo que la Constitución le ordenaba, lo cual implicaba riesgos a su seguridad, su integridad física y su libertad. Esto a sabiendas de que la Constitución es la de Chávez, a la medida del régimen.

Lo cual es mejor desde el punto de vista del argumento político, ya que desnuda por completo el carácter autoritario de ese régimen y su deterioro irreversible. Es casi una ley, signo inequívoco de colapso cuando, para continuar en el poder, una dictadura debe violar hasta la propia institucionalidad que diseñó a su antojo.

Para el nuevo presidente de la Asamblea Nacional, no cumplir con esa Constitución suponía comprar un boleto sin retorno hacia el olvido. Es decir, pasar a ser despreciado y descontado por una sociedad que ha escuchado demasiadas acrobacias discursivas de parte de políticos dispuestos a cohabitar con la dictadura. Y agregué que estaba en él tomar esa decisión, nadie más.

El viernes 11 Juan Guaidó se acercó a la gloria, rápidamente y con convicción. Como reza la comunicación oficial del parlamento, apegándose a los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución, el presidente de la Asamblea Nacional asumió las competencias de la presidencia de la república para convocar a un proceso de elecciones libres que faciliten una transición. La declaración es inequívoca.

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Apeló a los militares y a la comunidad internacional, ambos imprescindibles, y aquí le hago una sugerencia: hacerse de la chequera cuanto antes. A propósito, un grupo de tenedores de papeles de deuda venezolana, llamado Venezuelan Creditors Committee, anunció que no negociará con Maduro sino con la Asamblea Nacional por ser el único poder legítimamente constituido. Inmejorable oportunidad.

En otras palabras, un Jefe de Estado o de Gobierno es tal en tanto sea reconocido por el mundo financiero, cuente con la obediencia de las instituciones armadas y sea considerado legítimo por parte del sistema internacional. Por ello es necesario que nombre embajadores rápidamente, aprovechando el apoyo recibido de diversos países de América Latina y Europa.

La comunidad internacional se ha ido cohesionando para desconocer a Maduro y eso ha dado impulso a la decisión de Guaidó. La OEA lo hizo inmediatamente, en la figura de su secretario general. Después, varios países miembros reconocieron la autoridad legitima del presidente interino. Ocurrió en el marco de la reunión que se llevaba a cabo en la OEA y siguió con pronunciamientos desde varias capitales.

Los aliados de Maduro, por su parte, siguen hablando de soberanía y no intervención. Un discurso falaz que ahora también repite López Obrador haciendo referencia a una supuesta tradición mexicana de no intervención. Esa tradición no fue obstáculo para romper relaciones con la España de Franco y el Chile de Pinochet, por citar dos ejemplos, además de otorgar asilo a cantidades de exiliados y a las propias instituciones de la España republicana.

Con dicha doctrina e historia, López Obrador debería hoy ofrecer asilo al Tribunal Supremo de Justicia legítimo de Venezuela. El mundo de la no intervención es tan solo una ficción de cómplices o miopes. Si el mundo funcionara así, el Apartheid continuaría vigente, Milosevic habría muerto en su casa y Videla en el poder. Quienes proclaman semejantes sinsentidos solo protegen la reproducción de la injusticia. El mundo democrático, por el contrario, ha dado un paso firme en apoyo a la transición política que se inicia en Venezuela.

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