El chavismo arropa a Nicolás Maduro en una Caracas semivacía
Los seguidores del mandatario se concentran en torno al Supremo y los detractores se refugian en la Red
Un desfile de carteles con el mensaje “yo soy presidente” adorna los postes de Caracas. Antes de la jura de Nicolás Maduro para un segundo mandato presidencial, el oficialismo abarrotó de propaganda el país y desplegó a militares, policías y hasta colectivos—grupos parapoliciales— en previsión de posibles protestas.
El día de la investidura del líder socialista, los invitados del Gobierno, el “pueblo” venezolano, apenas ocuparon unas cinco manzanas de la céntrica avenida de Rafael Baralt, algo moderado en comparación con las míticas concentraciones convocadas por el expresidente fallecido Hugo Chávez. Aun así, José Viloria, un chavista de 49 años, afirmó tener “mucha esperanza” en el nuevo mandato. “Queremos que este país salga adelante, porque tiene muchos recursos y no sé lo que está pasando. Creo que es la mala administración. El presidente tiene que trabajar en eso, en mejorar el acceso a la comida, a los servicios”, reconoció.
El oficialismo marcó como “traidores” a los que creyeran ilegítimo al entrante Gobierno de Maduro. Así, Daniel Contreras, un joven opositor, decidió no protestar. “Está demostrado que no salimos de la dictadura con manifestaciones, es ponernos de carne de cañón y nada pasa, solo nos matan o encarcelan”, aseguró.
Maduro llegó al Tribunal Supremo de Justicia para ser investido como presidente en un inusual acto. Su popularidad no es la misma de antes, y en las calles no hubo muchedumbres de seguidores. Y no fue juramentado por la Asamblea Nacional, como prevé la Constitución, ya que la mayoría opositora considera que su reelección fue fraudulenta. A diferencia de las inmediaciones del Supremo, la imagen en el resto de Caracas era desoladora: calles semivacías, colegios con escasos estudiantes y algunos comercios cerrados.
Muchos seguidores fueron empujados por el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) hasta Caracas, otros acudieron voluntariamente en un acto de fe. Guillermo Maita, presidente de un instituto indígena del oriental municipio de Freites, marchó con el propósito de honrar, una vez más, el último deseo de Chávez, fallecido en 2013: respaldar a su elegido para continuar la revolución bolivariana. “Sabemos las condiciones en las que estamos, pero hay que seguir trabajando porque es responsabilidad de todos lo que está pasando”, indicó este hombre, de 58 años. Cerca de él estaban aparcados autobuses; muchos habían trasladado la noche anterior a decenas de trabajadores de la Administración de provincias.
Para Dilia Navarro, una miliciana sexagenaria, es ya una cuestión de costumbre. No cambia su voto, pero avisa: “Tiene que hacerle [Maduro] seguimiento a su gente, porque están pasando cosas que no deberían pasar. Los beneficios no llegan y con eso tratan de perjudicarlo. Dicen que van a enviar 1.000 juguetes y llegan 500. El presidente tiene que poner ojo pelao [estar atento], como decía Chávez”. En cambio, para Armando Di Leo, dueño de un taller mecánico, se instaló “una dictadura del siglo XXI”. “Le pedimos a España que no nos abandone”, añadió. La oposición, a diferencia de otros años, se mantuvo atrincherada. No hubo protestas masivas.
Previsión sombría
La soledad del gobernante no solo la ilustraron las calles. El repudio se manifestó virtualmente. Muchos colocaron consignas antigubernamentales en sus perfiles de WhatsApp, otros posicionaron en Twitter las etiquetas #MaduroNoEsMiPresidente y #MaduroIlegítimo. En las redes sociales, el oficialismo también intentó demostrar que el nuevo Gobierno de seis años cuenta con la aprobación y legitimidad mundial con propagandas y consignas a favor del político.
Maduro se proyecta como un líder acorralado, que se atornilla en el poder hasta 2025. “Lo peor está por venir”, dice Marinela Bastardo, madre soltera de un bebé la que el salario de secretaria no le alcanza para su sustento. Su vaticinio es casi generalizado en Venezuela. El Fondo Monetario Internacional prevé una inflación de 10.000.000% para este año; la ONU pronostica que el éxodo crecerá en 5,4 millones y aumentará el riesgo de hambruna. La credibilidad del chavismo se ha derrumbado a niveles nunca vistos. Y cuando Maduro avanza anuncios económicos para el 14 de enero, asusta a muchos. “Comienza el nerviosismo, la gente empieza a comprar y los comerciantes esconden o aumentan exponencialmente los precios de su mercancía”, explica.
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