Trump asume todo el protagonismo en la recta final de la campaña
Con 11 actos repartidos por ocho Estados en los últimos seis días antes de las elecciones, el presidente monopoliza el debate nacional y busca movilizar a sus bases
Donald Trump enciende la mecha de la traca final. Once actos, repartidos por ocho Estados, en los seis últimos días de campaña. El Air Force One viajará allá donde los candidatos republicanos a las legislativas lo necesiten. Su presencia física inyecta una energía que puede inclinar la balanza en las batallas más ajustadas. Sus mítines, pieza clave de su exitosa campaña de 2016, proporcionan al presidente una valiosísima omnipresencia mediática. Y, sobre todo, permiten a Trump marcar la agenda de la campaña.
La traca final comenzó la noche del miércoles en Estero (Florida). Pero el primer petardo estalló poco antes de despegar rumbo al sur en el Air Force One, cuando anunció a los periodistas que el número de soldados que enviaría a la frontera, a detener la caravana de inmigrantes centroamericana, podría ascender hasta los 15.000. El miedo a la inmigración. Su pólvora favorita en este fin de fiesta.
Este jueves recala en Columbia (Misuri). El viernes en Huntington (Virginia Occidental) y en Indianápolis (Indiana). Sábado en Belgrade (Montana) y Pensacola (Florida). Domingo en Macon (Georgia) y Chattanooga (Tennessee). Lunes en Cleveland (Ohio), Fort Wayne (Indiana) y Cape Girardeau (Montana). Y el martes, a votar.
Llegado el día de las elecciones, en las que su nombre no figura en la papeleta, habrá protagonizado 30 mítines desde septiembre. La más agresiva campaña personal de un presidente en unas legislativas en la historia reciente. Apenas dos años en la Casa Blanca parecen haber hecho olvidar a Trump los tiempos en que, siendo candidato, criticaba al hombre al que aspiraba a suceder por arropar a su rival Hillary Clinton. “¿Por qué está Obama haciendo campaña?”, se preguntaba Trump en 2016. “¡Debería estar trabajando!”.
Pero Trump parece haber aprendido que una cosa (campaña) y otra (trabajo) son compatibles. Incluso pueden llegar a confundirse, a juzgar por cómo el presidente está utilizando todos los poderes del Gobierno federal, incluido el militar, para potenciar las expectativas de los republicanos. Tamaño despliegue del Ejército en la frontera, para cerrar el paso a una caravana de buscadores de asilo desarmados, se antoja una decisión difícilmente justificable salvo que se lea en el contexto de lo que el propio Trump ha definido como “las elecciones de la caravana”. Igual que abrir, por sorpresa y con los comicios a la vuelta de la esquina, el debate constitucional sobre la posibilidad de negar, por vía unilateral, el derecho a la ciudadanía por nacimiento a los hijos de inmigrantes ilegales.
La estrategia es clara. En las elecciones legislativas, donde la participación suele ser mucho más baja que en las presidenciales, de lo que se trata es de dar motivos a los propios para que acudan a las urnas. Los medios llevan meses hablando de lo motivados que están los votantes demócratas, sobre todo las mujeres, para castigar a Trump. Urge, por tanto, movilizar a las bases republicanas. Y para ello el partido cuenta con dos armas: una, agitar el miedo a la inmigración; y dos, implicar a tope al propio Trump, ya que a muchos de los votantes que le llevaron a la Casa Blanca les motiva más su figura que el gris establishment republicano.
Al fin y al cabo, los republicanos cuentan con algo de lo que carecen los demócratas: un líder. Con la posible excepción de la irrupción del Tea Party en 2010, pocas elecciones legislativas recientes han tenido una lectura tan presidencial. Pero la decisión de convertir estas elecciones en un referéndum sobre Trump entraña sus riesgos. La sobreexposición de un presidente tan polarizador puede producir el contraefecto de movilizar también a sus detractores, sobre todo en distritos suburbanos donde se disputan algunos escaños clave de la Cámara baja. Y ahí radica una de las fuentes de esperanza de los demócratas, prácticamente barridos de la narrativa nacional de la campaña, a pesar de que una inyección de dinero de última hora —cortesía entre otros del exalcalde republicano de Nueva York reconvertido a demócrata Michael Bloomberg— está ayudando a sus candidatos en batallas decisivas.
En Florida, Trump se cruzará con su némesis, el expresidente Barack Obama, que estará el viernes en Miami apoyando a dos candidatos demócratas. Los dos figuras más populares de sus respectivos partidos en un Estado en el que ya han votado anticipadamente 3,4 millones de personas, muchos más que en las anteriores legislativas. Un presagio de una alta participación que está por ver a quién beneficia. Los sondeos y la historia, según la cual las legislativas suelen deparar castigos al partido del presidente, sugieren que los republicanos podrían perder el control, al menos, de la Cámara baja. Lo contrario sería un fracaso colosal para los demócratas. Trump, entregado de lleno a la campaña, está decidido a proporcionárselo.
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