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El ‘Brasil primero’ de Bolsonaro genera incertidumbre también en la política exterior

Las relaciones con Estados Unidos, Venezuela, Israel y China son la principal fuente de preocupación del país más grande de América Latina, que perdió influencia internacional tras la 'era Lula'

Un seguidor de Jair Bolsonaro durante la jornada electoral.
Un seguidor de Jair Bolsonaro durante la jornada electoral.CARL DE SOUZA (AFP)

Brasil, hasta hace poco ejemplo y envidia de país emergente, se ha convertido en una mecha más del incendio geopolítico mundial que han traído las elecciones de los últimos años. Si durante el Gobierno de Lula el país más grande de América Latina logró que todos los focos se colocasen sobre él, el impeachment a Dilma Rousseff y el Ejecutivo interino sin casi legitimidad de Michel Temer alejaron de Brasil las miradas influyentes. La llegada a la presidencia de Bolsonaro trae más confusión a los planes exteriores del país.

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Del lado latinoamericano, todas las expectativas están puestas en el papel que Bolsonaro tendrá en la crisis y deriva autoritaria de Venezuela. Durante la campaña –como en tantas otras–, el país vecino se convirtió en munición para azotar a su rival, Fernando Haddad. Bolsonaro, en línea con millones de sus seguidores, ha criticado la cercanía que el Partido de los Trabajadores (PT) ha tenido con el régimen chavista, aunque el apoyo que Lula dio en su momento a Hugo Chávez dista mucho del que ha tenido Maduro en años posteriores, por mucho que el presidente venezolano haya tratado de ensalzar esa relación.

Es evidente que Bolsonaro cortará cualquier tipo de relación con el chavismo y se alineará con otros Gobiernos, como el de Colombia del conservador Iván Duque. Entretanto, deberá asumir la crisis migratoria de los venezolanos que buscan refugio en Brasil, con una frontera cada vez más caliente. No obstante, el líder ultraderechista brasileño está más comprometido con cambiar su país que en erigirse en un líder regional, a diferencia de lo que ocurrió con Lula. En cualquier caso, su llegada al poder finiquita cualquier atisbo de relanzar la articulación de la región como pretendió en su momento Lula, hoy encarcelado, con organismos como Unasur o Celac, meramente testimoniales a estas alturas.

Como en casi todo lo que incumbe a los planes de Bolsonaro, en materia exterior también los detalles son pocos, muchas las contradicciones, constantes las idas y venidas en lo que ha ido diciendo. Los observadores de los países más estratégicos en Brasil (como Argentina y China), descolocados, se mantienen expectantes. El conservador Mauricio Macri, el presidente argentino, se había mostrado más partidario de Haddad (con quien mantuvo una relación cordial cuando el candidato del PT era alcalde de Sao Paulo y Macri de Buenos Aires), y confía en que Bolsonaro no empeore aún más el acuerdo con la Unión Europea, que se arrastra desde hace casi una década. Bolsonaro añade aún más confusión a un escenario en el que ya confluyen los conflictos de intereses internos de varios sectores y las crisis económicas de ambos países, cada vez más profunda en el caso argentino.

El futuro de Mercosur en el Brasil de Bolsonaro queda también abierto. El líder ultraderechista se ha mostrado partidario de cerrar acuerdos bilaterales país a país, no tanto en bloque. “Lo que no podemos hacer es acuerdos en función de intereses ideológicos, como ha hecho el PT”, dijo en una entrevista reciente.

La retórica de Bolsonaro recuerda sobremanera a la de Trump. Para ambos los intereses de su país están por encima de todo. De hecho, el ideólogo de la campaña del presidente estadounidense, Steve Bannon, ha declarado su simpatía por el político brasileño, con uno de cuyos hijos se reunió hace meses. Bolsonaro ha tratado de venderse como una suerte de Trump tropical e incluso ha amenazado con retirar a Brasil del Acuerdo del Cambio Climático de París –algo que luego matizó– y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Uno de los países que mira con más atención a Brasil en estos momentos es China. “Pekín ve la ascensión de Bolsonaro con mucha preocupación. Nadie en su equipo tiene conciencia del coste político que podría tener su visita a Taiwán en marzo”, explica Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas (FGV). Bolsonaro ha defendido siempre que China no compra en Brasil, sino que compra “a Brasil”.

Stuenkel, como otros analistas, dan por sentado que Bolsonaro trasladará a Jerusalén la embajada de Brasil en Israel, en línea con Trump y para cumplir una promesa electoral que contentaría a gran parte de los líderes evangélicos que le han apoyado y a la comunidad judía más ultraderechista, crucial también en su campaña. Esto marcaría un antes y un después en la historia de la diplomacia brasileña, que incluso durante la dictadura mantuvo sus líneas maestras respecto a Israel, como señal de respeto a la gran comunidad árabe que vive en Brasil.

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