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El desinterés juvenil lastra el independentismo en Quebec

La generación nacida tras el referéndum de 1995 ha crecido en un ambiente de descentralización y impulso a la cultura francófona, pero la fractura social no ha desaparecido

Un joven hace deporte en un parque de Montreal.
Un joven hace deporte en un parque de Montreal. David Himbert (Hans Lucas)

El sábado por la noche en la calle Santa Catalina, en el centro del multicultural Montreal, la independencia de Quebec parece un sueño no solo lejano sino casi desconocido. Entre tiendas de cadenas de ropa internacionales y bares de copas, muchos de los jóvenes transeúntes tienen otras prioridades. El debate soberanista, que marcó a la generación de sus padres, es para ellos un asunto del pasado. Hasta el punto de que lo muy poco que Eden Alati, de 20 años, sabe de los referéndums de secesión celebrados en 1980 y 1995 lo ha oído de refilón en la escuela. “Es completamente estúpido quererse separar”, dice el chico, que cita sobre todo el impacto económico de una ruptura. Para él, es mucho más acuciante elevar el salario mínimo o mejorar la protección al colectivo LGTB.

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Alati no votará el lunes en las elecciones de Quebec. Considera corrupto el sistema político, pero sus palabras reflejan el fin de una era. Por primera vez en casi cinco décadas la independencia no vertebra los comicios en esta región francófona de Canadá. El Partido Quebequés, el mayor promotor de la separación, ha dicho que, en caso de lograr una inesperada victoria electoral, no abogará por un nuevo referéndum a corto plazo pactado con Ottawa. Quebec Solidaire, un partido de izquierdas favorable a la independencia, ha puesto el foco sobre todo en la agenda social, lo que atrae a algunos jóvenes.

La secesión se ha convertido en un asunto casi ausente en la campaña, eclipsado por la inmigración o la sanidad. Las últimas encuestas dan un empate entre el Partido Liberal, actualmente en el poder, y la Coalición Avenir Quebec, más escorada a la derecha. Ambas formaciones rechazan la independencia. Años de políticas de descentralización hacia Quebec, por ejemplo en gestión migratoria, de recepción neta de fondos federales y de protección a la lengua francesa han logrado rebajar el furor separatista. Ottawa se ve menos como una amenaza que en 1995, cuando el no a la independencia ganó solo por un puñado de votos. En el referéndum de 1980, la victoria del unionismo había sido de casi 20 puntos de diferencia.

Eden Alati, de 20 años, el sábado por la noche en Montreal.
Eden Alati, de 20 años, el sábado por la noche en Montreal.J. F.

Es entre los jóvenes donde el desinterés independentista es más palpable, en un serio anticipo de posibles tendencias futuras en toda la sociedad. De una lista de 14 asuntos importantes en las elecciones de Quebec, la independencia se situó en el último lugar (un 4% del total) en una encuesta de principios de septiembre de Ipsos a personas de entre 18 y 25 años. Las mayores preocupaciones eran la educación (40%), la sanidad (32%) y el medio ambiente (26%). Solo un 19% de los jóvenes respaldó que Quebec sea un Estado independiente aunque un 55% se declaró antes quebequés que canadiense. Entre todos los quebequenses, el apoyo a la secesión era el pasado mayo del 25%, según otro sondeo. Un 55% se oponía y un 20% se mostraba indeciso.

“Me preocupa que en un Estado independiente el francés sea aún más la lengua dominante y los angloparlantes nos convirtamos más en una minoría”, afirma Marianne Mason, de 17 años. Ella y otros tres jóvenes cenando en una crepería en la calle Santa Catalina son un buen microcosmos –en el multilingüe y federalista Montreal– del sentir de su generación sobre la secesión. “Hay asuntos mucho más importantes, como el Estado del bienestar o la pobreza”, añade su hermano, Wilfred, de 19 años y estudiante de Ingeniería, que aún no sabe a quién votar en las elecciones. “El nacionalismo consumió toda la agenda política en el pasado. Ahora hay un abanico más amplio de temas”, señala Madison Odabassian, de 19 años y alumna de Biología. Pero advierte de que las redes sociales han trivializado a la juventud y pueden haberla alejado del compromiso político: “La gente está más preocupada por cuántos Me gusta tiene en Instagram”.

Los hermanos Wilfred y Marianne Mason, de 19 y 17 años.
Los hermanos Wilfred y Marianne Mason, de 19 y 17 años.J. F.

Los cuatro son angloparlantes y rechazan con rotundidad la independencia de Quebec, pero sus palabras también exhiben cómo la fractura lingüística –origen histórico del separatismo– no ha desaparecido del todo, lo que sugiere que el declive del secesionismo puede ser coyuntural. Sarah, de 22 años, considera una ventaja ser bilingüe en inglés y francés, pero también teme que el inglés termine recluido. Asegura, irritada, que en las escuelas francófonas no se enseña correctamente el idioma anglosajón y critica que los dependientes en comercios siempre tengan que saludar primero en francés.

El francés, una lengua blindada

Un 49,8% de los 1,7 millones de habitantes de Montreal, la mayor ciudad de Quebec, tiene el francés como lengua materna frente a un 19,3% el inglés, según los últimos datos. En todo Quebec, casi un 80% de la población es francófona. Los insultos por hablar francés en público son cosa del pasado. La lengua está blindada entre un mar de angloparlantes en el resto de Canadá y Estados Unidos. El idioma es el emblema de la cultura originada por la llegada de colonos franceses en el siglo XVII, un siglo antes de que los británicos controlaran la región. Muchos apuntan –también para explicar el retroceso del independentismo– al impacto de la ley 101, aprobada en 1977 por el Partido Quebequés. Convirtió al francés en el único idioma oficial en Quebec, algo que no ocurre en ninguna otra región canadiense. Es la lengua dominante en el Gobierno, tribunales, comercios, nomenclatura y escuelas.

“Esto ha ayudado mucho a que los votantes francófonos sientan que Quebec está menos amenazado por el inglés que hace 40 años”, sostiene François Cardinal, jefe de Opinión de ‘La Presse’, el mayor diario canadiense en francés. “La generación joven no vivió el referéndum o las dramáticas discusiones constitucionales con Ottawa. Cuando miras a los asuntos que son importantes para los jóvenes no ven qué ventajas tendría la independencia para lograrlos, por ejemplo en la lucha contra el cambio climático”.

Sébastien Dallaire, gerente del centro demoscópico Ipsos en Quebec, hace un diagnóstico similar. “Los jóvenes no están socializados con el ambiente divisivo del pasado”, afirma. Dallaire esgrime que “no es imposible” que el sentimiento independentista vuelva a crecer entre la población, pero advierte de que el desdén juvenil es un “problema estructural” para el secesionismo. “Todo ha estado muy silencioso desde 1995 y los jóvenes nunca han tenido que tomar partido. Para que el debate creciera, algo tendría que ocurrir que generara interés”.

El experto añade otros factores. En un mundo globalizado e hiperconectado, las nuevas generaciones han crecido socializando en Internet y su “horizonte es mucho más transversal”. El ambiente en la calle también es muy distinto del que vivieron a su edad sus padres. Se han difuminado los “agravios” que sufrían los francófonos frente a los angloparlantes en el mundo laboral, cultural y educativo. “Ya no está realmente presente la sensación de sentirse en desventaja”, subraya.

No es fácil a priori encontrar a uno, pero finalmente aparece en la calle Santa Catalina un joven independentista. “A Canadá realmente no le importa Quebec”, alega Phillipe Chayer, de 17 años, que vive a las afueras de Montreal, donde el nacionalismo tiene mayor acogida. Defiende la secesión por “motivos identitarios”, asegura que su padre le llama “utópico” pero él proclama que, aunque no ahora, “un día Quebec será un país”.

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