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Columna
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Asalto ultra a la Eurocámara

Hoy, los ultraderechistas solo tienen 35 de los 750 escaños del Parlamento Europeo. En mayo, la sorpresa puede ser muy desagradable

Carlos Yárnoz
El Parlamento Europeo, en una sesión plenaria.
El Parlamento Europeo, en una sesión plenaria.PATRICK SEEGER (EFE)

Está claro a estas alturas que uno de los sustos del próximo curso será la irrupción a gran escala del neofascismo en la Eurocámara tras las elecciones europeas de mayo. Y que la xenofobia es el alimento que engorda a ese monstruo por casi toda Europa. Avanza el peligro mientras se desmorona el principal muro de contención, el de Emmanuel Macron y sus escasos aliados. Pese a ello, los mandatarios de la UE aceleran la deriva con su incapacidad para aplicar una política migratoria común.

Agosto ha confirmado esa tendencia con las exitosas concentraciones de ultraderechistas en Alemania. La primera potencia de la UE se ha convertido en el gran laboratorio de esa trampa en la que ha caído Europa. Debilitada por la acogida de un millón de migrantes en 2015, Merkel prefiere ahora eludir el problema y no enfrentarse ni a la ascendente ultraderecha ni a sus aliados más conservadores de la CSU, empezando por su ministro del Interior, Horst Seehofer.

El embrollo solo puede agravarse con la cercanía de las elecciones de octubre en Baviera, el feudo del radical ministro, y del próximo año en Sajonia, el foco de la actual revuelta xenófoba.

En paralelo, los líderes de la antiEuropa tejen su alianza, como acaban de hacerlo en Milán el colérico Matteo Salvini y el intransigente primer ministro húngaro, Viktor Orbán, para quien el italiano es “un héroe compañero de ruta”.

No han saltado las alarmas por ese contubernio. Al contrario, solo han reaccionado los potenciales socios del eje antiextranjero para saludar una iniciativa en la que confía la neofascista Marine Le Pen para recuperar fuerzas gracias al “partido hermano” de Salvini, la Liga.

Y mientras los xenófobos nacionalistas se rearman, el desgaste de Macron se acelera en casa, donde su ministro estrella de Transición Ecológica le acaba de dar una puñalada con su traicionera dimisión, y en el exterior, donde apenas suma apoyos más allá de valiosos gestos como el de España con el Aquarius.

La pasividad, cuando no desidia, de los mandatarios ante el drama que se avecina no tiene explicación. Merkel y Macron están obligados a reaccionar con los socios que quieran sumarse. No puede revertirse la tendencia cuando, con su ausencia de acuerdos hasta para repartirse unas decenas de migrantes en un barco, los líderes estigmatizan a quienes huyen de la guerra y la miseria, y contribuyen así a que más y más ciudadanos europeos den la espalda a los extranjeros.

No es casual que en Holanda no se escuche protesta alguna ante el rechazo masivo de solicitudes de asilo a refugiados sirios, que tienen derecho a protección en Europa. O que el Partido Popular Europeo (PPE) no se plantee expulsar de sus filas a la formación de Orbán (Fidesz).

Hoy, los ultraderechistas solo tienen 35 de los 750 escaños del Parlamento Europeo. En mayo, la sorpresa puede ser muy desagradable. Y quizás sea demasiado tarde.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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