El club Shajtar y su estadio en Donetsk, separados por la guerra
El equipo del oligarca Rinat Ajmétov abandonó su ciudad de origen en 2014
La guerra ha marcado el destino del club de fútbol Shajtar, uno de los equipos más potentes de Ucrania y antes de la Unión Soviética. En 2014, el equipo de los “mineros”, tal como se le conoce popularmente, tuvo que abandonar Donetsk, la ciudad donde se formó en 1936. Como su presidente y patrón, el oligarca Rinat Ajmétov, oriundo de Donetsk, el club, que compite en torneos internacionales, tomó partido por el Estado ucraniano y en contra del secesionismo. Pero el estadio del equipo, el Donbás-Arena, orgullo de Ucrania en el campeonato de Europa de 2012, quedó en la zona controlada por los separatistas prorusos. Los jugadores y su hogar de origen llevan ahora vidas paralelas. Su reunificación es incierta y depende de la gran política en esta zona del mundo.
El Shajtar, ha establecido su sede en Kiev, ha recuperado su potencia y triunfa de nuevo en los principales torneos del país frente a su eterno rival, el Dinamo de la capital ucraniana. El equipo es campeón de la Liga Premier de Ucrania, así como de la copa de Ucrania y ganó la supercopa de ese país en 2017. Formalmente, el Shajtar ha dejado de mirar hacia Donetsk, pero la ruptura duele.
En el centro de Donetsk, separado del resto de Ucrania por líneas de frente y controles militares, se alza el Donbás-Arena, una sofisticada obra de ingeniería que costó 400 millones de dólares y fue inaugurada en 2009. Vacío y silencioso, esta estructura digitalizada y autorregulada se deteriora lentamente tras sufrir el impacto de la contienda. Desde hace cuatro años, por razones de seguridad y por falta de reconocimiento internacional de la autodenominada República Popular de Donetsk (RPD), el fútbol profesional no existe en el territorio controlado por los secesionistas.
Las autoridades de hecho de Donetsk han tratado de compensar la marcha del equipo creado una liga de aficionados, formada por doce clubes. Sus partidos “internacionales” son encuentros “amistosos” con selecciones de “Estados no reconocidos” por la ONU como Osetia del Sur o Abjazia, afirma Igor Petrov, presidente de la Asociación de Fútbol de la RPD. “A efectos de fútbol profesional, esta ciudad dejado de existir”, sentencia el antiguo jugador del Shajtar, que hasta 2014 era entrenador internacional acreditado por la FIFA. Por su cargo en la administración separatista, Petrov podría ser juzgado en Ucrania.
Tras la marcha del equipo, Ajmétov utilizó el Estadio como centro logístico para distribuir alimentos y artículos de primera necesidad entre la empobrecida población local, pero en marzo de 2017 los responsables de la RPD confiscaron las instalaciones y las fundaciones caritativas del oligarca tuvieron que suspender sus actividades.
“Se trata de unas instalaciones estratégicas”, afirmaba el ministro de deportes de RPD, Alexandr Gramakov, a este periódico a fines de mayo. Pese a ser el responsable del Donbás-Arena, Gramakov tenía que dirigirse los responsables de seguridad de la RPD en demanda de permiso para que esta corresponsal pudiera visitar unas dependencias por donde han pasado centenares de miles de personas. El Donbás-Arena tiene una capacidad de 52.000 espectadores y de su mantenimiento se ocupan actualmente un centenar de empleados, que parecen más motivados por su “patriotismo futbolístico” y el amor al recinto que por unos escuetos sueldos de menos de 100 dólares al mes.
Ninguna carga explosiva ha caído sobre el Donbás-Arena, pero la onda expansiva de unos proyectiles en octubre de 2014, hizo añicos numerosos cristales de su cubierta y puede haber afectado a la estabilidad de la construcción. Los cristales (para reemplazar a los rotos) habría que importarlos de Turquía, donde se fabricaron los originales a medida y ese transporte resulta complicado por razones económicas y por el bloqueo que Ucrania mantiene en torno a la RPD. En cuanto a la estabilidad de la construcción, solo un peritaje profesional puede evaluar los daños sufridos. El resultado es un entorno semidesértico.
Los empleados de Donbás-Arena riegan el césped, lo siegan, lo abonan y estiran los recursos de los que disponen. Esta corresponsal no vio ni prisioneros ni carros blindados ni material bélico en la pista del Donbás-Arena, pero sí la impronta del tiempo y del azote del aire que penetra por la fachada rota. La RPD no puede afrontar un mantenimiento cuyo coste se cifra en 18 millones de dólares al año, afirma Igor Petrov.
Entre los encuentros del campeonato de Europa que se jugaron en el Donbás-Arena en 2012 está el de España contra Francia y el de España contra Italia. El último partido en este recinto, el 2 de mayo de 2014, enfrentó al Shajtar con el Ilishov de Mariúpol, Asistían Ajmétov y Serguéi Taruta, otro oligarca local, que por entonces era gobernador de Donetsk y propietario del Metalurg, un club de Donetsk, hoy arruinado. Las turbulencias políticas iban en aumento y en la tribuna de invitados, entre los dos oligarcas se sentaban, haciendo tiempo, los integrantes de un equipo de rescate que al día siguiente iban a parlamentar con coronel ruso Igor Strelkov, para que aquel forastero abanderado de la rebelión contra Kiev, que se había pertrechado a pocos kilómetros de Donetsk, liberara a una docena de rehenes en su poder.
A finales de mayo de 2014, el Shajtar salio de gira internacional (en autobús porque el aeropuerto Serguéi Prokófiev de Donetsk era ya presa de combates) y jamás regresó. El club trasladó su cuartel general a Kiev y desplazó sus partidos inicialmente a la ciudad de Lvov, en el oeste de Ucrania, y después, a partir de 2017, a Járkov. En esta localidad del Este el Shajtar juega en el estadio del Metalist, un club en bancarrota que perteneció a un oligarca próximo al expresidente Víctor Yanukóvich. En Járkov, el equipo se siente más cómodo que en Lvov, donde el club era mirado con desconfianza, pese a que Ajmétov se posicionó como un defensor del Estado ucraniano. En Jarkov hay una numerosa comunidad de hinchas, paisanos a los que la guerra obligó a marchar de Donetsk, y también menos peligro de que los futbolistas puedan ser obligados a ponerse camisetas en apoyo de la “operación antiterrorista” en el Este, como ocurrió en Lvov, lo que ponía en peligro a los familiares de los jugadores y de los miembros del equipo que todavía residen en las zonas controladas por los secesionistas.
El Shajtar ha pasado una mala época y tal vez por eso no quiere recordar, por lo menos públicamente. Su jefe de relaciones internacionales, Andréi Burlakov, señalaba a este periódico que los dirigentes del club “no tienen interés en hablar solo de Donbás Arena”. Tampoco quieren responder a preguntas sobre la posibilidad del regreso a Donetsk. Si la memoria anual del Shajtar para 2014/2015 estaba marcada por la nostalgia y se titulaba “409 días fuera de casa”, hoy el club mira hacia el futuro: tiene menos legionarios, ha aprendido a gestionar sus asuntos y a ganar dinero, dice el experto futbolístico Artiom Fradkov, por teléfono desde Kiev. Según Fradkov, el equipo ha “remontado y vuelve a ser competitivo en la arena europea”. En el club se han producido importantes relevos y ha venido gente nueva que infunde esperanza de alcanzar un mejor nivel”, dice.
Ucrania no tiene problema hoy con las cuotas de legionarios, porque los sucesos de 2014 asustaron a los jugadores extranjeros. El país se ha empobrecido y solo el Dinamo de Kiev y el Shajtar se pueden permitir pagar sueldos europeos, señala Fradkov, según el cual los futbolistas del Shajtar cobran entre los 500.000 dólares y los 4 millones de dólares anuales. “La situación se ha estabilizado”, dice. En lo que respeta al fútbol tal vez sí, pero no en lo que se refiere las grietas producidas por la guerra en la sociedad ucraniana. Ruslán Marmázov, que fue el jefe de prensa del Shajtar, dice haber abandonado el equipo por el rechazo que le producían en Lvov los “hinchas que exhibían símbolos nazis y gritaban consignas fascistas”. Marmázov, que trabaja ahora en Rusia, observa que cinco de los jugadores de la selección de Brasil en el mundial de fútbol proceden de la escuela del Shajtar. La hora de la reconciliación entre el club y su hinchada en Donetsk no ha llegado. “Si tuviera que hacer un reportaje sobre este equipo que era objeto de culto aquí, yo la presentaría como la historia de una traición”, dice el periodista televisivo Alexandr Naúmov.
En Donetsk, mientras los dirigentes de la RPD se plantean qué hacer con el estadio, el museo del Donbás-Arena situado en sus dependencias, reabrió sus puertas en abril. Aquí puede seguirse la historia del club, que en sus inicios se llamaba Stajánovets, en memoria del trabajador modelo soviético Alekséi Stajánov, y la historia de sus triunfos, las copas de la URSS (1961, 1962, 1980,19 83) y sus victorias posteriores. El capítulo más trágico de su historia fue el atentado que en octubre de 1995 segó la vida de su presidente, Alexander Braguin alias “Grek”. Ocurrió en las instalaciones deportivas que el club ocupaba antes de construirse Donbás-Arena. Petrov estaba en el vestuario al ocurrir el atentado al iniciarse un partido entre el Shajtar y el Tauria de Sinferópol. Hubo una explosión y en el palco directivo quedaron solo los cadáveres destrozados del presidente y sus guardaespaldas. “El vicepresidente encontró la mano de Braguin con su reloj, vino al vestuario con él, un modelo pequeño, suizo, que debía costar unos 30.000 dólares y, mostrando la sangre en su cristal cuarteado, dijo: “el presidente ya no está””. Un año después Ajmétov se hizo cargo del club y lo mantiene hasta hoy.
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